Lo que pasa en política generalmente se sitúa dentro de la norma de la época, es acorde a los sentidos ya configurados y puede incorporarse a las cadenas narrativas disponibles. Hay momentos en que esa linealidad se ve alterada, cuando surgen hechos que interrumpen el circuito de lo previsible. No nos referimos a esos grandes devenires colectivos que la filosofía llama acontecimiento, sino a configuraciones más delimitadas, acaso más oscuras, y que a falta de mejor nombre llamaremos el “fragmento”, o el “caso”. ¿Cómo se constituyen estos casos o fragmentos? ¿Cuál es su potencia política? ¿Qué episodios de este tipo podemos identificar en nuestra historia contemporánea?
La condición esencial del fragmento es justamente no ser tal, no ser una “parte”, que remitiría a un todo, que podría soldarse a las partes que lo circundan. El fragmento no se adecua a su contexto, es esencialmente inesperado, e incongruente. Tiene mucho de arcaísmo, de destiempo, y guarda una ligazón fundamental con el pasado, aquel que se consideraba superado. Y, a pesar de que no parece estar dentro de los posibles de su tiempo, condensa un exceso de información acerca de lo que se vive en una cierta época.
El fragmento llega a ser tal en la medida en que contiene fuerzas expresivas. Dice más de lo que su época está preparada para escuchar. Anuda una cantidad de procesos, tiene una cantidad de planos, que le da una complejidad difícil de interpretar. Contiene un plus de sentido que desborda los relatos existentes. Siempre tenemos frente a un caso la sensación de que no fue suficientemente pensado, de que se lo podría seguir interrogando.
Entre los episodios que podemos interrogar, enumeramos algunos al azar: los fusilamientos de José León Suárez, la toma obrera del frigorífico Lisandro de la Torre en 1959, la expulsión de montoneros de la Plaza de Mayo, la guerra de Malvinas, la toma de la Tablada en enero de 1989, las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, la toma del Parque Indoamericano en diciembre de 2010, entre otros.
Nos interesan particularmente los fusilamientos de José León Suárez, relatados por Rodolfo Walsh en Operación Masacre para reflexionar acerca del modo en que se percibe el fragmento. En 1956, un grupo de obreros que acompañaba un alzamiento militar pro-peronista contra el régimen militar es asesinado en un basural. De la matanza sobrevivirían siete personas, a través de una de las cuales Walsh inicia una investigación que le permite reconstruir lo ocurrido. Él, que hasta ese entonces había apoyado la llamada Revolución Libertadora, no se acerca a los hechos por un interés político, de confirmación de sus posiciones, sino por una curiosidad humana y periodística.
Walsh publica la primera edición de Operación masacre sin romper con la Libertadora. Después, con el tiempo, el autor gira al peronismo y el libro, es sus sucesivas reediciones, se va convirtiendo en una referencia de la resistencia peronista. Walsh no lo escribe para defender a sus futuros compañeros, los fusilados se vuelven sus compañeros mucho tiempo después de la escritura del libro. El fragmento no tiene sentido político predeterminado, sino que emerge después. Es un exceso de realidad que “toca” por cualquier lado, interroga, captura la curiosidad y nos fuerza a crear un relato cuyo desenlace no se puede prever.
Otro momento que nos interroga es el de la toma de La Tablada en 1989. El 23 de enero de ese año, miembros del Movimiento Todos por la Patria ocupan los cuarteles del ejército en la localidad de La Tablada y son duramente reprimidos por las fuerzas militares. El MTP estaba liderado por Enrique Gorriarán Merlo, que había sido dirigente del ERP y había participado del sandinismo en Nicaragua. Luego de los levantamientos carapintada de 1987 y 1988, respondidos con moderación por el gobierno de Raúl Alfonsín, su lectura era que había una convicción anti-militarista (anti dictatorial) en la sociedad que los líderes políticos civiles no se atrevían a asumir. Por ende, ante la posibilidad de una nueva instauración del régimen militar, consideraban que era preciso organizar una resistencia popular, para lo cual preparan la acción de ocupación de la Tablada sería el primer paso.
La toma parece una situación sacada de otra época. Un grupo guerrillero que, seis años después del reestablecimiento de las instituciones constitucionales, toma las armas para radicalizar una democratización política a través de una acción armada. El fragmento se presenta al mismo tiempo como actualización de un tiempo que se creía agotado y como arcaísmo que señala el fin de un modo de pensar la transformación social. Pero la anacronía del fragmento es también un reenvío hacia el futuro, un setentismo avant la lettre, que anticipa la reactivación en el escenario político, de los temas de la lucha, la decisión, la militancia y la continuidad del relato histórico de los años 70 como vía para desbloquear el proceso político de transformación.
El fragmento altera la linealidad del tiempo histórico, guarda complicidad con otros hechos pasados y futuros, traza nuevas continuidades. Pensamos ahora en la toma de tierras ocurrida en el Parque Indoamericano en diciembre del año pasado. Y al hacerlo preguntarnos no sólo qué cosas nos dice ese hecho acerca del presente y del pasado, sino también qué es lo que anticipa o anuncia. La toma del Indoamericano cruza la secuencia de la problemática de las tierras y la vivienda con la secuencia de las muertes políticas: Mariano Ferreira, Nestor Kirchner, los qom en Formosa, los casos previos de gatillo fácil, las tres personas muertas en la toma.
¿Qué otro momento de nuestra coyuntura tiene ese grado de complejidad y, a la vez, despierta tan pocos discursos, permanece tan impensado? Quizás el enfrentamiento entre el gobierno y el campo a partir de la resolución 125 en 2008 tenga una expresividad similar a la de la toma del Indoamericano. ¿Podemos pensarlo como fragmento, según los criterios que venimos proponiendo?
El paro de los sectores agrarios para impedir un incremento de las retenciones a las exportaciones de soja y girasol y la movilización de la sociedad que desencadenó actualizaron una voluntad de enfrentamiento en los diferentes sectores (patronales rurales, productores, gobiernos locales, gobierno nacional, clases medias urbanas, etc.) que en ese momento era impensable. Se reactivó, además, la figura de la gratitud al campo en tanto fuente de todas las riquezas del país, en contra del discurso desarrollista que ensayaba el gobierno kirchnerista desde sus inicios.
Frente a esa capacidad del discurso a favor del campo de concentrar las fuerzas políticas opositoras, el gobierno también construyó un discurso que incluyera a sectores más amplios. La 125 evidenció para el kirchnerismo el hecho de que no se puede gobernar con un discurso apolítico, administrativo, de pura gestión. De ahí en adelante, cada medida oficial va a estar acompañada por una definición política: fútbol para todos, conectar igualdad, etc.
La disputa entre el campo y el gobierno fue un momento de gran productividad política, una instancia de quiebre del vínculo del kirchenrismo con la sociedad, que hizo posible la construcción política que hoy cuenta con el apoyo de la mayor parte de la población. Si se puede sostener que el gobierno triunfó políticamente, el ganador en materia de definición del modelo económico fue el grupo de actores vinculados al campo.
El conflicto con el campo puso en evidencia la separación entre clases dirigentes y clases dominantes en el país. En su desenlace se puede entrever la falta de interés de las clases dominantes por desarrollar un proyecto político propio. Su única preocupación es la de asegurarse los negocios. Sus incursiones en política están puntualmente destinadas a revertir un eventual recorte de sus beneficios.
La toma del Indoamericano puede pensarse como la contracara de la 125, el modo en que la ciudad responde al influjo que el modelo concentrado de producción genera en el mercado de tierras y vivienda. Las tomas de tierras, la violencia desatada en los territorios, expresan la parte oscura del modelo económico, señalan que bienestar de las clases populares no es simple aumento del consumo, que una organización justa de la sociedad justa exige medidas que van a afectar necesariamente a las clases dominantes.
Pensamos que el enfrentamiento entre los sectores rurales y el gobierno en 2008 fundó el tipo de ligadura entre modelo político y modelo económico que denominamos ultracentro. En su interior, el desarrollo de la producción agrícola destinada a la exportación y la política de reconocimiento de derechos humanos y sociales se presentan como directamente vinculados (no hay ampliación de los derechos sin intensificación de la explotación sojera). Lo que el Indoamericano desnaturaliza es ese vínculo. Lo virtuoso del fragmento es que es la modalidad del hecho político que no produce identidad centrista, sino una subjetivación monstruosa que tiende a fugar del centro, que cuestiona las mediaciones y los modos de normalización de lo social, evidenciando -a partir de su propia insensatez- la insensatez general de lo social.
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