31 de octubre de 2011

¿Puede hablarse de un derecho al racismo?

La reunión anterior, tratando de pensar las dinámicas políticas actuales, dimos con la idea de ultracentrismo. Esa noción designaría menos una postura ideológica que  una tendencia de las diferentes manifestaciones y formas políticas a converger en un movimiento centrípeto. Menos un espacio que dependa de la voluntad clara y firme de los grupos en el poder, y más la resultante de una dinámica política que responde a una la necesidad y a una posibilidad de articular una precaria estabilidad, un cierto equilibrio entre una amplia diversidad de actores sociales y económicos.

Aquella dinámica centrípeta funciona, entre otras cosas, en virtud de una amplia retórica de los derechos. Lo que nos preguntamos hoy es por una vía más oscura de aspirar a participar de esta estructura. Por una vía abiertamente reaccionaria que nombramos como “derecho al racismo”. ¿De qué se trata?  

En la trama social contemporánea el racismo toma especial fuerza en ciertos momentos de conflictividad. Ejemplos muy visibles en los traslados de los habitantes de una villa hacia otro barrio o en la convivencia de no pocas escuelas públicas de la ciudad. Llamamos ahora racismo a la operación por la cual se traza una divisoria que distingue en las poblaciones -o territorios- entre deseables e indeseables, propios y ajenos. En el lenguaje político actual distingue a los vecinos (a quienes se adjudica plenos derechos para participar de lo público) de los usurpadores (a quienes se califica como delincuentes, ilegales, peligrosos, narcos, villeros, etc.). Los primeros serán considerados las víctimas a proteger y los otros, la amenaza. 

Para ver cómo funcionan estos mecanismos del discurso racista proponemos reparar en la toma del Parque Indoamericano en diciembre de 2010. El enfrentamiento que se vivió por aquellos días en Villa Soldati, lejos de ser codificado como una guerra de pobres contra pobres (como suelen titular los medios de comunicación), fue tratada como un enfrentamiento entre vecinos y ocupantes. Sobre todo a partir de la identificación de quienes participaron de la toma como extranjeros. Macri habló de una “inmigración descontrolada” (responsable de delitos, del narco, de la violencia), en el marco de una proliferación de discursos xenófobos.  

Los inmigrantes/usurpadores contra los que viven en el barrio. El desalojo del parque fue difundido por el gobierno como una recuperación del espacio para los vecinos. Hay un video de la policía metropolitana donde funcionarios públicos se acercan a izar, junto a los vecinos, una bandera argentina en el predio ya vallado luego de la toma. ¿Cuál es la relación entre el racismo y esta forma de neociudadanía que representa la figura del “vecino”? ¿Bajo qué lógica se expulsa a un otro al que se produce como racial, como no-argentino, como peligroso? ¿Se podría hablar de un derecho al racismo?

Lo que el gobierno produjo en articulación con los vecinos del Parque puede ser pensado como un mecanismo de inclusión vía reconocimiento del derecho al racismo. Como cualquier habitante de Barrio Norte o de Caballito, el vecino de Soldati proclama su derecho a diferenciarse del okupa, del negro, del inmigrante. El racismo podría funcionar como un derecho “llave” para el usufructo de otros derechos. Como un derecho de base, que está siempre ya garantizado para la clases medias y altas. Y que serviría para consolidar toda una serie de otros derechos como es el derecho de propiedad, la seguridad, etc. 

La legitimidad política de tipo liberal supone el valor de la igualdad entre las personas. El racismo aparece, en estas sociedades, como un mecanismo de justificación de segmentos desigualitarios. Es una vía para  fundamentar las jerarquías colectivas sin tener que desconocer la premisa (al menos formal) de la igualdad. El discurso racista procede identificando una categoría social “baja” a ciertos rasgos étnicos-nacionales y, sobre todo, a ciertas conductas y modos de modos de vida. Más que identificar “razas”, el racismo es una práctica de racialización.

En el Indoamericano, la designación racial recaía sobre los ocupantes y podía ser efectuada por los vecinos de origen migrante, o por hijos de migrantes. De hecho no se llama “bolita” a todo inmigrante boliviano, sino a aquel al que se le atribuye el estigma de villero, narco, okupa. Así, por ejemplo, cuando Macri denuncia la “inmigración descontrolada” no se refiere a toda la inmigración, y para probarlo se hace escoltar por representantes de la comunidad boliviana y paraguaya. Hay cierto comportamiento que se permite al inmigrante. El racismo aflora en toda su agresividad cuando la actitud del otro aparece asociada a ciertos modos de vida.

El racismo, una vez que se vuelve discurso público, oficializa el tratamiento diferencial de las poblaciones, trazando los límites del cuerpo social. ¿Podemos decir, entonces, que funciona como una vía de producción/representación de sociedad? Una vía microfascista, de distinción que se activa desde abajo y tiene fuerzas inclusivas, potenciadas por un movimiento de exclusión (del sector racializado).

Estar incluido hoy implica poder participar de ese ultracentro que se tiende entre tres vértices: la retórica de los derechos humanos y sociales, la de la sociedad del conocimiento y las nuevas tecnologías, y el imaginario del modelo productivo de exportación de materias primas. Los sectores históricamente ya incluidos no tienen necesidad de ser activamente racistas. La distinción ya les fue dada y se valen de ella en su hacer cotidiano. Pareciera como si sólo hubiera racismo en los barrios periféricos, donde las prácticas racializantes se condenan, asociándolas con una suerte de barbarie.

Reconocemos, en este tipo de conflicto, al menos dos ideas diferentes de igualdad (y de representar la inclusión): una que se afirma en el sólo hecho de estar vivos, la otra que exige el cumplimiento de ciertos requisitos. Para esta segunda, igual es el que paga los impuestos o los servicios, el que trabaja, el que exige seguridad a partir de la propiedad. En un caso, la igualdad es a priori y su lógica radicaliza la ampliación de derechos, y en el otro proviene de la consolidación de la estructura social.

La toma del Indoamericano (con toda su formidable complejidad) puede ser pensada como un momento de choque o polémica entre modos de producción de igualdad. “Porque estoy vivo, tengo que tener un lugar para vivir”. La respuesta que antepone una serie de condiciones a ese estar vivo dispone un ordenamiento racista. Imprime sobre la igualdad de todos una igualdad del nosotros; actualiza un derecho a la distinción, fija límites y crea derechos exclusivos.

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