17 de octubre de 2011

¿Estamos ante un ultracentro político?


¿Puede decirse que en medio de los conflictos y pasiones de los últimos años se ha ido consolidando el último tiempo un poderoso centro político? ¿Qué seria este “extremocentro”? Una imagen inicial útil: la convergencia de los discursos y las prácticas políticas diferentes, incluso contradictorios en una misma ecuación social. La coexistencia de una conflictividad abierta junto con un modo pacificante de negociación continua, conversación cruzada, y de gestión de dicha conflictividad. Tal vez se trate de un momento pasajero, quizás de un rasgo durable del tiempo que viene. Pero, lo cierto es que la política del ultracentro parece sobrevolar nuestra coyuntura política.

Tal vez convenga aclarar de entrada que el ultra-centro no es un punto medio ideológico entre izquierdas y derechas, ni una disolución o moderación de los extremos en beneficio de un centro topológico absoluto. Cuando comenzamos a hablar con cierta timidez de un extremo centro tenemos en cuenta sobre todo la mutua convergencia de procesos muy diferentes en una misma estabilidad general. En una suerte de consenso hecho de la coexistencia de discursos y practicas formalmente antagonistas.

Esta noción de ultracentro podría servirnos para pensar el contexto actual en el país, donde hay un armado político del que pareciera que nadie tiene por qué quedarse demasiado afuera. Un tejido de gobierno al que no entra (salvo algunas excepciones) “el que no quiere”.

Los lenguajes del extremo-centro se repliegan sobre una tríada de motivos: discurso del desarrollo, derechos humanos y sociales, exportación primaria y neo-extractivismo. Así planteado: ¿quién se sitúa realmente excluido de este consenso oficial? ¿Los que llegaron tarde o no supieron adecuarse a tiempo? ¿Quiénes apostaron a hacer fracasar este proyecto para poder conducir la reconstrucción política en otros términos y hoy parecen derrotados? ¿Quién está verdaderamente por fuera, además de Duhalde y Magnetto (los hombres sin retorno)?

En este oleaje centrípeto de lo político, las iniciativas sociales de cualquier tipo que no tienen alguna forma de conexión con el estado no la tienen porque han tomado la decisión de no hacerlo. Y su discurso, aún cuando decidan mantenerse al margen del aparato estatal, es correlativo al del gobierno.

Tampoco hay una disidencia mayoritaria desde los actores del capital económico y financiero. Así como en los ´90 el gobierno encontró en los capitales internacionales su aliado fundamental, corriéndose hacia su lado para gobernar, hoy es el capital el que se pliega al extremo-centro. Por el momento el capital supone que, en este contexto, nada garantiza mejor su despliegue que el ultra-centrismo de gobierno.

Un dato fundamental del escenario económico-político actual es la cantidad de sectores que parecen tener más para ganar que para perder. Sobre todo en el nivel de la economía. No es que el modelo de producción actual haya alterado sus rasgos (monocultivo y de concentración de la ganancia), pero si parece haber ampliado hasta cierto punto la circulación eficiente del excedente en el mercado interno. ¿Cómo se da esa circulación? ¿Cuáles son las demandas de la sociedad?  

Podemos decir que, menos que demandar al estado, los grupos sociales negocian con él. Menos le piden que haga y más, que los deje a ellos hacer (que les facilite los recursos, el espacio, el marco legal). Hay un saber hacer que proviene de lo social y que el estado co-gestiona mediante transferencia de recursos. La pobreza se gestiona mientras es productiva y se reprime toda vez que despierta conflicto. Gobernar es llevar al centro. No tanto evitar la periferia como hacerla resonar con el centro mismo. Porque el centro es eso: resonancia concéntrica de todo el territorio. 

Una invariable indiscutible de todo estado capitalista consiste en reprimir con la policía cuando los pobres quieren dejar de ser pobres y hacen algo concreto en esa dirección. Ese es el nudo del capitalismo. La preservación -mediante la fuerza- de una parte de la población en una situación de sobreexplotación. Eso, que es tan evidente, está sustraído -disimulado- una y otra vez del debate político. En la medida en que el extremo centro se auto-representa cada vez mas como exitoso incluso en el “combate a la pobreza” y se auto-representa como conquista igualitaria creciente.

Hay un conflicto en torno a la igualdad en el actual centrismo. En nombre de la igualdad se admite un nivel creciente de conflicto. A condición de no cuestionar el sistema de invariantes que sustentan la estructura (exportación de granos; sociedad de conocimiento; retorica de los derechos).

El extremo-centro se expresa en imágenes impactantes: La gendarmería en los barrios  (operación Cordon Sur en Capital Federal) no sólo no es leída como militarización social sino que además las propias Madres de Plaza de Mayo la acompañan. Y no es que falten razones para esto. El extremo-centro no es irracional.

El ultracentro se dice desde diversas lenguas ideológicas. Su acceso admite izquierda y derecha, a condición que se asuma el a priori de la gobernabilidad como la exigencia más alta del momento. El ultra-centro es expresión de una obsesión por el gobierno. Por encontrar los modos de tornar gobernable la sociedad, sus conflictos. Sólo por esto, por enfrentar el problema del gobierno y de la representación, el ultra-centro plantea problemas fundamentales de nuestra época.

Comprendemos, entonces, que la contracara necesaria del ultra-centro es la existencia irreductible de la conflictividad social. El ultracentrismo es el modo político de contención de una sociedad que tiende a la desmesura. Es la neutralización de esa desmesura en el nivel propiamente político.  

La conflictividad a la que responde se expresa en los momentos de la vida diaria, no tiene correlación con un discurso o una organización propiamente políticos. A la par de un apoyo mayoritario al proceso político actual, en los intersticios de lo cotidiano proliferan una desidia y una agresividad que están siempre disponibles, siempre listos para aflorar. En este momento de bienestar económico y de conformidad política se vive apesadumbradamente.    

Lo propio del ultracentro es que el malestar no sea político. En el ultracentro no hay lenguaje para el malestar, solo el bienestar puede ser dicho. El resto, transcurre en las aguas subterráneas de la política. ¿De qué surge ese malestar? ¿Es aquella insatisfacción vinculada al ciclo de la publicidad y el consumo? Creemos que trata cada vez menos de la inadecuación entre deseo de consumo y satisfacción mercantil, promovida por el mercado y que tiende a la inserción en el circuito de la producción.

El ultra-centro se conjuga con la abundancia. Con una reorganización de los territorios a partir de la circulación de dinero. No se trata de políticas de integración en un sentido clásico, como inscripción bajo una lógica unívoca. Se aplana la política a la vez que se disparan/diversifican las formas de vivir. Los territorios se contienen pero no se controlan. Hay inclusión mercantil –proliferación de actos de consumo- sin que haya necesaria recomposición de las tramas sociales.

El ultracentro, que encarna la incapacidad de lo político de crear nuevas formas de organización de la vida, funciona difundiendo a todos y a cada uno una “promesa de prosperidad”. Un clima social que Scioli, el exponente más depurado de la neutralización de lo político del ultracentrismo, intenta capitalizar y orientar en los slogans “creo en vos” o “vamos bien” de su ola naranja, gemela de la fiebre amarilla del “va a estar bueno” macrista. En un contexto de ascendencia vía ampliación del consumo, de generación de satisfacción a través del una mayor participación en el mercado, ¿cómo se procesa el malestar existencial en el ultra-centro?

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