25 de abril de 2011

La organización política en la esfera mediática

La reunión anterior habíamos intentado armarnos una noción de lo que es la organización política en la actualidad y habíamos orientado nuestra mirada de acuerdo a dos niveles: uno macropolítico y otro infrapolítico. Decíamos que los actores de la política macro tienden a hablar de cosas generales, en términos de representación, mientras que los espacios infrapolíticos tienen una enunciación más ligada a la situación singular en la que actúan. Para pensar con mayor profundidad esos modos de decir, esta vez nos propusimos reflexionar sobre el tipo de eficacia de la organización política en el orden mediático.

Tenemos la impresión de que hay una diferencia de intensión (también podríamos decir de intención, pero nos estamos refiriendo a lo que opera en el orden del significado -distinto de la extensión- y no a algo previo a la enunciación) en los enunciados de las organizaciones que podríamos situar en cada uno de estos niveles. Mientras que las instituciones macropolíticas ofrecen respuestas, las infrapolíticas formulan preguntas. Unas estabilizan un cierto universo lingüístico, las otras tienden a desequilibrarlo, señalando la insuficiencia de los términos que lo constituyen.

De ningún modo se trata de un funcionamiento complementario, por el cual de un lado se formulan las preguntas que del otro lado serán respondidas. No hay una respuesta necesaria para ninguna pregunta. Cada configuración espaciotemporal de lo social hace posibles determinadas preguntas y habilita determinadas respuestas. En el borde de esa determinación epocal emergen las inquietudes de la política infra, que no pueden ser respondidas de acuerdo a las certezas disponibles, abriendo un espacio de indeterminación. 

Las preguntas así formuladas no cargan en ellas su propia respuesta, pero sí parten de una cierta intuición, de una cierta hipótesis: la idea de que no hay en el lenguaje existente un término que nombre lo que ella señala. Hay un plus de realidad que no entra en las respuestas de las que se dispone, y aflora en forma de pregunta. Las prácticas en el orden de la macropolítica tienden a procesar lo social de acuerdo a unas categorías ya dadas, su palabra es la de la ley, que discierne y subsume a la norma unos modos de ser/hacer que son múltiples y heterogéneos.

¿Podemos decir que hoy más que antes la palabra de la ley se ve desbordada? ¿Podemos advertir una multiplicación de las preguntas, una preeminencia de las preguntas sobre las respuestas? ¿Estamos ante una complejización de lo social? ¿Qué rol juega lo mediático en esa tensión entre la expresión de lo singular que acontece y la aplicación de categorías preexistentes? ¿Lo mediático es esencial a la complejidad de la sociedad? ¿Expresa esa complejidad? ¿La constituye? ¿La anula? ¿Qué es lo mediático?

Al hablar de la esfera mediática nos referimos menos a los medios de comunicación –la cuenta de cada artefacto mediático por separado: la televisión, la radio, los diarios- que a un entramado semiótico que reconstituye el espacio público/privado en términos de información (info-esfera). La descripción de tamaña mutación puede resultar completamente insuficiente si no percibe el modo en que lo mediático participa de la constitución de nuestros propios modos de decir y de actuar.

Cuando pasamos de los medios de comunicación dejan de ser mera presencia de un conjunto de aparatos de emisión/recepción para pasar a engendrar un verdadero medio de la experiencia lo mediático deja de actuar sobre un nivel de la vida (el de la información o el entretenimiento) y comienza a reorganizar la existencia como tal (la visa resulta impensable sin información o el entretenimiento). Los medios ya no componen una dimensión de la vida social sino que pasan a coordinar sus distintas dimensiones, a organizar sus múltiples espacios, a trazar sus líneas de lectura, a ofrecer patrones de coherencia a diferentes enunciados y prácticas. Las maneras más complejas de coordinar la vida social contemporánea son impensables sin este registro de lo mediático. Al punto que podemos asumir (como lo hiciera en su momento Lewkowicz) que la función meta-institucional que en su momento tuvo el estado hoy lo ocupa una coalición inédita entre los mercados y la info-esfera.

Las instituciones políticas tradicionales se resignifican a la par de estas transformaciones. Así como una estructura estatal inscribía ciertos rasgos sobre los actores comprendidos en ella, hoy la esfera mediática conjuga unos nuevos modos de organización y de participación política. Podemos pensar que la constitución de lo mediático como esfera vital –esfera de las prácticas cotidianas- está vinculada con la decadencia del modelo emisor clásico. Los medios de comunicación ya no son simples aparatos de emisión y de formación de opinión, en la infoesfera estos son, más bien, agentes de articulación de enunciados. 

Por ejemplo, en la construcción discursiva que hace el gobierno nacional en el programa 678 hay un modelo más clásico, con una enunciación fuerte, centralizada, pero que cobra eficacia enunciativa en su articulación con los modos de comunicación que se producen en torno a ese espacio televisivo. La población que accede a los contenidos del programa no guarda relación con los datos de la audiencia en el momento de emisión: son muchos más los interlocutores que los televidentes. El “fenómeno” 678 no puede ser entendido si no se tiene en cuenta la circulación de información producida por los supuestos receptores a través de distintas redes sociales (facebook, twitter) y blogs. Este flujo horizontal (ya no desde uno a muchos, sino entre los muchos) de datos e imágenes da lugar a nuevas modalidades de coordinación colectiva, volviendo posible que, desde la computadora de su casa, alguien convoque a una movilización de 40 mil personas en apoyo al gobierno.   

En este contexto, hacer una campaña política ya no equivale a emitir y difundir un discurso. El enunciado políticamente efectivo –capaz de interpelar a los otros, de incentivar acción y organización- no es hoy el de quien controla la emisión. La clave de la construcción mediática del gobierno está menos en el carácter de la emisión (como estructura su discurso, qué dice, cómo lo dice) que en la generación de un entorno de emisión, donde los públicos son los que dicen y difunden. Por eso, podemos decir que un buen operador político es quien tiene la capacidad de ensamblar los discursos y las imágenes que se producen en la sociedad. La mejor campaña no es la del creativo -que idea un slogan o piensa una marca- sino de quien sabe captar lo que está ya presente circulando en lo social. Se trata de un oficio de montajista, como el del anónimo que formuló la frase “Kirchner con Perón, Cristina con el pueblo” luego de la muerte del expresidente.  


Sin embargo, esta misma descentralización y difusión de las instancias de enunciación puede resultar riesgosa para una determinada construcción política. Por eso, el sistema mediático se dispone como un mecanismo modulador de las enunciaciones. Crear un entorno de emisión es habilitar un espacio para que las voces se expresen, pero garantizando que lo hagan dentro de ciertos márgenes, en un campo de lo decible delimitado. En un entorno social en el que veíamos una creciente complejidad, donde proliferan expresiones que no pueden ser respondidas por el lenguaje político dado, lo mediático opera como un dispositivo de gobernabilidad. Ya no se intenta hablar por los otros, tapar con el propio discurso la palabra ajena, sino encausar la pregunta, desactivar la carga alteradora que lleva en ella.

12 de abril de 2011

¿Qué es la organización política?

Nos preguntamos qué es la organización política en la actualidad y nos propusimos responderlo sin limitar la idea de organización a la noción clásica de militancia. Nos referimos a la organización en lo que coincide con las instituciones políticas tradicionales, como los partidos, los órganos del estado o los sindicatos, pero también a todas aquellas organizaciones que divergen de ese nivel institucional más clásico. Observamos otros procesos que exceden esa idea tradicional de acción política.

Lo primero que nos surge es la imagen mayoritaria de la formación como sustento de la organización, propia de las militancias de izquierdas (peronistas o no). Los espacios de formación teórica de los partidos funcionan como dispositivos de sistematización-estabilización de criterios para leer, interpretar y dar sentido a la acción. Por otro lado, nos encontramos con ejemplos de intervención territorial que asumen el rechazo de todo orden previo que delimite sus prácticas. Lo que hay es menos un proyecto acabado que una intención en movimiento, una apuesta a que el sentido de la acción se vaya delineando en la acción misma.

Mientras que en el partido la reflexión teórica sobre medios y fines es una dimensión fundamental de la organización, en estos grupos aparece un elemento diferente, que surge de suspender toda expectativa de redención como condición para la experiencia. “No se trata de transmitir, ni de incluir, ni de aconsejar, ni de salvar, ni de emancipar a los pibes y pibas”, dice Barrilete Cósmico para describir la ética que traman sus tardes de juegos y mateadas en las cercanías de las estaciones de tren del oeste conurbano. Se trata, más bien, de construir una relación, de disponer los cuerpos a que algo pueda darse, a que algo del orden del encuentro pueda tener lugar.

La acción (política, agregamos nosotros. Tal vez más abajo llamemos a esto “infrapolítica”) no es concebida como el camino a transitar entre la situación existente y el orden cosas deseado. No hay una “sociedad” que se pretenda construir ni una finalidad a la que subordinar las variables del presente. El horizonte de la acción es el que impone el hacer mismo, un horizonte menos trascendente que intenso, ligado a lo puede el encuentro. Una política sin fines, por fuera de toda racionalidad teleológica, en la que vemos resonar la tonalidad política que en el 2001 llenó las calles, caracterizada por un agnosticismo respecto de los grandes objetivos.

No se construye tal o cual visión de la realidad, se participa de las formas de vida circundantes, junto con los modos de hacer cotidianos. La pegunta no es ya cómo transformar el mundo, sino cómo ampliar las dinámicas de libertad en una situación concreta. Las situaciones de vida no se descartan por malas o por injustas, sino que se piensan como escenarios de acción, al interior de los cuales pueden crearse espacios de libertad.

En otra experiencia en el mismo sentido, acerca de los talleres textiles clandestinos, encontramos el planteo de la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui sobre la necesidad de crear espacios de ética al interior de las situaciones de ilegalidad. “La contaminación que nosotros manejamos no puede ser digerida por la moral de la izquierda (…) Si no entiendes a la policía y a las mafias por dentro, tu escudo moral resulta inocuo”.  

Hay una renuncia a un orden moral andamiado por valores trascendentes, una renuncia que afirma la micropolítica como ética. Y, si bien se puede pensar a esta política infra como la dimensión de la que parten las líneas que luego la macropolítica retoma, en estos casos lo que se expresa es, más bien, una no-traductibilidad. Son prácticas que más que hablar el lenguaje de la política instituida, lo interrumpen, lo obligan a volver sobre sí, a ver sus propios límites. Tanto Barrilete Cósmico como los grupos que se organizan en torno al trabajo en los talleres textiles tienen poca posibilidad de construir grandes consensos, de operar como actores de la política macro. Sin embargo, tienen una gran potencialidad de afectar otros niveles del orden maquinal de la ciudad.

Cuando, desde su práctica singular y situada, estos grupos dicen “trabajo” (en torno a los talleres) o “infancia” (en la experiencia de Barrilete) se hace referencia a un universo mucho más complejo que el que estas nociones expresan para las organizaciones políticas y sociales tradicionales. Iluminan una dimensión de práctica de lo que es ser chico/a o ser trabajador/a que los conceptos instituidos no dejan ver. La persona que trabaja en un taller textil clandestino se encuentra por fuera de la figura del trabajador que sostiene el sindicato o el partido. Los pibes y las pibas que desarrollan una relación directa con el mundo y con los que estrecha un vínculo a partir de un picado no es reconocible en el estereotipo de niñez que proyectan la institución escolar, o bien ciertas militancias sociales avocados al asunto.

Un ejemplo de organización que transitó desde un orden al otro de la política (de “infra”, a “macro”) puede ser el de Madres de Plaza de Mayo. En su comienzo no se trató más que de salir a la calle para decir/mostrar algo. Un grupo de mujeres que se reúne en la plaza principal de la ciudad, frente a la Casa de Gobierno, para pedirle al estado que informe de sus hijos y sus hijas desaparecidxs. Que se reúne cada jueves a la tarde para expresar con su presencia algo que en el discurso político de la época era imposible de decir. En este salir a la calle sin un programa político previo, no se parte de fines o medios ponderables dentro de la política existente. Es un salir a la calle que abre un espacio de libertad, que escande el lenguaje político disponible (“nuestros hijos nos parieron”, suele decir Hebe de Bonafini).

¿Cuál es la variación enunciativa que posibilita este verdadero acontecimiento político que fueron las Madres de plaza de mayo entre fines de los años 70 e inicios de los 80?: la alteración (no violenta) del régimen discurso en torno a la guerra en curso, la declaración de un estado de excepción continuo y permanente, es decir, la recusación de la vigencia de la ley mientras “nuestros hijos no aparezcan vivos”: mientras no estén, no se puede aceptar la ley. La irrupción de esta enunciación conmociona el orden político (político-militar) y abre un nuevo campo de significaciones, en que nuevas cosas comienzan a ser dichas. Se puede pensar que hace unos años las madres de plaza de mayo actúan en un nivel diferente, un orden macropolítico, expresando cada vez más a sectores que se involucran en la apuesta abierta por el gobierno actual.

¿Qué es lo que diferencia una perspectiva infrapolítica de otra macropolítica? ¿Se trata de una diferencia de alcance, de escala? ¿o se trata de organizaciones y modos de eficacia sustancialmente diferentes?¿podemos pensar en una diferencia en los modos de intervención en una cierta situación, una diferencia de modo de enunciación? Estamos tentados en pensar que la macropolítica habla “de” todos pero no habla “a” todos, mientras que la infrapolítica no habla “de” todos pero habla “a” todos, será así?

En el próximo encuentro intentaremos elucidar cómo funcionan las organizaciones en un contexto mediático.