La reunión anterior habíamos intentado armarnos una noción de lo que es la organización política en la actualidad y habíamos orientado nuestra mirada de acuerdo a dos niveles: uno macropolítico y otro infrapolítico. Decíamos que los actores de la política macro tienden a hablar de cosas generales, en términos de representación, mientras que los espacios infrapolíticos tienen una enunciación más ligada a la situación singular en la que actúan. Para pensar con mayor profundidad esos modos de decir, esta vez nos propusimos reflexionar sobre el tipo de eficacia de la organización política en el orden mediático.
Tenemos la impresión de que hay una diferencia de intensión (también podríamos decir de intención, pero nos estamos refiriendo a lo que opera en el orden del significado -distinto de la extensión- y no a algo previo a la enunciación) en los enunciados de las organizaciones que podríamos situar en cada uno de estos niveles. Mientras que las instituciones macropolíticas ofrecen respuestas, las infrapolíticas formulan preguntas. Unas estabilizan un cierto universo lingüístico, las otras tienden a desequilibrarlo, señalando la insuficiencia de los términos que lo constituyen.
De ningún modo se trata de un funcionamiento complementario, por el cual de un lado se formulan las preguntas que del otro lado serán respondidas. No hay una respuesta necesaria para ninguna pregunta. Cada configuración espaciotemporal de lo social hace posibles determinadas preguntas y habilita determinadas respuestas. En el borde de esa determinación epocal emergen las inquietudes de la política infra, que no pueden ser respondidas de acuerdo a las certezas disponibles, abriendo un espacio de indeterminación.
Las preguntas así formuladas no cargan en ellas su propia respuesta, pero sí parten de una cierta intuición, de una cierta hipótesis: la idea de que no hay en el lenguaje existente un término que nombre lo que ella señala. Hay un plus de realidad que no entra en las respuestas de las que se dispone, y aflora en forma de pregunta. Las prácticas en el orden de la macropolítica tienden a procesar lo social de acuerdo a unas categorías ya dadas, su palabra es la de la ley, que discierne y subsume a la norma unos modos de ser/hacer que son múltiples y heterogéneos.
¿Podemos decir que hoy más que antes la palabra de la ley se ve desbordada? ¿Podemos advertir una multiplicación de las preguntas, una preeminencia de las preguntas sobre las respuestas? ¿Estamos ante una complejización de lo social? ¿Qué rol juega lo mediático en esa tensión entre la expresión de lo singular que acontece y la aplicación de categorías preexistentes? ¿Lo mediático es esencial a la complejidad de la sociedad? ¿Expresa esa complejidad? ¿La constituye? ¿La anula? ¿Qué es lo mediático?
Al hablar de la esfera mediática nos referimos menos a los medios de comunicación –la cuenta de cada artefacto mediático por separado: la televisión, la radio, los diarios- que a un entramado semiótico que reconstituye el espacio público/privado en términos de información (info-esfera). La descripción de tamaña mutación puede resultar completamente insuficiente si no percibe el modo en que lo mediático participa de la constitución de nuestros propios modos de decir y de actuar.
Cuando pasamos de los medios de comunicación dejan de ser mera presencia de un conjunto de aparatos de emisión/recepción para pasar a engendrar un verdadero medio de la experiencia lo mediático deja de actuar sobre un nivel de la vida (el de la información o el entretenimiento) y comienza a reorganizar la existencia como tal (la visa resulta impensable sin información o el entretenimiento). Los medios ya no componen una dimensión de la vida social sino que pasan a coordinar sus distintas dimensiones, a organizar sus múltiples espacios, a trazar sus líneas de lectura, a ofrecer patrones de coherencia a diferentes enunciados y prácticas. Las maneras más complejas de coordinar la vida social contemporánea son impensables sin este registro de lo mediático. Al punto que podemos asumir (como lo hiciera en su momento Lewkowicz) que la función meta-institucional que en su momento tuvo el estado hoy lo ocupa una coalición inédita entre los mercados y la info-esfera.
Las instituciones políticas tradicionales se resignifican a la par de estas transformaciones. Así como una estructura estatal inscribía ciertos rasgos sobre los actores comprendidos en ella, hoy la esfera mediática conjuga unos nuevos modos de organización y de participación política. Podemos pensar que la constitución de lo mediático como esfera vital –esfera de las prácticas cotidianas- está vinculada con la decadencia del modelo emisor clásico. Los medios de comunicación ya no son simples aparatos de emisión y de formación de opinión, en la infoesfera estos son, más bien, agentes de articulación de enunciados.
Por ejemplo, en la construcción discursiva que hace el gobierno nacional en el programa 678 hay un modelo más clásico, con una enunciación fuerte, centralizada, pero que cobra eficacia enunciativa en su articulación con los modos de comunicación que se producen en torno a ese espacio televisivo. La población que accede a los contenidos del programa no guarda relación con los datos de la audiencia en el momento de emisión: son muchos más los interlocutores que los televidentes. El “fenómeno” 678 no puede ser entendido si no se tiene en cuenta la circulación de información producida por los supuestos receptores a través de distintas redes sociales (facebook, twitter) y blogs. Este flujo horizontal (ya no desde uno a muchos, sino entre los muchos) de datos e imágenes da lugar a nuevas modalidades de coordinación colectiva, volviendo posible que, desde la computadora de su casa, alguien convoque a una movilización de 40 mil personas en apoyo al gobierno.
En este contexto, hacer una campaña política ya no equivale a emitir y difundir un discurso. El enunciado políticamente efectivo –capaz de interpelar a los otros, de incentivar acción y organización- no es hoy el de quien controla la emisión. La clave de la construcción mediática del gobierno está menos en el carácter de la emisión (como estructura su discurso, qué dice, cómo lo dice) que en la generación de un entorno de emisión, donde los públicos son los que dicen y difunden. Por eso, podemos decir que un buen operador político es quien tiene la capacidad de ensamblar los discursos y las imágenes que se producen en la sociedad. La mejor campaña no es la del creativo -que idea un slogan o piensa una marca- sino de quien sabe captar lo que está ya presente circulando en lo social. Se trata de un oficio de montajista, como el del anónimo que formuló la frase “Kirchner con Perón, Cristina con el pueblo” luego de la muerte del expresidente.
Sin embargo, esta misma descentralización y difusión de las instancias de enunciación puede resultar riesgosa para una determinada construcción política. Por eso, el sistema mediático se dispone como un mecanismo modulador de las enunciaciones. Crear un entorno de emisión es habilitar un espacio para que las voces se expresen, pero garantizando que lo hagan dentro de ciertos márgenes, en un campo de lo decible delimitado. En un entorno social en el que veíamos una creciente complejidad, donde proliferan expresiones que no pueden ser respondidas por el lenguaje político dado, lo mediático opera como un dispositivo de gobernabilidad. Ya no se intenta hablar por los otros, tapar con el propio discurso la palabra ajena, sino encausar la pregunta, desactivar la carga alteradora que lleva en ella.
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