Querido Yuyo
Hace tiempo recibí tu carta, parte ya de una larga conversación, que si bien no sucede al margen de los incesantes acontecimientos políticos que se producen en el país, tiene una relativa autonomía de las coyunturas. Veo en primer lugar que hay un problema en cuanto al juicio sobre el kirchnerismo, llamándolo sin más “modelo”. Porque a pesar de que la palabra modelo parece señalar un conjunto establecido de contenidos, estilos y lenguajes, en verdad estamos ante una situación muy abierta y novedosa. Hay, sí, algunos esbozos permanentes, por un lado intentos de crear un orden consolidado y por otro, incesantes acontecimientos sin guión previo que pueden ser dispersivos pero mantienen una gran potencialidad democrática. Necesidad y contingencia, las dos dimensiones del ser político. No es fácil decir entonces a que nos referimos con la expresión “modelo”. Obedece más a la lógica de disputa del poder, que a un cuadro fijo de acciones articuladas y prefiguradas con capacidad de amoldar hechos futuros, aunque sí de darles un nuevo marco polémico. Hablaría mejor de algo parecido a lo que el historiador Shumway popularizó con el nombre de “ficciones orientadoras”. El gobierno las tiene y están en discusión: en los últimos tiempos, hay que buscarlas en las propuestas de industrialización y en las alianzas entre la esfera científico técnica y la autonomía productiva.
Personalmente, Yuyo, podría compartir de tu descripción muchos aspectos a los que no dejo de reconocerles la necesidad de agudizar la imaginación pública para definirlos más acabadamente. Pero la razón final de tu crítica se refiere a exigencias que solo un gobierno con fuertes hipótesis anticapitalistas podría sostener. Me adelanto a decir que no comparto las definiciones de muchos que apenas quieren un capitalismo más amable, serio o adecentado. Pero están en discusión las viejas hipótesis de la dimensión anticapitalista que toda expresión libertaria –nacional popular, democrática radicalizada o socialista clásica- siempre supo convocarse para defender. Para los que no queremos albergar la política en neocapitalismos de nombre diverso, ¿qué alcances tendría hoy una política no capitalista? Al señalar en tu carta todas las zonas que considerás discutibles del kirchnerismo, las resumís en que representan al cumplimiento de los “objetivos y de las ideas de la derecha”. No pienso así, y a pesar de que a veces aparecen nombres desalentadores para juzgar el transcurso de esta experiencia, en lo fundamental me parece que también la cuestión del nombre está a la espera de que la vida política en su conjunto se exija más a sí misma en términos de invención y expectativa.
No me parece justo calificar de derecha a una experiencia que entre todas sus complejidades, sigue conteniendo fuerte expectativas de cambio emancipador, pero si hace largo tiempo estamos empeñados en esta correspondencia –hace más de dos años, lo que me parece un testimonio de amistad y camaradería, al margen de las diferencias-, es porque también creemos –pienso aquí en todos los que tenemos similar formación política-, que hacen falta nuevos nombres para calificar las líneas esenciales de lo que está ocurriendo, tanto como es necesario afinar nuestras propias opiniones y posiciones. ¿Por qué nuevos nombres y no las descripciones que tan severamente exponés, como “el avance incontrastable de la sojización, de la extranjerización, la concentración y la centralización de capitales…”? No ignoro ninguno de esos fenómenos, y otros parecidos, a los que en casi todos los casos matizaría con diversos hechos que también me parecen atendibles y no los veo mencionados en tu carta, más allá de reconocimientos episódicos de cuestiones de gran importancia que en muchos casos fueron apoyadas por la bancada parlamentaria de Libres del Sur, sectores de izquierda, el socialismo y otros.
Pero insisto, nuevos nombres, y si querés, nuevas definiciones en relación a las posibilidades, tanto de este tipo de gobiernos como a ese tipo de formulaciones que desean ser “más consecuentes” respecto no solo a la timidez que se le adjudica al kirchnerismo en sus reformas, sino también a lo que parecería su concordancia con las grandes condensaciones del poder mundial o local. Nuevos nombres: el kirchnerismo es lo que podríamos llamar un “analizador intrépido” del inmediato pasado, munido de un gran realismo político, al cual puede adjudicársele algunas de las frases atemperadoras de Raúl Alfonsín hacia 1986, dirigida a sus críticos de izquierda: “no tomamos el palacio de invierno”. Esto es, era un gobierno tímidamente reformista en el inmediato tiempo post-dictatorial, reconstructor de previsibles instituciones representativas, atacado por fuerzas poderosas que él mismo no pensaba afectar sustancialmente en sus intereses.
El kirchnerismo es mucho más atrevido, tiene la fruición de la coyuntura inesperada y se mueve desatando nudos históricos en general con una visión progresista, pasando a un capítulo superior de las cosas –sobretodo en momentos de apremio-, prefiriendo no repetir motivos conservadores, sino al contrario. Confía en la virtualidad de una historia social de procesos colectivos que abren puertas a oportunidades emancipatorias. Es cierto que proviene también de las fraguas internas de un partido tradicional, que en verdad está siempre en estado de congelamiento, como un gigante dormido que no obstante vigila con ojos entreabiertos sus intereses. Algunos querrían despertarlo para que se revitalizara sin rémoras clientelistas. Otros, que se desmigajara para que la sociedad reabsorbiera realmente sus memorias pero no sus gravosos procedimientos. De su seno, aparecen de tanto en tanto fenómenos de diferenciación, tomando elementos progresistas, de centro izquierda, evocando memorias del “peronismo revolucionario”, etc., que entran en tensión con la caparazón del propio PJ, sin abandonarlo. Entonces, se produce la gran discusión: ¿este partido en estado de hibernación permanente, conviene mantenerlo así para que sea un mudo respaldo pragmático; conviene reactivarlo como un “partido de derechos humanos”, o hay que descartarlo del todo pues a pesar de su somnolencia astuta, es el gran límite a las transformaciones? Es evidente que esta época tiene mayores respiraderos y hay cierta audacia en las decisiones que fueron las que le dieron su identidad más versátil al gobierno, pero la cuestión del partido justicialista, pero por añadidura, del sistema de partidos en la Argentina, no está saldada.
El gobierno se mueve dentro de los grandes órdenes económicos mundiales, y aún así, buscando líneas interiores, intervenciones no complacientes y aspectos autonomistas que no son los que abundan en la historia económica, política y diplomática del país. Pongo por ejemplo el discurso en la ONU de la Presidenta. Se trata de una meditada intervención en los asuntos mundiales de carácter progresista y que cuenta con el atrevimiento de proponer una modificación en el mismo consejo de las Naciones Unidas, al que se ve como arbitrario o sectario. ¿Hay ese mismo atrevimiento en otras cuestiones? Veamos. Una de las líneas maestras de la acción gubernamental, como se sabe, es una suerte de opción productivista, sin los nombres anteriores –hay uno nuevo: tecnópolis-, pero a la que le agrega una mayor sensibilidad social que la que tuvo el desarrollismo originario. Del último Perón toma su noción de la integración mundial con leve acento autonomista, quizás un poco menos la cuestión ecológica, y decididamente se inspira en un fuerte llamado a la unidad nacional, no en abstracto –como indicó la Presidenta en el acto de Huracán-, sino postulando sectores dinámicos como protagonistas privilegiados. El “Pacto Social” del Perón del 74 se revive últimamente con fuertes apelaciones al empresariado y a las organizaciones centralizadas de los trabajadores, aunque a éstas, a diferencia de los primeros, les hace mayores invitaciones al abandono de las prácticas corporativas. Por otro lado, de un modo muy contundente, se ha fijado un ideal productivo, emanado de fuertes atenciones que se le brindan al sector científico-técnico, del que se espera que contribuya con el esqueleto intelectual de las nuevas posibilidades industrializadoras del país. Considero todos estos temas aptos para grandes pronunciamientos públicos; discusiones no cerradas.
No veo en estos casos una derechización, como se asevera, Yuyo, en tus intervenciones. Veo más bien un programa clásico de desarrollo nacional con un fuerte impulso institucionalizador –las paritarias en un sentido, la ley de internas obligatorias en otro-, que se corresponden con un pensamiento hasta ahora no declarado y que creo que también proviene de la fuente peronista clásica, la más solicitada por el gobierno: hay una etapa “doctrinaria” y otros “institucionalizadora”. Desde luego, la institucionalización compone una escena dilemática. Nunca puede haberla por completo, ni es posible abstenerse en su totalidad de ella. Del mismo modo, la proclamada “unidad nacional” se torna una pieza habitual de todos los gobiernos mayoritarios, confiados en que en esa proclama conviene refugiar una ostensible hegemonía, basada en una convicción totalista, que siempre tuvo el peronismo, y que sin embargo, envuelve una paradoja. El peronismo histórico postuló la unión nacional y para las clases poseedoras eso no era creíble. Ya el Pacto Social del último Perón llegó a interesar más a los sectores tradicionales del empresariado y a las fuerzas del orden en general. La esencia de tales llamados, hechos desde los movimientos populares, es la de proteger su capacidad de convocatoria, realizando la confrontación de manera implícita, oblícua o tangencial. Las derechas temen también estas formas de conflictividad que sin embargo hablan el lenguaje de la conciliación. Cuando los movimientos populares toman el rumbo de una desaceleración conciliante –le pasó al peronismo clásico, puede pasarle al kirchnerismo- los verdaderos núcleos de poder mundiales y locales tratan de aprovechar la situación, pero nunca la creen sincera. Al mismo tiempo, las izquierdas, que a priori atacan a los gobiernos reformistas, cuando éstos se hallan en medio de la tormenta y mueven el timón en direcciones ambiguas, encuentran cumplida su hipótesis y dicen “¿vieron? ¡ya lo habíamos dicho!”, cuando en verdad no precisaban ninguna evidencia de lo frágil que es la historia, sino que se actuaba con preconceptos intactos y predeterminados.
De tal modo, el gobierno continúa teniendo un proyecto reformista e industrialista, que quizás esté menos en sus textos y discursos (aunque también lo está), que en su facticidad evidente. Los hechos realizativos aparecen desprovistos de fundamentaciones de mayor alcance, no me refiero a una teoría de la historia, sino a un itinerario colectivo trazado con nociones más avanzadas de historicidad (lo que incluye imágenes de una sociedad democrático-libertaria), a los que de todos modos hay una cercanía en los conceptos esgrimidos actualmente. Sin embargo, existe una explicitada vocación de sostener un “desarrollo con inclusión social”, o en otras de sus versiones, “desarrollo con valor agregado, ciencia, técnica y producción”, o aún otra más: “alimentos y valor agregado a la materia prima en origen”. ¿Es el modelo? Si se le agregan elementos de su postulado sobre la autonomía financiera, rechazo al ajustismo, hipótesis de distribucionismo económico social, igualitarismo en la percepción de bienes y servicios, etc., estaríamos dentro de un estilo demócrata social avanzado, si se lo compara con la historia argentina reciente y la propia situación mundial. Estas fórmulas son las clásicas herencias cepalianas o desarrollistas de la antigua “teoría de la dependencia” pero en la era de la globalización. A ésta, por momentos se la elogia, pero la política económica real no se condice con la estrategia habitual de la globalización, sino que posee aspectos estatistas y proteccionistas de diverso cuño y alcance. ¿Qué nada de esto supondría la existencia de un proyecto de transformaciones más audaces? Puede ser, pero tampoco estamos ante un mero “posibilismo”, como se decía antes, porque no puede ignorarse una plexo de intereses (lo llamo así para no decir meramente “derecha”), que si bien en algunos casos se superponen con acciones de gobierno (no puedo negarlo, y eso tiene diversas interpretaciones), en lo fundamental (esto es, lo esencial de la situación, su carozo interno, que es lo que estamos discutiendo), se trata de un camino que las fuerzas mundiales de dominio no comparten y sigue siendo atacado por los reaccionarios vernáculos (permitime aquí que emplee una noción un poco abstracta pero aún certera), que no cesan de lanzar dardos y anatemas por sus medios de comunicación.
No hay entonces posibilismo. Hay zonas de yuxtaposición de intereses así como también zonas de alta fricción. No posibilismo, entonces, sino transformismo experimental. Hay rodeos, tiradas animosas, retrocesos, cálculos ostensibles sobre la base de lo previsible, evocaciones del lenguaje movilizador del pasado para sostener hechos muy heterogéneos, pero que aún sin ser audaces, precisan de la lengua movilizadora. La situación, entonces, es abierta. No concuerdo con los que la ven ya cerrada, lacrada en un contenido de derecha, menemista o amenazadora hacia la movilización social.
Y aquí entramos a un tema capital: la memoria social de la movilización argentina y el modo en que la toma el gobierno. Para ser más explícito: ¿qué debe hacer un estilo o un comportamiento de izquierda ante estos hechos? Voy a responder, Yuyo, en primer lugar, tomando un reciente reportaje que leí de Miguel Bonasso, a propósito de su libro El Mal. Veo la publicidad del libro en la carrocería de los colectivos, con su título que parecería una jugada más de Editorial Planeta en torno a los cíclicos intereses de una gran cantidad de lectores sobre ciertos temas demonológicos, exorcismos y técnicas que nos salven de las satanizaciones diversas que siempre están al acecho sobre las almas disponibles para la gran cosecha que hacen los dioses oscuros del mundo, los poderosos que desde las penumbras dirigen lo hilos de aquellos que incluso dicen oponérsele. Cuando Bonasso dice que los Kirchner se “inventan biografías”, combina una denuncia moral con una denuncia del “modelo”. Ni me convence lo primero –por compartir términos muy familiares al moralismo burgués- ni lo segundo, por lo que antes dijimos. Hay situaciones abiertas antes que variables anudadas de un modo fijo. No obstante, no voy a hablar mal de Bonasso, pues siempre sentí afecto hacia su estilo denuncista, su necesaria estridencia, su escritura de publicista enérgico, su arrebatado instantaneísmo, su capacidad de focalizar temas con virtuosismo de periodista y agitador; en el fondo, un buen novelista, como lo demuestra su libro menos comentado, La memoria donde ardía.
En un reciente reportaje de Clarín que me llamó la atención por su agresividad –a no ser que frases causales, que todos decimos, hayan sido tomadas por el periodista de este diario como conceptos graníticos, definitivamente torneados-, Bonasso señala al kirchnerismo como una falsía, la continuación del menemismo por otros medios (o por los mismos), sostenidos por gentes que piensan en su “billetera”, y en última instancia, regido a la distancia por poderes armamentistas, bushistas, corporaciones como Barrick, y muchas otras consideraciones que imagino que pertenecen a la conglomeración del Mal, aunque esto corre por mi cuenta, no leí todavía el libro. Pero al pasar, dice una frase: “los Kirchner inventaron un pasado heroico, en el que no participaron, para encubrir la continuidad del proyecto menemista disfrazándolo con acusaciones de modelo neoliberal, lo cual no significa que no hayan tomado buenas medidas”. Analicemos esta frase, en un reportaje donde habla de “corrupción estructural”, “tráfico de influencias”, “banana republic”. No voy a intentar refutar una a una estas afirmaciones más propias de la estridencia lanatiana, pues en cada caso, sobretodo en el tema de la minería, sería necesario decir que hay que mirar con mayor atención lo que ocurre, reencaminar esa crucial cuestión en dirección a procedimientos diferentes, sobretodo en aspectos empresariales, tecnológicos y jurídicos, para que incluyan decididamente el respeto ambiental, la no depredación de los glaciares, la racionalidad cultural de los implementos tecnológicos, el control exhaustivo hacia las decisiones empresariales con un nuevo tipo de retenciones, etc.
En cada caso, si la discusión fuera con documentos en la mano, Bonasso no deja de aseverar proposiciones dignas de discusión, que no dudo que serán la marca del período que viene. ¿Pero por qué se convierten estos temas acuciantes –minería, valoraciones sobre el pasado, irregularidades en el desempeño de las instituciones públicas-, en un núcleo cerrado de decisiones, como si dijéramos ya planificadas, determinadas por un mito de dominio forjado por embaucadores, herméticamente sellado y envasado al vacío, una suerte de irrespirable menemismo redivivo?
Es fácil –apelo al digno y cotidiano sentido común- percibir que no es así. Pero tampoco Bonasso puede creer que sea así. Voy de nuevo a la cita que hice de su entrevista en Clarín sobre la “continuidad del proyecto menemista”. Leemos allí la frase “lo cual no significa que no hayan tomado buenas medidas”. Hay un problema lógico aquí, que menciono, Yuyo, por que lo veo también en muchos razonamientos de la oposición de izquierda al gobierno. Muchas veces se dice… “y sin embargo, tomaron ciertas medidas que…” Y allí se enuncia, según quién hable, la asignación universal, las AFJP, Aerolíneas, la ley de medios, Papel Prensa, etc. Planteo un mero problema lógico. Si estuviéramos frente a hechos macizos, sin ninguna porosidad, un bloque de acciones maléficas que solo se distinguen por la corrupción, la impostura y el saqueo, por una la continuidad de las derechas, jamás podría emplearse una frase adversativa en relación a las “buenas medidas”. ¿Cuáles? ¿Por qué no se las menciona? Imagino una respuesta: porque su mera mención implica el reconocimiento de que esta es una situación nueva, que podrá tener aspectos muy criticables, e incluso concedamos: ciertas continuidades con modalidades que cuestionamos en el pasado, pero en esencia todas estos recursos condicionantes, están inscriptos en situaciones nuevas, abiertas a un territorio inesperado de transformaciones, a un reino de posibilidades potenciales que son como una claro en la espesura. El lenguaje traiciona la voluntad política de condenar la totalidad de una situación, así como la condena absoluta no tiene un lenguaje convincente para sostenerse, so pena de coincidir aquí sí totalmente con los deseos declarados e indeclarados del viejo conglomerado de intereses conservadores, hoy expresados por dos grandes periódicos nacionales en campaña de demolición.
Para Bonasso y para muchos grupos de la oposición de izquierda parecería que existe un doble fondo moral y perceptivo; uno, el que lleva a una condena unánime del gobierno con fuertes tonos moralistas y satanizadores; otro, realista, imposible de omitir, respecto de que podrían ser bien vistas algunas “buenas medidas”. Considero que en esa fisura lógica de un razonamiento que parte de una condena implacable, hay una explicación que se está debiendo. Si sacamos las consecuencias últimas de esa fisura –reconocer que de todas maneras algo se ha hecho- sería imposible la condena absolutista y ciega a los gobiernos de Kirchner y Cristina Kirchner. Ya la sola enunciación de esa excepción –las buenas medidas- aunque tratada de una forma difusa, sin decir cuáles medidas ni que significan en concreto, sin embargo debería introducir una duda en el razonamiento de la demolición, sobretodo cuando la crítica se hace desde los medios de comunicación que expresan la trinchera de un poder mediático que sin duda precisa también su ala izquierda.
Ahora bien, éste es un problema. No seré ni esquemático ni haré gala de escasa comprensión hacia esta cuestión de tamaña espesura. ¿Cómo interpretar un gobierno que aunque sería continuidad de “lo peor del pasado” (encubriéndose en vestiduras transformadoras e igualitaristas), hacealgunas cosas buenas que incluso el centro-izquierda apoyó desde el parlamento? ¿Ese reconocimiento no pesa a la hora de matizar el juicio adverso? No, porque ese juicio se lo ofrece desde órganos de prensa sobre los que no se discute en ningún momento a qué continuidad del oscuro pasado pertenecen. Es por lo menos poco ecuánime esta disparidad de criterios, que afecta el análisis político. Se dirá que la oposición de izquierda o de centro-izquierda no tiene donde expresarse, y sé que este es un tema de principal relevancia. Compleja cuestión que no puede hurtarse de la discusión ni admite una respuestacompendiada. Lo cierto es que este tema es un capítulo de un asunto central: las relaciones del gobierno reformista con las izquierdas, incluyendo también las que creen que están frente a un mero apéndice del neocapitalismo o de la globalización.
Pienso que el gobierno, que posee muchos matices, discusiones potenciales que se desarrollarán de maneras que no pueden ahora ser previsibles y un programa de reformas que aun no se ha esbozado plenamente para un próximo período, -que no será fácil-, no es un gobierno de izquierda, que no puede asumir objetivamente ese papel (como piensa Laclau que debe hacerse), pero que toma medidas inusuales para el período histórico que atravesamos en el país y en el mundo. En cierto sentido es más de “izquierda”, sin tener ese nombre, que partidos y gobiernos que aunque llevan ese nombre, son irremisiblemente más timoratos y pragmáticos. Lo definiría como un gobierno de gran esponjosidad, que no es ni la continuidad del menemismo (¡qué absurdo sería definirlo así!), ni tiene un programa anticapitalista o antiglobalización, pero que un poco a la manera “bonapartista” –no me gusta este concepto porque es casi siempre peyorativo, pero lo uso a modo de desafiante brevedad-, se sitúa como un mediador social que a veces expone una idea homeostática de la sociedad (lo que tiende siempre a la estabilidad del cuerpo social), pero en verdad está casi siempre disponible para desequilibrar –como en el fútbol a veces se dice del factor diferencial de algún delantero- en el sentido del igualitarismo y el impulso novedoso. ¿Es poco? ¿Podría hacer mucho más un gobierno de Binner, que tiene un programa predominantemente liberal-republicano (no lo critico, son ingredientes valorables cuando se articulan con los grandes torrentes de la historia), y que sin duda no se caracterizaría, como no lo hizo el de Tabaré Vázquez, por enjuiciar el entorno mundial y local de maneras originales o inesperadas? Entiendo las alianzas políticas. Pero reflexionen ustedes, Yuyo, como representantes de una tradición popular de la izquierda, si están adosados ahora a una expectativa más prometedora que aquella que abandonaron con argumentos que, tomados uno a uno, eran atendibles, aunque flaqueaban a la hora de buscar respuestas mejores en lo que ofrece la política real tal como se hace en la Argentina.
El gobierno, ciertamente, se mueve entre el deseo de orden y la inevitabilidad de tener que asumir o desencadenar cambios. Su afán tecnológico tiene un valor homeostático, equilibrador, cuando se toma la tecnología como un mero lazo lineal con la producción, y un valor eponjoso, absorbedor de pluralidades, diferenciador y promisorio, cuando toma los temas de la autonomía tecnológica, (su no neutralidad valorativa) y los de una intuición general sobre la inexistencia de una “variable independiente” de carácter tecnológico, que al contrario, debe vincularse con la democratización del conocimiento antes que con la “sociedad del conocimiento”, con una sociedad igualitaria antes que con la tasa de ganancia capitalista. En fin, hay algo en la sociedad argentina que determina siempre, por cierta fatalidad heredada, que los grandes frentes políticos de transformación que deben constituirse, se presenten en pedazos discordantes y separados en los momentos electorales. Los movimientos populares son víctimas de esa situación, pero a su vez suelen tener responsabilidad en producirla debido a que prefieren solidificarse a través de aglutinamientos fuertemente nominados (yrigoyenismo, peronismo). Esos aglutinamientos aseguran emblemas de unidad pero son causantes también de malas formas de unidad.
Pero también el socialismo dejó escurrir su nombre –de uso hoy casi ornamental- en pactos recurrentes con las inconsistentes formaciones moralizantes de las pequeñas burguesías rurales y urbanas. Decís, Yuyo, que “no nos separan conceptos teóricos o visiones filosóficas expresadas como generalizaciones abstractas, nos separa un abismo de hechos concretos que no los reconocemos cristalizados como parte de nosotros”. Creo que está bien buscar la verificación de los hechos concretos para sustentar visiones filosóficas. El campo intelectual está fracturado, sin embargo, de un modo que podría replantearse a fin de que esas mismas cosmovisiones puedan dirimir con más precisión, primero, la relación de los legados conceptuales –por ejemplo, el socialismo-, con los hechos restringidos que se producen en su regazo o entorno; y segundo, el cotejo de los propios hechos auspiciosos, entre los cuales muchos de los que deberán ser mencionados, forman parte de aquellos que es menester reconocer como los que muestran que “de todas maneras, algo se ha hecho”. Esta mera constatación desganada, sin embargo pone en crisis la manera liviana en que se interpreta al gobierno Kirchner como continuidad de derechas, menemismos o fascismos, como irresponsablemente profirió en estos días Tomás Abraham. El arrebato de los destemplados se basa en la ilusa constatación de continuidades y equivalencias con una larga serie de errores e injusticias que arrastra el país. Pero el simple uso del lenguaje, - el adversativo que dice: de todas maneras hubo algo que estuvo bien-, traiciona a estas apresuradas inquisiciones.
Acabo de leer la solicitada a favor de Binner de muchos intelectuales, a los que conozco y con los que espero seguir debatiendo, incluyendo al inmoderado Abraham. Ví allí tu nombre. Y reconocí que de alguna manera, prosigue la vieja tarea que de muy jóvenes iniciáramos, pensar en sociedades forjadas con la arcilla de la justicia profunda y en los intercambios epistolares que ojalá prosigan, a pesar de que no interrumpan los variados desacuerdos, pues éstos son también la sal y el espíritu con que se amasan las futuras esperanzas.
Horacio González
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