12 de julio de 2011

La hegemonía como problema político


Nos preguntamos por la hegemonía como problema político. Hay una acepción, con gran presencia en el debate político, de hegemonía como dominio autoritario de un sector sobre otros. Esta perspectiva nos interesa menos que otra, propia de la teoría política actual, que relaciona hegemonía con democracia y tiene entre sus exponentes al politólogo argentino Ernesto Laclau. La vez anterior hablamos de la corrupción de las formas políticas, de la cual la hegemonía podría ser la contracara: un momento creativo, de producción/composición de esas formas.

La noción de hegemonía tiene una historia que atraviesa, por lo menos, dos estaciones: una marxista y una posmarxista. En la primera, planteada por Lenin y retomada por Antonio Gramsci, la hegemonía tiene una condición de clase. Para Lenin, la situación revolucionaria requería que el campesinado integrara un bloque bajo hegemonía proletaria. Gramsci sostiene que la hegemonía es la dominación de clase cuando no es puramente militar, cuando es producto de acciones de coerción combinadas con acciones de construcción de consenso; está ligada a la cultura, al lenguaje, a la religión, y al factor nacional: a fenómenos que el marxismo tradicional colocaba en la superestructura.

Luego, hay una estación posmarxista, dentro de que se encuentra Ernesto Laclau. Él hace una lectura de Gramsci en la que deja caer la idea de que la hegemonía es de una clase social. Sostiene que la hegemonía no tiene una relación orgánica con la economía, sino que su carácter es puramente discursivo. Llama populismo a una cierta configuración semiótica, donde pueblo es el significante central. En una entrevista que le hicieron hace unos años, Laclau dice que los argentinos pudimos pensar en términos posestructuralistas antes del posestructuralismo porque vivimos el peronismo, con una composición que evidencia la falta de relación natural entre clase e ideología.

En Argentina, en efecto, podemos situar una genealogía rica y propia de la hegemonía. Sobre todo a partir de los textos de John William Cooke. A partir de la década del 60, Cooke planteaba que el peronismo era un movimiento policlasista, atravesado por una ideológica clasista. “Hay movimientos policlasistas, pero no hay ideologías policlasistas”, decía. Un movimiento puede ser policlasista, afirmaba. Pero nunca puede serlo una ideología. Las ideologías son de clase: expresan siempre una experiencia y unos intereses que se proyectan sobre el conjunto. El peronismo de los años sesentas era, entonces, para Cooke, un movimiento dentro del cual se desarrollaba un disputa entre una ideología burguesa y una ideología proletaria. La producción de hegemonía es la difusión de la ideología de una clase sobre otras, es el hecho por el cual el punto de vista de las clases subordinadas se articula en torno a la preeminencia de la ideología de una de las clases fundamentales.

De Cooke a Laclau, los pensadores que piensan la centralidad histórica y política del peronismo se esfuerzan en el reconocimiento de una enorme complejidad de lo social. Cada quien a su modo, se trata de la relación no lineal entre clase e identidad política. Mientras Cooke mantiene un criterio clasista de última instancia, Laclau prioriza una tendencia radical a la fragmentación de lo social y a la disolución de las clases. Así, para Laclau existe una relación esencial entre producción de hegemonías y posibilidad de considerar lo social mismo fragmentado. La social complejo está constituido por fragmentos incapaces de organizarse por sí solos. De allí el carácter estratégico de la intervención hegemónica.

Para Laclau, en efecto, la hegemonía es el acto por el cual la dinámica política produce lo social mismo. En un esquema simple burguesía-proletariado es más fácil pensar la política como expresión de una dinámica de la economía, pero cuando la composición social es tan diversa, sólo la hegemonía produce un efecto (simbólico e imaginario) de sociedad. Laclau no cree que la producción de hegemonía esté determinada por alguna base previa (material o económica) sino que la sociedad es un efecto producido política y discursivamente.

Si tomamos del posestructuralismo el distanciamiento respecto de una dicotomía entre base económica y superestructura política/ideológica/discursiva (del marxismo clásico), entonces podemos llamar hegemonía a la lógica estructurante que produce sociedad, que es transversal a los niveles económico, político, cultural, jurídico; siendo siempre un fenómeno de naturaleza discursiva. Hasta acá Laclau.

El desafío de este pensamiento consiste en articular una idea de la hegemonía sin articularlo con idea alguna de clase social. De allí que podamos hacernos algunas preguntas para nuestra situación ¿Es realmente útil entre nosotros un pensamiento de la hegemonía que prescinda de la clase?, ¿cuáles son los elementos de la actual construcción de hegemonía? ¿estamos en un momento de producción de hegemonía o, más bien, en lo que Gramsci llamaba “crisis hegemónica”?

Si observamos los discursos políticos en la actualidad con el lente de la hegemonía, vemos que se discuten formas de gestión, leyes, derechos. ¿Podemos decir que estas discusiones involucran una nueva forma de producción de lo social en general?. ¿Y es relevante, para responder a esta pregunta, cuestionar la pervivencia y las mutaciones del modo de producción capitalista (vidas mediadas por la propiedad, por la relación mercantil?. Para completar el arco de las preguntas: durante la reunión pasada hablábamos de una hegemonía del mercado. ¿Qué puede querer decir que el mercado sea hegemónico?

En un contexto latinoamericano de mayor activación política de los grupos sociales, donde la fórmula de intervención estatal y mayor participación de los movimientos sociales en los aparatos de gobierno se presenta como alternativa al paradigma liberal, ¿estamos ante una reconfiguración del capital o se trata, en cambio, de un momento de avance contrahegemónico? Podemos decir que ambos procesos están presentes por igual e, incluso, que se implican mutuamente; pero eso nos disuadiría de pensar el modo en que se compone la situación actual. ¿Cuál sería la diferencia entre una reconfiguración capitalista y un momento contrahegemónico? Sería, creemos, una diferencia de relación de fuerzas. Veamos.

En primer lugar, si hablamos de hegemonía capitalista es porque no hay, estrictamente, un modelo capitalista: el capital no se reproduce siguiendo un esquema, sino que va actualizando el modo en que logra hacer primar una forma sobre otras en la producción de lo social, de asegurar la primacía de la relación de propiedad o monetaria sobre otros tipos de relación social. Hay hegemonía, a su vez, porque hay elementos que no se reconocen como esencialmente capitalistas, pero que el capital articula, funcionaliza y resignifica. Así pensada, la hegemonía no responde a un modelo político, sino que es una práctica, un modo de reorganizar de modo incesante siempre los términos en función de un cierto dominio.

Dentro de ese juego, se podría llamar reconfiguración capitalista a una nueva composición de los elementos que constituyen lo social en función de la máxima rentabilidad para el capital. Es decir, estaríamos ante una fuerza directriz, capaz de organizar los elementos de acuerdo a una lógica que le es propia. Se podría sostener, en cambio, que estamos en un momento contrahegemónico si la acción del capital está siempre a la retaguardia de fuerzas a sociales de otro signo, que lo desafían y le exigen una continua renovación, que será nuevamente desbordada.

Si nos centramos en los discursos del gobierno actual, podemos entrever una distinción entre un nivel general donde se siguen sosteniendo premisas capitalistas y otro donde se dan pequeñas disputas en torno a esos significantes. ¿Se trata de dos niveles de una misma construcción hegemónica o de una disputa de hegemonía al interior del kirchnerismo? Suele decirse que el kirchenrismo está tensionado entre progresismo –intelectuales, organizaciones de derechos humanos, movimientos sociales- y pejotismo –sindicalismo, punteros políticos, articulación con el empresariado. ¿Puede hablarse del kirchnerismo como un espacio de disputa entre ideologías? Si reactivamos la pregunta de Cooke en relación al peronismo, ¿deberíamos seguir planteándola en términos de clase?

¿Y en qué sentido valdría la pena hablar hoy de política clasista? Mas que la distinción en términos de clases, se habla hoy en términos de modos de organización política nuevos y viejos. Sin embargo, intuimos que si hegemonía es un concepto que permite entender lo procesos políticos actuales como producción de sociedad, producción de los modos en que la sociedad se produce es porque también hay actualidad en la noción de clase social. Desprendida de esa categoría, hegemonía podría aplicarse a cualquier fenómeno de jerarquización o dominio de algo sobre otra cosa.

En la complejidad económico-simbólica propia del capitalismo tardío ya no podemos hablar de dos clases sociales sino de una pluralidad de sectores. De todos modos, en esa pluralidad pueden identificarse configuraciones de dominio, relaciones de mando. Podemos sostener que hay un problema de clase en la medida en que hay disputas, por ejemplo, en torno a la renta inmobiliaria, la salud privada, la cuestión étnica. Es decir, problemas de poder ligados a la explotación. La producción de vida subordinada, de tiempos y espacios dispuestos por mecanismos de poder fuertes nos dan una idea de la explotación en términos puramente políticos. Hay grupos sociales que son dominados bajo esos procedimientos: viven en guetos, o no acceden a la salud, no acceden a la vivienda, o son superexplotados en el trabajo servil, o producen servicios subordinados a un mando exterior, o son desplazados de la tierra, etc.
  
Para hablar de clase como categoría política –una vez derruida la distinción entre producción económica y producción simbólica/discursiva como dos planos- es preciso darnos una noción de explotación como realidad de mando o de dominio, que no es exclusivamente la de burgués-trabajador, que constituye sujetos trabajadores del mismo modo que constituye otras subjetividades. De la idea marxista (económica-objetiva) de que la clase subordinada en el capitalismo es aquella que está obligada a vender su fuerza de trabajo, acentuamos el elemento de obligación. El capital es el que obliga, ya sea a vender o a comprar. El capital es que el fija el intercambio mercantil como forma-motivo de la relación social.

Ante este panorama, los teóricos de la hegemonía tienden a colocar la producción de formas sociales dentro de la política entendida en términos tradicionales: con el estado como actor central y la nación como circunscripción espacial. Nosotrxs veníamos pensando en términos de una hegemonía del capital y a ese respecto nos preguntamos: ¿puede esa primacía de lo global como espacio y del mercado como centro ser pensada desde esta teoría política?

La interpretación que parece prevalecer en la actualidad es la que advierte que hay un resurgimiento de una centralidad estatal, del debate como práctica de producción política, y su figura central: la del intelectual como productor de hegemonía (Gramsci), es decir, que estamos ante lo hoy denominado “revitalización de la política”. En este contexto, hegemonía se vuelve un concepto ligado a la conciencia de un dominio del estado, que nos resulta insuficiente para pensar lo que veníamos llamando hegemonía del mercado, que ya no es la producción de subjetividad nacional ni es el capital produciendo consenso cultural a través de los agentes del estado. Se trata de una experiencia de reorganización de la producción, del consumo, de las imágenes, de las ciudades; que ya no depende del factor estado-nación.

Contra la idea de que vuelve la política como fenómeno nacional, puede pensarse al peronismo como traductor a nivel nacional de las tendencias de época a nivel regional. Lo cual se aplicaría tanto a la figura del estado de bienestar en el período 1946-1955, como a los movimientos guerrilleros durante las dictaduras, el neoliberalismo en la década del 90 y el neointervencionismo estatal en la actualidad. Aún sosteniendo esta hipótesis, cabe la pregunta por cómo se construye o disputa la hegemonía en cada caso, por cuáles son las clases activas en cada proceso.

¿El kirchnerismo es una reelaboración de una hegemonía de clase o la construcción de una contrahegemonia? La pregunta no es si al interior del kirchnerismo existen sectores que cuestionan la continuación de tendencias neoliberales, ya que eso evidentemente ocurre. En tanto un armado hegemónico es un sistema de sumisiones, directamente no podría hablarse de hegemonía si no hubieran esos antagonismos. La pregunta por el carácter progresista o conservador del kirchnerismo apunta a vislumbrar cuál es la fuerza imperante. Es decir, cuando Laclau dice que en el populismo el pueblo es hegemónico ¿quién es ese pueblo? ¿domina sobre qué otra cosa?

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