25 de junio de 2011

La corrupción de las formas políticas

La pregunta a partir de la cual intentamos trazar una línea de reflexión sobre la coyuntura actual es ¿qué pensamiento tenemos acerca de la corrupción de las formas políticas? De las formas políticas, es decir, de esos modos de hacer (lo) común que se crean colectiva, socialmente y que se mantienen activos/productivos durante cierto tiempo.

En primer lugar, corresponde aclarar esta idea de corrupción de una forma política. Cuando hablamos de forma política hacemos una distinción respecto de otras formas históricamente relevantes de lo social: jurídicas, institucionales, morales, etc. Por política vamos a entender -casera y provisoriamente- el arte de la autoconstitución de lo social/colectivo. Lo jurídico, lo institucional, lo moral son políticos a veces y sólo a veces.

Cuando hablamos de formas, no lo hacemos al modo clásico. Forma no es idea pura, sino configuración de una potencia. Estas configuraciones son dinámicas y no responden a modelo alguno. Se crean y deshacen para dar paso a nuevas configuraciones. De allí también que por corrupción entendamos, ante todo, ladescomposición (eventualmente la perversión, entendida en un sentido no moralista) de una configuración de potencia cualquiera.

Así planteada, la pregunta por la corrupción de las formas, no se propone emitir un juicio sobre el carácter moral, institucional o jurídico de las acciones individuales, o sobre la conducta de quienes las realizan. Decimos corrupción no en relación a una moral que ordenaría los modos de acuerdo a unos valores (honestidad, rectitud, justeza) sino como momento del devenir de una forma política. Se apunta al proceso vital de esas formas, donde corrupción sería la perversión de la lógica interna por la que cada una se compone y que implica su desactivación. Nos alejamos, por ende, de una apreciación del mundo político desde un orden moral, para situarnos en la especificidad de lo político.

En los orígenes de la filosofía clásica, Platón sostiene que las formas de gobierno tienen una existencia perfecta en tanto que idea, solo que al efectuarse tienden a la corrupción. Por este movimiento, formas políticas nobles –como la democracia, la aristocracia o la monarquía- terminan degenerando en formas corruptas como la tiranía, la oligarquía o la demagogia. Ahora, si dejamos de pensar en términos de modelos puros ideales y nos centramos en las configuraciones políticas existentes como potencias colectivas de auto-constitución: ¿qué podemos decir de sus mutaciones y su devenir? ¿qué signos debemos descifrar para seguir sus líneas de composición/descomposición? ¿cómo actuar en cada fase de estosciclos?

Partimos de la hipótesis según la cual, para comprender la vertiginosa aceleración de los procesos de producción y perversión de las formas políticas en la Argentina actual tenemos que remitirnos al año 2001 y a su inmensa fuerza centrifuga de formas de gobierno. 2001 como momento de hiper-destitución, pero también de inmensos ensayos de autogestión sobre la base del abismo. Muchas de las formas que vertebran los últimos años de política nacional y que hoy tienen su auge encuentran su justificación más contundente en contraste con la crisis del 2001 como momento de una considerable innovación social, sobre todo en torno a los llamados movimientos sociales que venían madurando en los piquetes, en los escraches; luego, en las tomas de fabricas y el cartoneo o el trueque y, finalmente, en las asambleas vecinales.

El año 2001 podría ser tomado menos como un punto cronológico en un trayecto lineal y más como punto extraordinario o umbral, cuyo significado sería el siguiente: capacidad de la acción social fragmentada para crear formas colectivas sobre el fondo indeleble del mercado, con un suelo específica y salvajemente mercantil.

2001 es el nombre de unas condiciones bajo las cuales se crean y deshacen de modo veloz formas políticas nuevas. La principal novedad de la década abierta por la crisis del 2001 fue la capacidad del kirchnerismo de inventar una forma duradera y eficaz de gobierno para estas nuevas condiciones (suelo mercantil; acción colectiva sobre el abismo).

Podemos hipotetizar que esta vocación de gobierno estimuló (y fue exitosa por) la constitución de al menos tres configuraciones políticas novedosas: la relación entre movimientos sociales y el estado que se abrió en el período kirchnerista, el entramado entre organismos de derechos humanos y gobierno, y un nuevo tipo de pacto o vínculo inter-generacional específicamente político que, a partir del recuerdo de activismos de otras épocas, activa una militancia muy característica de nuestro presente.

Queremos reflexionar sobre estas tres formas políticas. Para hacerlo, proponemos un criterio que nos pueda orientar respecto su ciclo de composición-corrupción. Ese criterio es la exigencia de producir experiencias colectivas en ruptura con la hegemonía de mercado. No se trata de una tarea fácil. Cuando las formas políticas que se pliegan sobre esa lógica, decimos, se corrompen.

La perversión en el plano de las formas políticas no se confunde –es demasiado fácil olvidarlo- con la corrupción moral, la patología institucional o con el delito jurídico. La configuración política supone creación de valores colectivos, organizativos, éticos. La perversión de estos valores sólo puede ser captada y evaluada a partir de una sensibilidad, de una interpretación específicamente política. En ese plano, los casos de corrupción de las personas y los eventuales ilegalismos -la violación de la propiedad privada, la falta y los derechos de las personas, el robo, la mentira, etc.- no cuentan por su peso moral/legal sino sólo como síntomas de un diagnóstico específicamente político.

Lo evidente es que, en general, no se considera corrupta una iniciativa que, habiendo nacido dentro del mercado, tiene como objetivo la acumulación material. En cambio, sí aparece como corrupta la recaída de una práctica política en la lógica mercantil. Si lo hegemónico en las relaciones sociales es la réplica de la condición mercantil en las diversas esferas de la vida, el principio capitalista del beneficio aparece como racionalidad natural. La creación política implica la creación de una alternativa a ese funcionamiento.

Ahora bien, las formas políticas no niegan el cálculo mercantil, sino que aspiran a replantearlo. Por tanto, en el surgimiento de una forma política hay siempre cálculo: lo que no hay es una persistencia del cálculo económico o la especulación estrecha del beneficio. Las formas políticas -esta es otra hipótesis que nos proponemos- se crean a partir de la mutación, alteración o ampliación del cálculo (y no simplemente por sus suspensión).

Que las formas políticas alteran los cálculos es una afirmación que, según creemos, vale sobre todo para la realidad histórica posterior a la crisis del 2001. Sin embargo, es desafiante examinar al menemismo bajo esta exigencia. En su hora también la cara privatista del peronismo neoliberal alteró el cálculo mercantil introduciendo en él la privatización del patrimonio público, ampliando el horizonte mercantil y adecuando a esta operación los niveles institucionales, comunicativos y de ética pública. Más allá de la corrupción moral a que el menemismo quedó asociado, podemos preguntarnos por la decadencia de esa forma política vinculada con su intento de extralimitarse en el tiempo, continuando la aventura mas allá del período en que ese cálculo beneficiaba a los actores de esa política: el intento de una tercera reelección.

Una mirada retroactiva nos muestra que esta cuestión estaba presente en no pocos dilemas políticos del pasado reciente. Cuando Hebe de Bonafini, desde Madres de Plaza de Mayo, denunciaba a quienes cobraban las indemnizaciones, por ejemplo. Ella temía la licuación política de su lucha en el mero cálculo de mercado. No había forma política disponible para pensar de otro modo esa situación.

Hebe, que había hecho durante décadas del rechazo a todo intento de acercamiento por parte del estado un modo de la justicia y de radicalización de las prácticas, vio en el gobierno de Néstor Kirchner la apertura de una nueva tendencia y, de modo consecuente, se dedicó a participar activamente en la constitución de una nueva forma política. Esta decisión alteró un cálculo (político) en base a la percepción de una oportunidad histórica. Cuando Néstor Kirchner dice frente a la ONU “somos hijos de las madres de plaza de mayo”, Hebe lee un cambio de escenario y activa una modificación en sus cálculos, muta un modo de construir interlocución social.

En la reinvención de Madres hay una modificación de los propósitos de la organización, que se plantea en nombre de una continuidad de objetivos: “vamos a hacer lo que nuestros hijos hubieran querido hacer”. Un gesto que hace diferencia con el resto de los organismos de derechos humanos, que entienden que deben mantenerse en sus tareas especificas como organismos. ¿Cuáles son las condiciones de esa innovación?

Crear un inmenso emprendimiento productivo, sobre todo en torno a la construcción de viviendas populares dignas, supone un contacto territorial intenso y una interacción con códigos barriales existentes. La magnitud del desafío (producir vínculos diferentes sobre ese suelo mercantil), queda dicho, no es menor. La incorporación en un sitio estratégico de la figura de Sergio Schoklender al proyecto, entendemos por ahora, no se reduce a una dimensión psicológica de las madres (o de Hebe) con que los medios tanto han insistido. Posiblemente haya algo más. Una disposición de Schoklender, criado en una cárcel, fundador de un centro universitario, graduado en dos carreras, aupado por Madres como con toda la confianza que se le da a quien se quiere redimir.

De hecho, la vida de Schoklender sugiere que el cálculo de las Madres tiene un componente realista. Asunto este que se descuida cuando se trata el “escándalo actual” como un caso de corrupción moral, de anomalía institucional o de ilegalismo. Preferimos interrogarnos de otro modo: ¿cómo piensa una organización con una trayectoria como la de la fundación (antes asociación) de Madres de Plaza de Mayo a la hora de ingresar en territorios en donde la crudeza del cálculo de mercado constituye el principal desafío? La pregunta es política: ¿cómo se ingresa a los barrios, cómo se produce el vínculo con el territorio, cómo se da en ese terreno la relación con la violencia, el dinero, las relaciones jerárquicas? Situamos en este nivel la posibilidad de evaluar lo esencial de la forma política en cuestión: la composición o corrupción de estas formas.

Concebimos a Schoklender, ante todo, como una persona de reconocida capacidad de operar en el mercado. Que aparezca ligado a una gran fortuna (propia o no), a operaciones financieras vastas, no nos sorprende ni, desde el punto de vista político, nos escandaliza. Se dice que Sueños compartidos es el segundo gran contratador de obreros de la construcción del país. Se le atribuye también una frase (creíble en todo sentido): “somos la única empresa que puede entrar en los barrios”. La apelación a ilegalismos varios no constituye, por tanto, el centro de nuestro dilema. Lo que sí nos interesa es comprender este realismo, valorar el gesto político de Sueños compartidos y preguntarnos hasta qué punto todas estas formas de intercambio (legales, de poder, económicas, etc.) han resultado, o no, en una adecuación a la subjetividad de mercado.

Como forma política, el emprendimiento de Madres no puede ser reducido a parámetros de funcionamiento empresarial (eficacia de gestión) ni estatales (corrección procedimental administrativa). La naturaleza política del emprendimiento exige que lo evaluemos partir otros criterios tales como la calidad del armado territorial, la articulación con los actores de los barrios, el modo de replantear-dignificar el problema de la vivienda y la construcción, la capacidad de instituir criterios democráticos para el manejo del dinero, del poder simbólico, del tratamiento del lazo con las personas.

Y todo esto partiendo del hecho de que el elemento político y el mercantil se dan de modo íntimamente articulado. ¿Qué tipo de forma política es pensable y defendible en estas condiciones? ¿En qué condiciones una forma política puede incorporar el cálculo mercantil sin disolverse como tal? ¿Podemos pensar como composición virtuosa a los procesos en que el mercado queda alterado (subordinado, limitado, gobernado) y, por el contrario, que una forma política se pervierte cuando no produce más criterios que los mercantiles puros? Una discusión como esta parece proponer Horacio González en su libro sobre Néstor Kirchner cuando afirma que los medios tomaron el asunto de la fortuna del expresidente de modo errado: “fue un político con capital y no un hotelero que se beneficiaba de la política”.

La tensión entre política y mercado es inherente al paradigma neo-desarrollista vigente, para el cual la gestión supone un encabalgamiento estado-mercado. El estado empresario desarrollista interviene directamente en la economía, como un actor y no sólo con un rol de regulador o bienestarista. Desde esta perspectiva el de Schoklender puede ser visto como un caso extremo –incómodo y desagradable- de un cálculo que las organizaciones articuladas con el aparato estatal tienen derecho a hacer en virtud del paradigma del que participan. ¿Esa articulación, por implicar la incorporación de un cálculo de mercado, desactiva necesariamente las formas políticas que involucra?

En cuanto a las Madres de Plaza de Mayo, lo que nace de esa articulación es una fórmula evidentemente política. Su acercamiento con el gobierno podría ser visto como uno de los principales gestos fundacionales del período político actual. Un período que tiene entre sus marcas fuertes el ya citado acto de autoproclamación de Kirchner como hijo de las Madres y su correspondiente reconocimiento como tal (así como la cesión de Hebe del pañuelo a Cristina Fernandez en un acto público).

Un rasgo que no habíamos captado con toda claridad de este proceso es la connotación política que esta serie de gestos prepara para pensar lo político alrededor de lazos familiares. La forma política de la militancia como vínculo entre generaciones, propia de estos tiempos, encuentra su origen mítico entre nosotros en este sistema deadopciones.

La idea de que la actividad y el interés por la política son algo valioso es producto de una reactivación que ocurre a partir del 2001, pero con un formato mucho más claro a partir de mediados de la década. El capital político del militante era en los '90 tendiente a la insignificancia. No había cálculo posible allí. El asunto cambia bastante los últimos años, en que la generación de los '70 encuentra un legado que ofrendar y los hijos una herencia que recibir. La muerte de Néstor Kirchner salda míticamente este intercambio.

¿Cuál es el cálculo de quien está en posición de hijo (que recibe el legado del padre/de la madre)? No se trata ahora de responder esta pregunta, sino de repasar lo que nos venimos preguntando. ¿Reactiva esta nueva forma política el mero cálculo mercantil o más bien, como suponemos, lo modifica en algún sentido significativo y hasta qué punto?

Preguntarnos por el cálculo y por sus variaciones supone, entonces, mirar un real de la forma política (cualquiera sea), una condición de su eficacia, un índice de su corrupción. La nobleza de una forma política estaría dada, quizás, por su capacidad para habilitar cálculos más interesantes, abiertos, siendo la corrupción una recaída en los cálculos mezquinos, ya consabidos.

Si volvemos a esta forma política articulada míticamente en torno a las figuras de la familia y de la adopción ¿Cómo operan aquí los cálculos? ¿cómo asume una nueva generación esta relación con la historia y, al mismo tiempo, con su entorno actual? ¿Cómo coexiste la voluntad juvenil de producir valores (éticos, organizativos, etc) bajo la aparente repetición de una gestualidad heredada, en el contexto de una invitación a muchos cuadros juveniles para ocupar lugares en la gestión estatal?

La pregunta por la creación/corrupción de las formas políticas no intenta interpretar negativamente el presente sino que se propone claves bien diferentes a las que los medios nos entregan en lenguaje moral, institucional o legalista. Tanto la corrupción como la configuración de formas son criterios políticos para una época que, cada vez más, se auto-representa en esos términos. Substraída de la mirada moralista, la corrupción política no representa necesariamente el fin de las formas implicadas, que pueden regenerarse o mutar. Pero sus grados de perversión o de florecimiento son índices fundamentales de la salud del proceso político en curso. La complejidad social resulta incomprensible (e inexpresable) cuando se abandona la tarea de instituir formas políticas adecuadas.

En otras palabras, la discusión en torno a la noción de la hegemonía política, que estos días reaparece en varios blogs y medios de comunicación, posee el límite de desconocer la pregunta por la salud de estas prácticas políticas. Sin pensar las condiciones mercantiles, las imágenes de hegemonía política se estrechan y se enredan en torno a fenómenos menos sugerentes, como la lucha por la producción/destrucción de consensos, predominantemente en torno a los medios.

En esta perspectiva, nos gustaría afirmar que la corrupción, en la medida en que indica la persistencia de condiciones neoliberales de existencia de lo social, expresa la avidez de su contracara: la generación de formas políticas nuevas.

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