Por Raul Cerdeiras
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Con ese título se organizan innumerables debates. Es un título revelador de una concepción de la política que debemos mandar decididamente a los museos. Que descanse tranquila en los museos la idea de que la política es esencialmente una acción práctica, a lo sumo guiada por una teoría que ella tendría la misión de realizar. En cambio, y para decirlo de entrada, si afirmamos que la política es ella esencialmente un pensamiento, entonces su vínculo con la “clase” intelectual, con el intelectual “crítico”, pierde todo sustento.
La idea que la política es un pensamiento conlleva el de su autonomía (como el arte, la ciencia, etc.) e impide que haya un sector especial (los intelectuales, la “cultura”) distinto al de cualquier habitante de este planeta al que se lo tenga que hacer depositario de un vínculo especial con ella. Sería irrisorio plantear el tema de la relación de los intelectuales con el arte, la ciencia o la filosofía, porque va de suyo que en el horizonte de nuestra civilización esas especificidades caen en el área de lo pensante. Y aunque la política en la experiencia marxista-leninista haya inscripto en su seno la palabra “teoría” esta tenía esencialmente un sentido ligado a conocimiento, que no le impidió jamás ser precisamente ella la que atormentó a más de un “intelectual” con el tema de su compromiso político.
La generalidad que acarrea el término intelectual sirve para que se encargue de ocupar el lugar de pensamiento. De un pensamiento que se emite bajo la forma de un juicio que juzga a la política (a favor o en contra de sus actos y contenidos reales). Esa posición se emparienta con una decisión de orden moral acerca del Bien y del Mal y termina entrelazándose con principios filosóficos. Y esto es determinante para ratificar que el mentado tema del compromiso parte del presupuesto de considerar a la política como una práctica, esencialmente una acción que se vale de recursos técnicos propios (lucha, violencia, organizaciones) para lograr sus objetivos. Las complejas relaciones entre la filosofía y la política, cuya tensión más explícita quizás esté en la obra de Platón, terminó finalmente encadenando a la segunda a la primera. Muchas veces las Tesis sobre Feuerbach de Marx fueron considerados textos tanto filosóficos como políticos deslizándose en una zona gris que se nombra “filosofía política”. Este campo confuso da nacimiento a la visión, dentro de la cual hoy se sigue planteando el tema del compromiso, de que la política no podía pensarse a sí misma, que era una simple práctica cuyo sentido final debía ser prodigado por la filosofía, la Historia o la moral. Será en función de esas ideas que el intelectual juzgará finalmente una política. A la inversa, cuando desde una política se le exige un compromiso al intelectual, en el fondo lo que se le está pidiendo no es que participe con su cuerpo en las tareas “prácticas”, sino que juzgue de tal manera que declare que esa política se ajusta a los grandes ideales que los pensadores están encargados de producir y velar por ellos.
Pero debemos extirpar a la política de su tutela filosófica y dejar que ella se de sus propios principios, sus ideas y que abra los lugares propios para una acción consecuente con ellos, que experimente y juzgue en interioridad los efectos de su práctica, que invente sus formas materiales de organizarse, etc. En ese sentido hay que deshacerse de la filosofía-política que es la vieja pretensión de la filosofía de mantener en su orbita a los fundamentos de la política, de la misma manera que el arte se independiza de la estética y la ciencia de la epistemología, que son otros tantos dispositivos con los que la filosofía intenta mantener su hegemonía por medio de un supuesto saber universal que ella encarnaría.
Tomemos un intelectual “populista” o un intelectual orgánico de un partido marxista-leninista, en este tema no hay una diferencia esencial. Es casi seguro que en su corazón y en su mente está convencido de la justeza de un viejo dicho popular, que incluso se usa en algunas propagandas para enaltecer a ciertas tarjetas de crédito, que dice: “lo más importante en la vida no se compra con dinero”. Ahora bien ¿cómo ser un intelectual populista y sostener este mismo principio frente a pueblos hambrientos? O dicho de otra manera ¿cómo sostener este principio (que es una herida mortal que destroza el corazón mismo de la vida regida por el capitalismo) del que se desprende una política de emancipación frente a “su” pueblo que clama por dinero para satisfacer sus necesidades básicas? Es en ese instante que el intelectual escinde violentamente la política del pensamiento y la pone como una simple práctica al servicio de las necesidades. Pero lo hace pagando un precio (valga la paradoja) muy alto: separarse del pueblo, poniendo una distancia ente ellos (pobres víctimas) y nosotros (intelectuales bien alimentados), en definitiva, consagrando una desigualdad que, dicen, quiere combatir. Pero inmediatamente se justifica diciendo que él lucha para que todos se alimenten, estudien, etc. y así el pueblo también tendrá la posibilidad de pensar en “esas cosas”. Pero esa lucha de entrada está perdida porque el intelectual (¿será esta la cuestión central en la que se anida la idea de representación en política?) no trata a la gente como portadora de la capacidad de pensar, querer y rebelarse por las cosas importantes que no se compran con dinero, y eso fatalmente lo lleva a ocupar el lugar del redentor (es decir un Amo…bueno, por supuesto) del que “ayuda” al desvalido, y para decirlo con la palabra que habilita toda dominación silenciosa, transforma al pueblo en víctima, al sistema en el verdugo y a ellos en liberadores. Todo esto encierra una profunda desconfianza en el pueblo.
Que la política es un pensamiento es algo difícil de admitir por los intelectuales formados al amparo de la antigua política, porque los deja sin trabajo. Frente a los sucesos de Marruecos, Egipto y ahora en España, en donde los pueblos, la gente, mezclados sin ser portadores de ninguna “entidad” sociológica, se rebelan y la rebelón está entre esas cosas “importantes de la vida que no se compran con dinero”, estos viejos intelectuales miran con alegría y admiración esta acción, pero dejan siempre en un cono de sombras la capacidad que tendrán estos pueblos para encontrar un rumbo correcto con miras al futuro y expresan su miedo de que el sistema se los trague y todo quede en definitiva en la nada. En el fondo para esta raza de intelectuales sobra entusiasmo y acción pero falta programa y orientación, desconfían. Desconfían que el mismo pueblo invente, en el lugar mismo en que se manifiesta, su propio camino.
La política es un pensamiento autónomo porque, entre otras cosas, no es un programa para la acción. El Estado es el que entiende a la política como un programa de acción y los partidos son los encargados de suministrar esos programas. Pero como esos programas deben realizarse en la práctica tienen que ser posibles, es decir, estar en consonancia con las condiciones reales, objetivas, de una situación. Es el posibilismo más rastrero que hoy experimentamos.
La política es un pensamiento autónomo porque ha renunciado al objetivo central de tomar el Estado y, en consecuencia, ya no dirige su estrategia teniendo como objetivo destruir globalmente al capitalismo y desactivar de raíz de una vez y para siempre el rol represivo del Estado en un acto único y monumental llamado “revolución”. Al renunciar al Estado decidió que su acción emancipadora no debe subordinarse al pensamiento del todo sino más bien declarar que la política sucede en situaciones locales, particulares.
La política es un pensamiento autónomo porque no parte de un programa sino de los acontecimientos que no encajan en el modo ordinario de entender la política, de lo que la gente piensa y declara sobre ellos y de las nuevas posibilidades que abre.
La política es un pensamiento autónomo porque enuncia los principios que la sostienen y no busca “aplicarlos” a una realidad exterior, como en la vieja pareja de teoría y práctica, sino que sus ideas deben abrir un espacio inmanente, interno, en el interior del cual experimenta las consecuencias de su acción que se desarrolla bajo la regla de la fidelidad a las mismas. Acá nunca se sabe con certeza si lo que se hace es consecuente con la idea y tampoco se saben de antemano las consecuencias que se producen.
La política es un pensamiento autónomo porque afirma que los seres humanos, todos sin excepción, piensan. Pero piensan con una libertad y creatividad insospechada toda vez que se resquebrajan las estructuras y estereotipos en los que el Estado y la sociedad nos incluyen y atornillan en todo momento y nos regla un comportamiento adecuado a ese lugar.
Somos contemporáneos de un fenómeno de consecuencias incalculables: entre aquellas cosas “que no se compran con dinero” el capitalismo mundial logró comprar a las políticas que levantan la idea de la emancipación. El sometimiento de la política a la lógica del capital es tal que hasta hay países que marchan aceleradamente hacia el capitalismo bajo banderas que lucen una hoz y un martillo o bajo la consigna del Socialismo del Siglo XXI. Pero los primeros gestos emancipativos de los pueblos que manifiestan que ellos no se incluyen en esa compra que se está dando en el mundo. Asumen la forma de un grito ¡que se vayan todos! ¡No nos representan! ¡Nosotros pensamos, deliberamos y decidimos en forma igualitaria! ¡Queremos Otra cosa que la que nos ofrecen!
Quizás los síntomas que portan las rebeliones que se dieron en América Latina, (zapatismo, 19/20 de diciembre 2001, lucha de los pueblos de Bolivia, las luchas de los Sin Tierra, etc.) así como en los países árabes, Europa, y recientemente España, etc., apunten a iniciar un nuevo ciclo de pensamiento y acción política emancipativa, y lo hacen rechazando toda ingerencia de la vieja política y sus partidos en el interior de las experiencias, organizaciones, ideas y pensamientos que van forjando. Estoy convencido que estas sacudidas son el campo real de la producción de Otras políticas emancipativas, sustraídas del Estado, los partidos y la economía. Y seguro que en el interior de esta novedad el tema de la relación de los intelectuales con la política perderá toda la significación que hoy se le da.
23 de junio de 2011
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