Lo que nos propusimos pensar esta vez es ¿quiénes crean mundos hoy? Si partimos de la idea de que hay una creatividad inherente a la sociedad, que está permanentemente produciendo nuevas formas de vivir, nuevas posibilidades de acción y de relación, ¿cuáles son los actores sociales que crean esos nuevos modos? ¿los trabajadores, los intelectuales, las empresas, el marketing?
Para plantearnos esta cuestión retomamos un argumento que había quedado oscuro durante el encuentro pasado, en que discutíamos qué cosa es la derecha hoy. Para Louis Althusser –señalábamos- ser de derecha no va separado de ser “idealista” en el pensamiento. ¿Qué quiere decir esto? Que existe una tendencia –expresiva del dominio social burgués- que pretende imponer a la materialidad dinámica de lo que existe ciertas formas etéreas y acabadas. En el pensamiento esta tendencia toma la forma de una lógica racional extrema, que propone un orden a partir del cual se dispone la intervención sobre el mundo material, sin rastros de conflicto, contradicción, o exceso, borrando todo lo real de las practicas que producen mundo. De acuerdo con cómo se relacione con la práctica, un pensamiento puede ser materialista o idealista. Es materialista (y, diríamos, políticamente “de izquierda”) un pensamiento que asume las premisas conflictivas y abiertas en que arraigan las practicas productivas de lo que existe.
El idealismo supone un modo de vida separado del hacer material, propio de quien no trabaja, de quien dirige desde lo alto, históricamente propio de la burguesía. La expropiación de la producción, que separa al productor de su producto y establece la dualidad de clase burguesía/proletariado, abre el reino de un gobierno idealista, donde dominan quienes piensan abstractamente pero no producen concretamente. Esta identificación de la producción exclusivamente con la transformación de la materia podía ser efectiva en tiempos de Althusser, pero no coincide punto con punto con los procesos propios de la fase actual del capitalismo.
La producción inmaterial -de ideas, imágenes, enunciados- ya no puede ser considerada secundaria en relación a la producción material. Las representaciones no son superestructurales, son parte activa de la economía, son un elemento determinante del todo social. En este contexto, Toni Negri (y otros) establece(n) una nueva distinción entre modos de hacer y pensar lo social que tienen a la propiedad privada como principio y otros que tienden a lo común, a crear bienes que se comparten entre todxs.
Lo común es algo que producimos en nuestros intercambios cotidianos. Negri sostiene que el capital cada vez menos interviene en la organización de la producción y cada vez más se apropia del valor ya producido por la sociedad. Es decir, que la producción del valor no es capitalista, pero sí lo es la apropiación. La mercancía se forma por valorización capitalista de los bienes generados en las prácticas cotidianas de las personas.
Mediante la valorización, el capital se apropia de lo que no puede producir. El capital puede producir los objetos-mercancía, pero no es capaz de crear la idiosincrasia del objeto, el modo de vida que lleva incluida –necesariamente, si aspira a realizarse e el mercado- la mercancía. Cuando nos referimos a la creación de mundos hablamos de ese universo dentro del cual se inscriben los objetos-mercancía y las condiciones efectivas de su consumo. ¿Quién crea mudos hoy? ¿Qué es hoy crear mundos?
¿Será que las marcas ya no pueden vender mercancías sin elaborar los modos de vida en que esas mercancías son deseables? A su vez, esos mundos no pueden imponerse a los consumidores, no pueden construirse desde la nada, sin tomar las formas ya existentes en lo social. Bajo esta perspectiva, sería inadecuada una idea del capitalismo como sujeto que impone estándares de vida, de expresión, de pensamiento.
El marketing actúa en base a una labor de sondeo de lo existente destinada a identificar las expresiones y prácticas potencialmente funcionales a lo que se quiere vender. Luego, desarrolla un proceso ideal de modelación, que crea modelos de vida a partir de los modos de vida apropiados. Las marcas proponen modos de vida mediados por la imagen, promueven formas idealistas de relación con el mundo, regidas menos por los criterios elaborados en la práctica que por los que impone el valor-marca.
Si afirmamos que es la sociedad quien crea mundos y el capital funciona por apropiación de lo que se está produciendo, la distinción entre ocupado y desocupado se vuelve problemática. Todxs somos ocupadxs en el proceso de producción de lo común, ya que tiene lugar en instancias de la vida cotidiana, que son trasversales a los espacios de trabajo formal, organizado por el capital. En esos espacios, cuando el empleador intenta controlar la producción, no logra otra cosa que bloquearla. El éxito del capital no se basa en el control de los modos de vida, los gobierna al hacerlos trabajar para él, al imponer la lógica de la propiedad privada cada vez que es creado lo común.
La marca es resultado de un dispositivo de privatización de lo común a través del patentamiento y de la aplicación del derecho a la propiedad. La hazaña del capitalismo es la de transformar a los productores en consumidores de lo que ellos mismos producen. El movimiento que permanece es el de separación del productor en relación a su producto, que da a luz a la mercancía, como bien aislado del proceso en el que fue creado. El capitalismo –decía Gui Debord, autor de La sociedad del espectáculo- es ver la propia vida en una vidriera, es la transformación de lo vivido en imagen/objeto/mercancia.
Dicho esto, podemos preguntarnos ¿qué prácticas son más resistentes a la forma-mercancía, más difícil de ser apropiadas por el mercado? Las soluciones que suelen pensarse se basan en una sustracción a las condiciones de producción existentes, como es el caso de las economías de subsistencia o de los pequeños núcleos de producción. Esta apelación a formas pre-modernas de organización o a modelos de guetificación pueden resultar idealistas, desvinculadas del contexto histórico/material al que se quiere dar respuesta.
Teniendo en cuenta las condiciones de ultraconectividad y tendencia a la apertura que son parte de la potencia de la productividad social actual, ¿qué formas de gobierno podemos pensar que permitan la autogestión de lo que se produce? ¿Cómo puede el autogobierno presentarse de modo abierto? ¿Cómo se generan formas de autogobierno que no limiten la productividad de lo social pero que, a su vez, resguarden lo común frente a la apropiación privada?
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