Acerca de Commonwealth
De Michael Hardt & Antonio Negri
Por Verónica Gago y Diego Sztulwark
1.
¿Qué decir de esta nueva entrega de la dupla política e intelectual Hardt&Negri que completa la trilogía que se había iniciado con Imperio, ese gran libro-provocación que se presentaba como un nuevo manifiesto comunista para el siglo XXI a la vez que combinaba Mil mesetas y El capital y que se continuó con Multitud? A diferencia de su primera colaboración (El trabajo de Dionisos, Akal 2003), Commonwealth insiste con la fórmula del sobrevuelo de una inmensidad de experiencias políticas pasadas y presentes, de polémicas y de citas bibliográficas que se despliegan frente al lector presentando una estrategia clara, y al mismo tiempo compleja, de totalización. Lo hacen a través del compendio y la composición de una extensa red de argumentos que contribuyen a aclarar y reforzar las principales tesis que ya se nos habían presentado en los dos libros anteriores. En efecto, esta obra opera una suerte de repaso y balance necesario de las posiciones de los autores a lo largo de una década, signada en parte por los debates que siguieron a Imperio y que, como sabemos, han conmocionado el debate de la izquierda global (aunque, por suerte, no sólo a ella).
Primer punto entonces: la repetición de los argumentos –en relación a los trabajos anteriores y dentro del mismo texto– funciona como decisión político-pedagógica y la profusión de cuestiones que relevan es tanta y tan variada que exige ejercitar, con ellos, ese arte tan complicado del sobrevuelo que, según decía Deleuze, constituye la velocidad infinita del pensamiento.
2.
Sin embargo, una simple enumeración de esa multiplicidad de cuestiones tratadas permite imaginar hasta qué punto ciertos temas delicados desfilan con rapidez: realidad sudamericana, europea, norteamericana, africana y china; un balance del socialismo real, del neoliberalismo, del keynesianismo, del unilateralismo y del multilateralismo global; un combate con las teorías de la hegemonía y de la soberanía; comentarios de los fundamentalismos, del movimiento alterglobal, del marxismo revolucionario y socialdemócrata; una valoración de las corrientes “monstruosas” de la tradición anticolonial; un repaso del estado actual de las discusiones sobre el racismo y el nacionalismo; la elucidación del concepto estratégico de biopolítica (que hace el relevo de la “producción inmaterial” de sus trabajos anteriores) tomado de Foucault en polémica con Ewald, Espósito y Agamben; la selección y uso productivo de conceptos clásicos de Kant (filosofía trascendentel, “Sapere Aude”), Spinoza (como siempre, en una cantidad enorme de comentarios), Hobbes (contra la multitud), Heidegger (la pobreza), Marx (sobre todo la polémica sobre la subsunción, pero también mucho “más allá de Marx”, por supuesto); la exposición de conceptos sobre el operaísmo italiano y de algunos aportes del debate postcolonial; consideraciones en torno al estado de excepción (de vuelta contra Agamben y su uso por parte de Carl Schmitt); la acumulación originaria continua y la acumulación por desposesión (Harvey); también la historia del republicanismo burgués, la crisis del valor, del comando del capital y las alternativas actuales del capital financiero; el saldo de las polémicas en torno a la noción de multitud (y de pueblo) en relación a la capacidad de constitución política en discusión con Macherey, Laclau, Balibar, Zizek, Badiou y Virno; la presentación de tesis sobre las pasiones (sobre todo del amor y la indignación); consideraciones sobre las alternativas de la modernidad, la antimodernidad y su propuesta de una altermodernidad; la actualidad de Fanon y Dubois; el relanzamiento de las ideas sobre lo común y su corrupción; el antagonismo principal entre pobreza y propiedad; las políticas de identidad, de género, de clase, de negritud, y hasta una propuesta de reformas para el capital junto a un extraño modelo de organización para la subversión destinada a invertir la governance global para darle un contenido democrático y un largo etcétera….
Los autores prescinden de las demoras y necesarias insistencias en problemas que no quedan planteados a fondo (lo cual no necesariamente se confunde con sofisticaciones de estilo) en la medida que quedan claras dos cuestiones: el carácter de difusión política y la estrategia de poner a jugar los argumentos como materia de construcción de la intervención polémica.
3.
Vayamos a algunas de sus tesis principales.
Según Hardt&Negri, el capital opera produciendo directamente modos de vida (de consumo, de comprensión, de hábitos, de trabajo, de prestigio y de supervivencia) que sólo en una segunda instancia se articulan en legislación, según un cierto uso de la fuerza. El fundamento del mando capitalista no depende, en lo decisivo, de una imposición legal (ni siquiera apoyada por la fuerza como es la del estado de excepción de Agamben), lo cual sugiere que nuestro tiempo no es el de las instituciones soberanas. En este sentido también corre la fórmula de que el dominio actual del capital es “trascendental” y no trascendente.
Este modo de comando se apoya y da lugar a lo que llaman una república de la propiedad. No se trata sólo del gobierno de los ricos, sino de un modo general y dominante de producción de subjetividad en torno a la centralidad de la propiedad privada a la que se opone otra: la de los “los pobres”.
Los pobres no son simplemente la suma de los carenciados y víctimas. Por el contrario, es un modo de llamar a todos aquellos que convergen en cuestionar la propiedad como elemento trascendental de la subjetividad securitista, individualista, consumista. En otras palabras, el trascendental de los pobres no es la propiedad sino lo común. Bajo esta perspectiva, los pobres –una variación del nombre multitud– no son marginales en ningún aspecto: son completamente internos a la producción biopolítica (es decir: a la producción de modos de vida) y constituyen el elemento “vivo” del dinamismo global cada vez más autonomizado del poder del capital, aunque aún bajo su dominio.
4.
Dijimos que el capital, según Hardt&Negri, se vuelve trascendental. Dicho de otro modo: se inmanentiza como modo de control y gobierno de la potencia productiva social. ¿Cómo llegan a adoptar ese léxico kantiano? ¿Cómo lo combaten? Desde el inicio, los autores apelan a dos Kant. Uno “mayor“ –el de la filosofía trascendental que estructura la subjetividad a partir de las determinaciones inmanentes del capital y que determinan a priori las posibilidades de toda experiencia posible-, y otro “menor” –el de aquel sapere aude de la ilustración, capaz de interrogar –y trastocar- estas estructuras.
Constatamos que el kantismo sigue siendo una de las vertientes más fructíferas del liberalismo. En efecto, la filosofía crítica pretende organizar el caos de la subjetividad (el camino que va del empirismo al escepticismo) sujetando al sujeto a un yo trascendental, forma jurídica (teórica y moral) inmanente y ordenadora. Mas allá del Kant “menor”, que nos recuerda a Foucault, los autores enfrentan esta tentativa tomando el camino del spinozismo.
Esta disyunción fundamental entre spinozismo y kantismo, como las vías para constituir una metafísica moderna para pensar el infinito, fue recogida por el joven Schelling en sus cartas sobre el dogmatismo y el criticismo. El kantismo, decía, recuesta el absoluto sobre el sujeto, el spinozismo sobre el objeto-mundo. Y es cierto que en el spinozismo la subjetividad no es previa a la experiencia, sino un producto de encuentros y composiciones en los que se despliega el conatus singular.
Laurent Bove recuerda en un artículo reciente aquella entrañable intervención del matemático francés Jean Cavaillès en un congreso de filosofía hegemonizada por el neokantismo de época. Frente a ellos, Cavaillès, luego muerto en la lucha a favor de la resistencia, había opuesto a la fórmula kantiana autonomía = libertad, la spinoziana autonomía = necesidad.
5.
La crisis actual constituye una referencia clave. Por un lado, les permite afirmar que han colapsado todas las formas de gobierno del capital: se trate del neoliberalismo, o bien de su “complemento” socialista-keynesiano (considerado como un modo de administración estatal de la propiedad privada y de disciplinamiento del trabajo). El mismo fracaso se identifica en la geopolítica del capital: fracaso del unilateralismo (el “golpe de estado en el imperio” conducido por los neocons norteamericanos) y debacle de un débil multilateralismo europeo derrotado incluso antes de llegar a proponerse como alternativa consistente. Y por otro, esta constatación permite proyectar su tesis de la governance: si el capital sigue mandando, no es por la salud de sus modelos de gobierno sino por la activación de una compleja coordinación de mecanismos de acuerdo, supervisiones, y fases de control que siguen de cerca las líneas efectivas de la producción biopolítica, especialmente a través de dispositivos financieros, que son siempre una representación abstracta de la producción de lo común.
¿Cómo definir la governance? Sus rasgos pueden sintetizarse como: orden social sin representación, constitucionalismo sin estado, naturaleza contingente de estructuras de orden y de mínima distinción con el caos, gestión de la excepción, proceso de negociación y lucha continuamente reabierta entre poder soberano y contrapoderes sociales.
En América Latina, donde la experimentación de procesos políticos abiertos y dinámicos resulta más avanzada, la discusión de estas cuestiones permanece obstaculizada por la reaparición de las teorías del “populismo” que toman como a priori democrático la ocupación del estado y lo postulan como equivalente del rostro mismo de la redención, negando lo que allí hay de organización del control. Una vez que esta identificación entre redención y estado fue hecha, el punto de vista rígido del politicismo se torna irremediable. Lo cual difiere de otras posibilidades de “hacerse cargo del estado” como son los compromisos parciales, y las ocupaciones al servicio de los contrapoderes.
6.
Esos contrapoderes son espacios de la multitud. Pero la multitud no es –como han objetado hasta el cansancio muchos de sus críticos- un dato natural, sino proceso de constitución subjetiva y de organización política a partir de los rasgos de autovaloración que adopta la propia cooperación social. Recurriendo al paralelismo ontológico de la Ética de Spinoza, se postula que las luchas que forman parte de la política de lo común poseen entre sí un “mismo orden y conexión” y no precisan, en su constitución, de ninguna clase de unidad hegemónica. Así, el “hacer multitud” se corresponde con un proceso de convergencias parciales, en el que cada una conserva su singularidad a la vez que alimenta un movimiento común de liberación.
Se desprende una consigna mayor: el príncipe es la multitud. El príncipe se constituye en torno a un kayrós, y no se confunde con las razones de ninguna instancia o figura trascendente. Este decurso permite poner sobre una misma línea la insurrección, la institución y la revolución. ¿De qué revolución hablan los autores? Del largo proceso por el cual la creciente independencia de la cooperación respecto de las formas exteriores del mando crea formas expresivas y de autogobierno retomando para sí los mecanismos de la governance (con la que cada vez más domina el propio capital) hacia una governance constituyente.
7.
El capital subsiste al fracaso sucesivo de sus modelos de dominación. La dominación sin embargo muta a partir de los complejos mecanismos de la governance. El debate sudamericano nos brinda imágenes concretas de esos cambios y obliga a pensar en la orientación neodesarrollista en la región.
Los autores consideran al desarrollismo como un paradigma nunca superado del capital (y del socialismo real): la expectativa según la cual la emancipación –o mejor: las mejoras sociales– surgen del crecimiento económico sin la necesidad de modificar el sistema interno de jerarquías al interior de la república de la propiedad. Si combinamos este pasaje con la imagen de una revolución que se postula como inversión de la governance y con el sugestivo silencio de los autores sobre la naturaleza de los gobiernos llamados progresistas de Sudamérica nos vemos empujados a inferir una suerte de valoración mixta, o impasse, en el que coexiste un festejo del tratamiento no schmittiano de la excepción (y de la crisis) mientras que, por otro, persiste el desafío de superar un esquema neo-desarrollista (que se resume en el esquema de una mayor presencia del estado bajo el modo del cobro de mayores regalías para la difusión de planes sociales que combaten la pobreza).
Es este impasse el que resulta escamoteado en el debate sudamericano. Una de las consecuencias de esta elución resulta en el tono afectado de las izquierdas en relación a la cuestión inconclusa de la revolución, evocada y a la vez desplazada una y otra vez, fantasmáticamente, bajo la forma de un homenaje permanente. Ora se solicitan las energías revolucionarias para animar un reformismo moderado sin plantear nuevos horizontes a la movilización de una imaginación política realmente abierta, ora se nos recuerda la “imposibilidad de la revolución”, y se nos convoca a una política del reparo amparada ella misma bajo la dinámica intocada del desarrollo. Dado que la historia ya mostró su cara trágica –la revolución inviable– nos destinamos a pensamientos lineales y evolucionistas soñando sólo con evitar toda vuelta atrás.
En este punto, Hardt&Negri ofrecen una respuesta vaga y aún así (por comparación) satisfactoria. No es posible, anuncian, renunciar a la revolución, que anida en toda política autónoma de los pobres. Insistir con la “actualidad de la revolución” no supone de ninguna forma reeditar las imágenes de las revoluciones del siglo XX, con sus vanguardias, sus idealizaciones historicistas, la centralidad de la toma del poder y su escala estatal nacional. Asumir que aquel modelo ha muerto realmente puede volvernos melancólicos (homenaje permanente y lacrimógeno), o inocentes. Esto no implica simplemente hacer cantos al porvenir, sino asumir que la rememoración redentora que planteaba Benjamin no obraba como excusa para dar por cerrado todo desafío emancipativo en el presente sino que, justamente, a su solicitación respondían imágenes dialécticas, es decir, la cara viva y rebelde de las luchas del pasado a las que la historiografía y las apelaciones oficiales nunca pueden hacer justicia plena.
8.
Hardt&Negri señalan que el capital se ha vuelto completamente “predatorio” en tanto cada vez actúa menos organizando desde dentro la creación de valor social y captura una riqueza común que encuentra ante sí como ya producida autónomamente, por fuera del capital. Por paradójico que suene, el capital encuentra el valor ya producido y se lo apropia bajo la forma de una renta social.
Esta actividad predatoria refiere a lo que varios autores sudamericanos denominan modelo neoextractivista, pero en el caso de Commonwealth el énfasis no está sólo puesto en los así llamados recursos naturales. Lo predatorio, para Hardt&Negri, es sobre todo, la naturaleza neoliberal de gestión de la producción social. Así, el modelo de saqueo de la renta agraria, petrolera o minera (de las economías neoextractivistas) se expande hasta volverse abarcador del conjunto de la economía, incluyendo, sobre todo, los procesos de apropiación de lo producido por la cooperación colectiva.
Para comprender este despliegue de la noción de renta conviene seguir a los autores en su razonamiento sobre lo común como fuente del valor. Ellos distinguen al interior del concepto de común aquello que se presenta como ya dado (por ejemplo los recursos naturales, o todos los beneficios que el capital no produce directamente sino que encuentra como entorno y que la economía empresarial denomina “externalidades”) de aquello común que se crea (producción explícita de modos de existencia).
Esta distinción es desarrollada en la línea de la diferencia marxiana entre subsunción formal del trabajo al capital, en la cual se subordinan las formas de trabajo no capitalistas (que obran aquí como parte de lo común como ya dado) y subsunción real, que supone la reorganización entera de la producción según la norma del propio capital (lo común producido en y por el capital).
Mientras que la historia del capitalismo supone el pasaje de la primera subsunción a la segunda, hasta llegar a la subsunción de la vida misma a la norma del capital, los autores sostienen la hipótesis según la cual en la actualidad el capital se ha vuelto exterior al proceso de producción de valor.
Según esto, el capital –en su fase neoliberal- se dedica a capturar (privatizar, saquear) el valor que encuentra como ya producido (sean los recursos naturales, sea lo producido por las redes cooperativas). El capital entonces no constituye un principio interno y activo de la organización de la creación de valor sino que, al contrario, encuentra el valor como ya producido, como ya hecho.
Se trata de una nueva subsunción formal, que supone una exterioridad cada vez mayor del capital respecto de la tendencia de una creciente autonomía de la producción biopolítica, lo cual implica procesos cada vez más abstractos de representar y capturar el valor producido por medio de una sofisticada coordinación de dispositivos financieros. El ejemplo de los autores parece ser la renta inmobiliaria de la metrópoli, en la que se evidencia este mecanismo de doble faz en el que por un lado partes enteras de la ciudad se valorizan como producto de la dinámica colectiva de los modos de vida y, casi en simultáneo, se dispara el negocio de la especulación inmobiliaria que captura como renta privada ese valor producido.
En este pasaje que va del beneficio (ganancia que surge de organizar la producción) a la renta (ganancia que surge de la depredación de lo común ) se juega la dinámica misma de la desposesión que caracteriza la fase neoliberal y su crisis. A su vez, de este modo general de extracción, surge una función política esencial del presente, que consiste en tomar en serio estos procesos de explotación que producen valor capturando vitalidad metropolitana. Lo cual no es sino otro modo de nombrar el dinamismo de los pobres o lo que, en otro momento, Negri conceptualizó como “fábrica social”.
8.
La tentativa de reorganización “desde dentro” del proceso de producción de riqueza común implica un compromiso con el desarrollo de redes sociales, de producción de diferencia, de democratización radical. El neoliberalismo se ha dedicado a la adquisición de renta ante la imposibilidad cada vez mayor de obtener plusvalía organizando el proceso mismo de la cooperación (cada intervención del comando del capital en el proceso creativo lo restringe y le bloquea la productividad). En su fuga (que John Holloway, ausente en el texto, teorizó públicamente hace ya más de una década), el capital queda obligado a inventar nuevos modos abstractos de representar y gobernar este común a partir de la renta financiera, con dispositivos cada vez más complejos que no son barridos por la crisis sino que, al contrario, son salvados por el tipo de manejo que se ha hecho de ella.
Se renueva así la tesis de la autonomía vinculada a la autovalorización: las fuerzas productivas de la diferencia, de los pobres, viven sometidas al capital, pero en su actividad cada vez precisan menos de su coordinación y por tanto tienden a autonomizarse de él. La perspectiva política democrática-comunista consiste en afianzar este proceso de ruptura (contra la parafernalia del mando político, jurídico y militar del capital) y, al mismo tiempo, rastrear en la innovación cooperativa las matrices de nuevos modos de gobierno no jerárquico de lo múltiple (inversión de la governance).
9.
Queda claro: si por un lado se destaca la tendencia a la autonomía de la cooperación social, en el otro extremo, el capital es conceptualizado como una fuerza negativa que limita tal productividad colectiva. En esta dinámica central, postulan Hardt&Negri, se juegan las coordenadas del sistema actual de expropiación-explotación de lo común.
La verdad de este argumento requiere ser contrapesada con la evidencia de que la cooperación se subordina aún y a pesar de todo, de hecho y de modo evidente, a las fuerzas del capital. En este sentido, hay un plano de gestión de la complejidad de códigos, información y redes que, expropiados a lo común, se vuelven fuentes continuas del poder capitalista.
En Buenos Aires conocemos la experiencia de la toma y ocupación, durante casi nueve meses, de una central telefónica de Atento, uno de los call center más grandes del país. A diferencia de la fábrica, en la economía de procesos y redes no alcanza con organizarse para ocupar físicamente un lugar de trabajo cuando resulta relativamente fácil relocalizar la red productiva/comunicativa en otros puntos disponibles dentro y fuera del país. La evidencia de un poder de control del capital sobre la cooperación biopolítica plantea problemas políticos serios que no se saldan con apelaciones voluntaristas o esquemas que resuelven en lo racional lo que no sabemos aún desanudar en la práctica porque para lograrlo habría que poner en juego algo que no pertenece sólo al mundo de la razón discursiva.
La explosión de movimientos sociales a partir de la crisis de 2001 en Argentina –que los autores citan con merecido entusiasmo– sacó a la luz las posibilidades y los problemas de la autonomía política alcanzada por los movimientos respecto del estado y del capital, dando lugar a una dinámica de autovalorización y acumulación subjetiva sostenida, al mismo tiempo que evidenciando su incapacidad para apoderarse, o bien innovar, en torno a estos nexos más complejos en los que el control del capital sigue siendo fuerte. Es esta fuerza del capital la que luego vuelve “por detrás”, como poder trascendental, en la república de la propiedad.
La conclusión, en este punto, parece ser dual: aprovechar la capacidad de retomar segmentos de la gestión estatal para usarlos como escalón en el proceso de la autonomía y continuar buscando momentos de acumulación subjetiva tendientes a reforzar el cuestionamiento político el mando del capital. Ambas tareas requieren por igual subrayar los puntos de fortaleza y reenganche del capital respecto de los movimientos rebeldes luego de la insurrección. Nos preguntamos: ¿no es el impasse ese tiempo/lugar donde debemos lidiar con el espacio irresuelto que va de la tendencia pensada a la resolución real?
De otro modo, el argumento de los autores corre el riesgo de debilitarse cuando se afirma de un lado que el capital opera más como condición de posibilidad que como mando trascendente, al tiempo que la crisis expresa su irremediable exterioridad respecto del proceso de producción de valor. Porque de este diagnóstico surge la condición estructural de una autonomía de las fuerzas productivas que en su desarrollo arrastran a la crisis, al tiempo que mediante las pasiones spinozianas del amor y la indignación se constituyen en sujeto político multitudinario.
La pregunta que queda flotando en el aire es, entonces, ¿qué valor dan los autores al juego táctico político de la multitud ante el devaneo paranoico de los poderes de gobierno? Si hemos comprendido la argumentación hasta aquí, concluimos que el juego táctico político fundamental del proceso de politización de la multitud deviene consistente cuanto más y mejor se centra en torno sus propios desafíos (extraer fórmulas políticas de la cooperación autonomizada) para dilucidar desde allí los criterios para una pragmática frente a los poderes que enfrenta.
10.
En esta línea, otro punto a remarcar es la señalada ambigüedad de la “abstracción del capital” involucrada en la hegemonía del capital financiero. Esta hegemonía supone que tal abstracción es producto de la exterioridad y la distancia en que opera la síntesis capitalista del común. La ambivalencia de la abstracción se da en que, por un lado, la abstracción mistifica lo común y, por otro, produce a nivel abstracto la unidad de ese común que de otro modo se dispersaría sin relación alguna. El trabajo abstracto es un modo de representación que el capital hace de la clase obrera. El problema con este argumento es que parece contradecir la insistencia general en la tendencia a la autonomización del trabajo y, por consiguiente, la posibilidad de lograr otras modalidades organizativas. ¿No se oponen dichos procesos autónomos a este tipo de representación abstracta?
11.
Un libro con pretensiones político-pedagógicas tiene también como objetivo proponer e incluso asignar tareas. La del militante consistirá en alentar la constitución de una autonomía política de las fuerzas de los pobres, siguiendo como modelo las formas de coordinación y autogobierno que se anticipan ya al interior de la cooperación social y la producción de valor biopolítico.
Bajo la estela militante se reconfigura también la función intelectual. Como función no específica, la del intelectual militante se caracteriza por no ser orgánico, ni de vanguardia, ni de partido; opera en el paradigma altermoderno en el cual no cabe la exaltación de la figura del intelectual que se recorta siempre sobre el fondo de las masas incultas.
La profecía es uno de las cuatro actitudes o modos del discurso del decir verdad de la filosofía según el último seminario dictado por Foucault (El coraje de la verdad). Se trata de una revelación del futuro en el cual tienden a coincidir las formas del poder, de la verdad y de la ética. Ya hace unos años Etiénne Balibar había remarcado este costado de la figura de Negri en particular como la de un profeta, y un organizador cultural orientado a la política radical. Como en ningún otro momento, efectivamente, el discurso de Commonwealth combina racionalismo teórico con voluntad política, para crear escenarios menos desalentadores respecto de los realmente constatables.
12.
Los autores llaman “corrupción” al bloqueo de los procesos de constitución de lo común (propios del amor). Tales bloqueos los detectan en la familia, la corporación y la nación. Más allá del tono polémico –entre otros con Paolo Virno y la idea del “mal” por “ambivalencia” de la multitud–, los autores confrontan la creación de lo común con los modos de reversión de estos procesos. ¿Es posible recorrer el fundamento de estas “perversiones” de lo común sin rastrear su fundamento en la razón calculante que anima desde dentro el corazón mercantil como modo dominante del lazo social?
Heidegger decía ya hace años que la técnica moderna manifiesta su ser sobre todo en la ciencia moderna natural exacta, la cual concibe las fuerzas naturales como calculables. Ese cálculo hoy domina parte considerable de la economía del mundo. Esta razón profunda que subsiste forma parte de una razón mayor apropiadora que atraviesa las subjetividades políticas y es en relación a ella que la antropología y los movimientos se proponen oponer nuevas imágenes-de-mundo.
En efecto, mientras el capital se apodera tanto de la técnica moderna como de los “modos de vida” en tanto que fuerza productiva (y política), se encuentra en la resistencia a su subordinación la llave de una politización directa, para la cual el poder del estado es un recurso deseable, y no una razón última.
La “corrupción” de la que hablan Hardt&Negri se da como interrupción del movimiento; es detención y cristalización que se deja depredar. La corrupción se da sobre lo común excedentario que olvida su ser dinámico y abierto del presente.
Quizás la apuesta del “hacer multitud” de Commonwealth sea la de construir imágenes capaces de retomar en el terreno de la subjetividad política lo que se juega en el nivel de la producción de lo común, como dinámica de reapertura incesante, asumiendo que la acumulación por “desposesión” no se opone sino que se complementa con en el llamado neo-desarrollismo, asumiendo su superación como la dimensión programática de un desafío mayor para los pueblos que en Medio Oriente o en Sudamérica se sacuden la inercia y se disponen a activar la inteligencia colectiva.
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