5 de junio de 2012

La política más allá de la víctima: cuando el pensamiento se vuelve Zombi

¿Qué pasa cuando la política ya no puede hacerse en nombre de la víctima? ¿Cuando la víctima deja de comportarse como tal, empleando su boca ya no para expresar/demandar, sino para devorarse los términos mismos de toda narratividad que pueda hacerse en su nombre?
 
Llamamos “zombi” a la figura que irrumpe poniendo en crisis al razonamiento político. Razonamiento que abarca tanto al reaccionario que se victimiza a sí mismo viendo al otro como una amenaza, una presencia monstruosa sin razón ni causa, planteando que la violencia es horizontal, entre modos de vida; como aquella mirada progresista que deposita en la figura de la victima los efectos de un sistema social injusto, sobre el que todos somos responsables. El zombi impide pensar en términos de identidad, de competencia o de inclusión.

La aparición del zombi plantea una pregunta: ¿cómo vamos ahora a practicar la educación, la paternidad/maternidad, el trabajo social, la representación política, las prácticas artísticas, las dinámicas administrativas, los potenciales de la economía y del trabajo? Desde que los zombis deambulan por aquí, se multiplican los intentos por “eliminarlos para vivir tranquilos”, o bien de volverlos victimas “a proteger”. En ambos casos se intenta neutralizar la inquietud que (nos) genera lo Zombi.

Comer es usar la boca de otra manera: no para hablar (la palabra ya no importa, las palabras están “mal muertas”), sino para comerse a los otros. Ver al otro como presa, calcular sus movimientos, la consistencia de sus tejidos, la frecuencia de su respiración. Y el encuentro con el zombi es el encuentro con un cuerpo no-victimal en el sentido de sus comportamiento sorprende, es capaz de afecciones corporales que asustan, subyugan.

La elección de Estación Zombi1 de proyectar estos rasgos monstruosos sobre la niñez, pibe en la calle o en un tren, acaba por destrozar las expectativas redentoras sobre nosotros mismos, frustrando todo ideal del otro como desamparo, nuda vida a emancipar. Si el canibalismo es el límite de toda política, el pibe-zombi-caníbal es la pregunta límite a la cual toda política debiera dar lugar.

Por inquietante que resulte, no podemos consolarnos pensando que, después de todo, los pibes y las pibas de los barrios, que actuaron en la película “Estación zombi” (Barrionuevo Tóxico, 2012) están jugando, actuando, representando un papel, una ficción. Que el Zombi es solo una metáfora.

Una evidencia impide la coartada: a los pibes se los ve demasiado cómodos haciendo de zombis; asumen el papel con facilidad, sin necesidad de mayor información o entrenamiento. El pibe zombi es el despliegue de una amoralidad, el producto de un contexto, una historia, unas economías, unos encuentros. El desarrollo de unas vidas.

Las políticas progresistas, culturalmente mayoritarias, enuncian “hay víctimas/ a esas víctimas hay que incluirlas”. ¿Qué pasa cuando este sistema enunciativo falla? El progresismo es más que una política. Es un sistema de percepciones. ¿Qué sucede cuando estas percepciones ya no rigen el orden de los encuentros? La pesadilla de todo modo de ser es descubrirse inoperante.

La aparición del zombi liquida toda dialéctica: ni base para una nueva política de inclusión, ni romanticismos revolucionarios. Con el zombi llega la pregunta, la más dramática para nuestros hábitos morales y perceptivos: ¿y si el zombi fuese el aviso, el signo, la señal de que el progresismo ha perdido toda eficacia para pensar las situaciones que enfrentamos? Una pregunta última se nos impone, como efecto de las preguntas que nos hemos hecho hasta aquí: ¿Qué resultaría del ejercicio de pensar diferentes situaciones políticas sin apelar a la figura de la victima?

1Estación Zombi es un film/cuaderno de Barrionuevo Tóxico, Ediciones Barrilete Cósmico, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2012

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