23 de abril de 2012

Crisis socioecológica y modo de vida imperial

 
Acerca de la crisis y continuidad de las relaciones sociedad-naturaleza capitalistas 
 
Ulrich Brand y Markus Wissen (Universidad de Viena)

Introducción: Acerca de la relación entre crisis económica y ecológica
En las sociedades capitalistas las crisis económicas son particularmente relevantes porque el capital y sus grupos, y también los asalariados y los representantes de sus intereses, deben temer por sus bases de reproducción. Luchan por opciones de aprovechamiento o empleos asalariados, así como por una estabilización social y planificación para asegurar la reproducción por lo menos a mediano plazo. A pesar de ello, el concepto según el cual “una crisis arranca lo conocido de sus fundamentos” y llama a “reorganizar las fuerzas” (Haug 2010:2121), nos parece ser una visión demasiado limitada. Por lo menos sólo aplica en forma parcial a las manifestaciones actuales de la crisis ecológica en las sociedades del Norte. A diferencia de las consecuencias de la crisis económica y las formas predominantes de su manejo, el drama ya poco negado del cambio climático y la radicalización de la protesta ecológica ―tal como se manifestó, por ejemplo, en Copenhague durante la COP15,1 o frente al transporte de contenedores de desechos nucleares Castor en Alemania en noviembre de 2010, casi no se sienten en la vida cotidiana de los habitantes del norte global. La catástrofe del reactor nuclear de Fukushima incrementó el malestar difuso con respecto a una mega-tecnología, y generó – por lo menos en Alemania – declaraciones políticas y en junio 2011 leyes de que se abandonará la energía nuclear. Sin embargo, hasta la fecha no llevó a cuestionar críticamente los patrones de producción y consumo, posibles precisamente gracias a la energía nuclear. A pesar de que los diversos fenómenos de crisis están interrelacionados y a pesar del carácter de clase y género de la crisis ecológica, parece que su evolución se basa en una dinámica específica que la diferencia de otros fenómenos de crisis. Al mismo tiempo, la especificidad de la crisis ecológica tiene sus efectos sobre el desarrollo y el manejo de la crisis económica o energética.
A continuación, trataremos de analizar en mayor detalle y desde la perspectiva de una ecología política la relación entre continuidad y ruptura en la múltiple crisis actual. Para este fin, introducimos un término que nos parece importante desde la perspectiva de la teoría (anti)hegemónica: el modo de vida imperial, que no se refiere simplemente a un estilo de vida practicado por diferentes ambientes sociales, sino a patrones imperiales de producción, distribución y consumo, a imaginarios culturales y subjetividades fuertemente arraigados en las prácticas cotidianas de de las mayorías en los países del Norte, pero también y crecientemente de las clases altas y medias an los países emergentes del Sur. Según nuestra tesis, el concepto del modo de vida imperial permite, en primer lugar, explicar la contradicción (aparente) entre el hecho de que se observa, por un lado, un aumento real y ampliamente reconocido de los fenómenos de crisis en las relaciones sociales y ecológicas, mientras, por otro lado, las medidas sociopolíticas concebidas para combatir estos fenómenos de crisis siguen siendo muy insuficientes.
Dicho de otra manera: A pesar de que la crisis ecológica se politizó en los últimos tiempos y es también percibida como un problema en el discurso dominante, parece que los patrones de producción y consumo y los patrones culturales subyacentes se están consolidando y generalizando a nivel global - con el apoyo del Estado y de la esfera política. Cuando hablamos de generalización, no insinuamos que toda la gente esté viviendo igual, sino que existe una especie de lógica de desarrollo ampliamente aceptada que se inscribe en estructuras coercitivas y dispositivos de acción.
Por consiguiente, la crisis social y ecológica debe ser entendida en estrecha relación con las estructuras sociales dominantes, las relaciones de poder y de fuerzas, los contenidos de la política estatal, así como con la tendencia hacia la crisis que es propia de las sociedades capitalistas.
En segundo lugar, esta perspectiva de análisis nos permite ver algunas razones que suelen ser obviadas en los diagnósticos críticos de la crisis, y que dan cuenta de por qué en el norte global existen tan pocas iniciativas emancipadoras frente a esta múltiple crisis. Es decir, por qué la crisis funcional innegable del capitalismo financiero aún no se traduce, hasta la fecha, en una crisis de legitimación.

2. Modo de vida y modo de desarrollo
Una categoría central de la teoría de la regulación es el “modo de desarrollo”. Se refiere a la coherencia temporal entre el desarrollo histórico de unos patrones de producción y distribución, por un lado, y unos patrones de consumo, por el otro lado, dos patrones que en su conjunto constituyen un régimen de acumulación. La dinámica capitalista y la capacidad de lograr hegemonía se dan especialmente‚ aunque no exclusivamente‚ cuando se cristaliza un régimen de acumulación “estable”. Desde la teoría de la regulación, las diferentes ramas del proceso de producción (industrias de bienes productivos y de bienes de consumo) y sus normas correspondientes deben ser más o menos compatibles con las condiciones del consumo final y a las ideas socialmente dominantes de una “buena vida”, y al ocurrir crisis menores estas deben ser manejables. Para citar un ejemplo: la industria automovilística, involucrada globalmente en una competencia brutal, en sus secciones de investigación y desarrollo tecnológico debe proyectarse en base a una demanda global estimada, que recién se concretiza en el momento de la venta. Esto genera sobrecapacidades y destrucción de capital, como lo podemos observar en la actualidad.
Es decir que los conceptos de patrones y normas de consumo, tomados de la teoría de la regulación, no sólo hacen referencia al consumo de bienes y servicios, sino a todo un modo de desarrollo dinámico cuya dimensión material estructura la existencia social y las relaciones sociales, como son la alimentación, la vivienda y la movilidad, el trabajo asalariado y otras formas de trabajo socialmente necesarias, el tiempo libre, lo público en su sentido amplio y lo político en su sentido estrecho, así como la colectividad, la vida en familia y la individualidad. La forma concreta que toma el modo de desarrollo es el resultado de experiencias históricas, de conflictos y compromisos sociales, que terminan consolidándose en un determinado desarrollo tecnológico, ideológico e institucional. Al mismo tiempo, perdura la producción de subsistencia que también brinda un aporte importante a la reproducción de las sociedades capitalistas, en espacios muy diferentes y bajo la condición de relaciones de género extremadamente desiguales.
Nuestro concepto del modo de vida se basa en los conceptos del patrón de producción y consumo de la teoría de la regulación. Además se apoya en el concepto del modo de desarrollo. Sin embargo, se diferencia de este último en la medida en que da más importancia a las microprácticas cotidianas y al sentido común, que rara vez son abordados explícitamente por los teóricos de la regulación. Es decir que no son considerados factores autónomos que influyen en cómo determinados patrones de consumo llegan a generalizarse, o en cómo se crean ciertas condiciones para determinados patrones de producción, sino que solo suelen ser vistos en su funcionalidad y/o disfuncionalidad en el marco de la coherencia macroeconómica.2 Para nuestro argumento es central suponer que en determinadas fases históricas, y en base a una congruencia entre los patrones de producción y de consumo, se genera un modo de vida hegemónico, es decir un modo de vida ampliamente aceptado, amarrado institucionalmente y profundamente arraigado en las prácticas cotidianas de la gente; un modo de vida relacionado con determinadas ideas sobre el progreso: Por ejemplo, se espera que las computadoras sean cada vez más potentes, y que los alimentos sean cada vez más baratos, sin importar las condiciones sociales y ecológicas en las que se producen.
Patrones de producción y consumo que se convierten en hegemónicos en determinadas regiones o países pueden generalizarse a nivel global de forma “capilar”, irregular, y con considerables diferencias en el espacio y en el tiempo. Esto tiene que ver con estrategias empresariales concretas e intereses de capital, con políticas estatales comerciales y de inversión, con geopolíticas, pero también con el poder adquisitivo y los imaginarios acerca de un modo de vida atractivo en aquellas sociedades a las que estos patrones de producción y consumo llegan por la vía del mercado mundial.
Cuando hablamos de “generalización,” ésta no significa que todas las personas vivan de la misma manera, sino que se generan determinados imaginarios profundamente arraigados acerca de lo que se entiende por calidad de vida, o buena vida, y por desarrollo social, que marcan la cotidianeidad de un número creciente de personas, no solamente a nivel simbólico, sino también en lo material. La dimensión simbólica no es solamente importante en términos de contribuir a la coherencia de un determinado régimen de acumulación, sino porque la creación y las prácticas cotidianas de un modo de vida tienen sus dinámicas propias (que, por cierto, no están totalmente separadas de lo macroeconómico). Resulta además importante anotar que este proceso no es socialmente neutro, sino que es transmitido vía las inequidades globales, así como vía relaciones de clase, de género, de etnia o etnizadas. Como lo demostraremos más adelante, es verdad que en el norte global el manejo de las contradicciones sociales se vuelve más fácil a raíz de la externalización de los costos ecológicos que surgen en la reproducción de la fuerza laboral. Sin embargo, los patrones de consumo inherentes al modo de vida imperial son muy específicamente clasistas.

3. El carácter imperial del modo de vida del norte global
Se puede hablar de un “modo de vida imperial” a partir de la colonización que arranca en el siglo XVI y el sistema-mundo liberal capitalista instaurado en el siglo XIX. Sin embargo, durante estos períodos, este modo de vida se limitaba a las clases altas, es decir que no era hegemónico en el sentido de caracterizar la vida de la mayoría de la población y, con ello, sus prácticas cotidianas. Fue recién con el desarrollo del fordismo en el siglo XX que se produjo un cambio amplio en las relaciones sociales y ecológicas y con ello en el modo de vida, es ahí cuando el modo de vida imperial se arraiga en la cotidianeidad de las mayorías particularmente del norte global.
La profunda transformación taylorista de la organización laboral y el incremento correspondiente de la producción en los centros capitalistas fueron una de las bases del modo de desarrollo fordista. La otra consistió en que la reproducción de los asalariados mismos se realizó cada vez más a través de bienes materiales/mercancías: la movilidad a través del automóvil, la alimentación a través de productos de fabricación industrial, la vivienda a través de la construcción y adquisición de casas de familia. Con la creciente productividad, se redujeron los costos de los bienes de consumo y con ello también los costos de reproducción de la fuerza laboral. Los asalariados participaron de la creciente plusvalía con el incremento de sus salarios reales, resultado del compromiso de clases fordista. Las innovaciones tecnológicas en áreas como la química, la agricultura, las telecomunicaciones, la construcción de maquinaria, la electrónica y el transporte, constituyeron elementos fundamentales de la dinámica fordista y tuvieron implicaciones específicas sobre las relaciones sociales y ecológicas. El automóvil y la vivienda propia, equipada con bienes de fabricación industrial, asegurados a través de políticas estatales y del sistema de crédito, fueron orientaciones hegemónicas de la producción y del consumo fordistas.
El modo de vida del Norte es “imperial” en la medida en que presupone un acceso en principio ilimitado, - normalmente vía el mercado mundial asegurado a través de políticas, leyes o mediante el ejercicio de la fuerza -, a los recursos, el espacio, las capacidades laborales y los sumideros del planeta entero. 3 El desarrollo de la productividad y del bienestar de las metrópolis se basó en una repartición mundial de recursos muy favorable para éstas (Altvater 1992). El inmenso crecimiento experimentado durante el fordismo se logró gracias a la fuerte explotación de energías fósiles (primero carbón y luego sobre todo petróleo) y al uso indiscriminado de los sumideros de todo el planeta. Lo importante fue disponer de un superávit relativo permanente de recursos naturales baratos en cuanto a materias primas y al mercado agrario. El predominio militar y político de los Estados Unidos y el conflicto “frío” con la Unión Sovjética generó cierta estabilización de la situación política mundial, que también se vio reflejado en el acceso constante a recursos baratos como el petróleo.
Después de la crisis del fordismo, en los años 1980, surgió un modo de desarrollo post-fordista en el marco de un proceso de restructuración duramente disputado. Si el fordismo puede ser entendido como una forma de acumulación intensiva que hizo posible un incremento de la plusvalía relativa a través de la intensificación permanente del proceso laboral, se debe anotar que a partir de los años 1980 y más aún de los 90s, se volvió predominante de nuevo un modo de acumulación más bien extensivo, basado en una extensión de los horarios de trabajo, pero sobre todo en el aumento mundial del número de asalariados en países como la China (Sablowski 2009). Otros hitos que marcan este proceso de restructuración que puede ser calificado como la neoliberalización de la sociedad (con elementos conservadores y socialdemócratas) son nuevos modelos de producción, una nueva división internacional del trabajo, la transformación del Estado en un Estado competitivo internacionalizado, un corporativismo competitivo aceptado por muchos sindicatos y estructuras sociales y subjetividades cambiantes (Candeias/Deppe 2001).
Al calificar el modo de vida fordista y postfordista como “imperial”, no queremos negar o desestimar las estrategias basadas en la fuerza cruda o estructural que adquirieron aún más importancia después del 11 de septiembre de 2001. Tampoco queremos, en forma abstracta y con gesto moralizador, criticar a los asalariados de las metrópolis capitalistas y las clases medias y altas de los llamados países (semi-)periféricos por sus hábitos de consumo y/o su estilo de vida. Las líneas de división se mantienen y son reproducidas en forma consciente o inconsciente. Pero consideramos que el término “modo de vida imperial” es adecuado para destacar el vínculo que existe entre las prácticas cotidianas hegemónicas, las estrategias estatales y empresariales, la crisis ecológica y las crecientes tensiones imperiales en la política internacional. “Modo de vida imperial” es un término estructural que debe ser entendido en el sentido de la teoría hegemónica (por eso, este texto no se refiere de manera tan explícita a actores políticos y sociales; por supuesto, son muy importantes). Permite elaborar el carácter y estado hegemónico de la sociedad en el sentido de consensos activos y pasivos y el escaso alcance para desarrollar estrategias emancipadoras en tiempos de “grandes crisis”. Va más allá del concepto clásico o reciente de imperialismo en el cual no se suele tomar en cuenta el modo de vida.
El carácter imperial del modo de vida del Norte se refleja sobre todo en el uso de la energía fósil, en su gran mayoría importada del sur global (al que incluimos también Europa del este). Su uso es la fuerza motriz del cambio climático que, a su vez, afecta más a la población en las sociedades del Sur.
Pero el carácter imperial del modo de vida del Norte se observa también en relación a los recursos de la “era de la información”, por ejemplo la explotación de metales raros como se da en la China, en condiciones altamente peligrosas para la salud y el medio ambiente, así como el manejo de los desechos sólidos que genera el modo de desarrollo postfordista. Lo vemos, por ejemplo, cuando niños africanos arriesgan su salud al extraer los elementos reciclables de la chatarra electrónica europea.
Para nuestro propósito, el hecho decisivo es que la profundización del modo de vida imperial se dio en dos direcciones: en primer lugar se reestructuró e intensificó el acceso a los recursos globales y la fuerza laboral vía el mercado global. Los patrones de consumo fosilistas (basados en energías fósiles), características del fordismo, no sólo sobrevivieron la crisis del fordismo sin sufrir ningún cambio, sino que salieron intensificados. Un ejemplo es la cantidad de vuelos en Alemania por la liberalización del mercado aereo y por la energía relativamente barata. La cantidad de vuelos dentro de Alemania, hacia o desde destinaciones en Alemania creció desde 24 milliones en 1990 a 66 milliones en 2006. Entre 1999 y 2010, la cantidad global de automóviles creció por casi 40 por ciento a 800-900 milliones de automóviles. El pronóstico global es que en 2030 habrá 1.600 millones. Si consideramos que hoy en Alemania hay 570 coches por 1000 habitantes, en China 10 por 1000 (pero en Beijing ya 100 por mil) y en la India 6 coches por 1000 habitantes, podemos imaginar ciertas dinámicas. De los más de 77 milliones de coches producidos globalmente en 2010 (después de 61 milliones en 2009 por la crisis) en China ya se produjo más de 18 milliones; en Japón caso 10 milliones, en los EE.UU. casi 8 milliones y en Alemania casi 6 milliones. Haberl et al. (2011) argumentan que todavía dos tercios de la humanidad se encuentran en la transición de economías y modos de vida basados fundamentalmente en la agricultura hacia economías y modos de vida industriales.
Y contrariamente al discurso de los años 1990 de la “virtualización” de la economía, las tecnologías de la comunicación moderna requieren de muchísimos recursos ―no sólo en cuanto al consumo de electricidad, sino también a los insumos materiales necesarios para su producción, que en su mayoría provienen de los paises del Sur.
En segundo lugar, en algunos países como China o India se están formando amplias clases altas y medias - llamados “nuevos consumidores” (Norman Myers y Jennifer Kent 2004) que asumen el modo de vida “occidental” como referente (en algunos países latinoamericanos este fenómeno ya se dio durante el fordismo).

4. Modo de vida imperial y crisis de la gestión de problemas desde el Estado
El problema central que surge con el auge de los países emergentes, sobre todo de la India y la China, es la expansión de los patrones de consumo y producción fosilistas y los imaginarios de una vida atractiva del Norte. Con esto tiende a generalizarse un modo de vida que desde una perspectiva ecológica no puede ser generalizado.4 Como consecuencia, aumenta la demanda de recursos desde estos países emergentes, que a su vez reclaman el derecho a hacer uso por su parte de los sumideros globales. Es justamente por ello que el auge de países como la India y la China colisiona con el modo de vida imperial del Norte. Esta se basa en una exclusividad ecológica, ya que presupone que no todos los habitantes acceden de la misma manera a los recursos y sumideros de la tierra. Sólo así sus costos pueden ser externalizados en el espacio y el tiempo. Si nos referimos a la teoría imperialista clásica, se podría decir que el capitalismo desarrollado requiere de un “afuera” no-capitalista o por lo menos menos desarrollado, para no sucumbir a sus contradicciones ecológicas (Luxemburgo xxx). Este “afuera” es la condición que permite el “arreglo medioambiental” de la socialización capitalista (véase Castree 2008: p.146 y sig.).
En la medida en que los cambios geopolíticos y geoeconómicos actuales cuestionan el uso exclusivo por parte del Norte tanto de los recursos humanos y naturales, así como de los sumideros del planeta, este “afuera” del capitalismo desarrollado se reduce. Con ello, disminuye también la posibilidad - espacial y en el tiempo - de externalizar sus costos ecológicos. Esta tendencia tiene implicaciones importantes para toda la arquitectura política que se creó desde los años 1990 para poder manejar la crisis ecológica, una arquitectura cuyo núcleo está conformado por las “instituciones de Río”, sobre todo el United Nations Framework on Climate Change (UNFCCC) y el Protocolo de Kyoto, firmado en el marco del mismo en el año 1997. Ambos se caracterizaron por una contradicción central desde su inicio. Por un lado, desde su base conceptual (no así su en formulación concreta y mucho menos en sus resultados desilusionantes) equivalían a una ataque gerencial contra el modo de vida imperial, ya que éste se basa precisamente en la idea de que el norte global, protegido por regulaciones jurídicas, puede disponer libremente y en forma sobre proporcionada de los sumideros de la tierra. El Protocolo de Kyoto limita este acceso, en la medida en que solo concede a los países industrializados una tasa de contaminación determinada. Por otro lado, el modo de vida imperial está profundamente arraigado en las relaciones de fuerzas sociales, el sentido común y las prácticas cotidianas de los habitantes del norte global, así como en la orientación general hacia el crecimiento económico y la competitividad. Se inscribe en los aparatos estatales y determina los patrones de percepción y acción de los y las políticos/as. Estos defienden los patrones de producción y consumo que están a la base del modo de vida imperial, cada vez que regatean los niveles de emisiones y vuelven a casa orgullosos de haber logrado negociar reducciones muy bajas para “su” país;; cada vez que subvencionan la agroindustria, o construyen centrales termoeléctricas en base a carbón, o gaseoductos.
Un ejemplo son los “bonos de chatarra” en Alemania. En la crisis económica, el Estado asegura los modos de vida dominantes. En la crisis 2008/2009 el gobierno alemán formuló „paquetes de conyuntura“; el segundo paquete incluyó una “prima medioambiental”. Entre enero hasta septiembre 2009 una persona recibió 2.500 EUR si su coche se volvió chatarra y si compró un nuevo coche. Era un enorme éxito: 1,75 millones de personas participaron y compraron un coche nuevo (en Alemania existen 42 milliones de coches personales en 2010; 40.000 con motores eléctricos o híbridos). Esta intervención política – acordada con las empresas y los sindicatos - aseguró la producción y puestos de trabajo en la industria durante la crisis, y mantuvo la base económica de un país que exporta muchos productos industriales: 25% de los ingresos de las exportaciones de Alemania en los últimos anyos viniero de la industria de transporte, 15% de la industria maquinaria y 15% de química.
Esta contradicción entre la defensa y el cuestionaminto implícito del modo de vida imperial es lo que ha caracterizado desde siempre el manejo de la crisis ecológica por parte del Estado. Por ello no sorprende que los Estados Unidos, hasta hace poco el mayor emisor mundial de CO2, y hasta ahora el mayor emisor per cápita, nunca hayan ratificado el Protocolo de Kyoto, y tampoco se comprometan a reducir sus emisiones.
La característica contradicción entre la arquitectura internacional y la política ambiental se mantuvo por mucho tiempo latente en el Norte. El hecho de que se haya agudizado en los últimos años se debe, por un lado, a que en la agenda estatal-política se ha dado mayor prioridad a la crisis ecológica debido a la publicación de informes como el Informe Stern sobre la Economía y el Cambio Climático (Stern 2006) y el Cuarto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC 2007). Sin embargo, otro factor aún más importante, pueden haber sido las implicaciones de los cambios geopolíticos y geoeconómicos para las instituciones de Río. Estas últimas fueron establecidas en un momento en el cual el predominio del Norte qqqparecía estar más consolidado que nunca. Poco antes, el socialismo real de los países de oriente sería descartado como sistema alternativo al capitalismo, y muchos países del sur global estaban sufriendo los efectos de las crisis financieras de los años 1980 y 1990. Las relaciones de fuerzas de la globalización neoliberal, marcadas por el norte global, fueron entonces las que se inscribieron en las instituciones de Río. Esto explica también la forma específica de definir y manejar la crisis: la crisis ecológica es presentada como un problema global cuyos efectos se sentirán sobre todo en el futuro. Con ello se ocultan las múltiples crisis y conflictos locales, y se favorece un manejo global y/o nacional de recursos (Bauhardt 2009; Goldman 1998) que pretende combatir la crisis ecológica con instrumentos de mercado (Brunnengräber 2009; Lohmann 2008), así como con nuevas tecnologías y productos. El dominio sobre las personas y la naturaleza es normalizado y/o “naturalizado” mediante un política hegemónica de coacción, lo que Erik Swyngedouw (2010) llama “condición post-política”. Tal como lo demuestran la producción forzada de agrocombustibles y el desplazamiento violento de las respectivas poblaciones de sus tierras, esta visión amenaza la existencia de formas alternativas de manejo de la naturaleza.5
Si uno entiende las instituciones de Río en el contexto de las relaciones de fuerzas globales de las que surgieron, el cambio de estas relaciones de fuerza no pudo sino tener efectos sobre la arquitectura de la política ecológica y el modo de vida imperial sobre el cual está asentado. La dimensión de los cambios se ve más claramente aún cuando se observa la política ecológica actual en el contexto de la profunda crisis económica y se la compara con las crisis financieras de los años 1990. Mientras el epicentro de estas últimas se ubicó en el sur global y el norte global salió más bien fortalecido (véase Harvey 2003; Panitch/Gindin), el epicentro de la crisis actual se encuentra en los Estados Unidos, seguidos por Europa y el Japón. Los países emergentes fueron mucho menos afectados y parecen estar recuperándose más pronto, por lo que “los pesos dentro de la economía global se desplazarán con mayor velocidad como causa de la crisis” (Boris/Schmalz 2009: 636).
El auge de los países emergentes se desarrolla en un camino fosilista, lo que implica a fin de cuentas que ya no están dispuestos a renunciar a “su” parte de los recursos y sumideros globales. Por ello, los cambios geopolíticos y geoeconómicos se expresan cada vez más en forma de conflictos ecológicos. Esto lleva, al mismo tiempo, a un mayor peso de los aparatos estatales internacionales dedicados a la política ecológica. Se transforman en los terrenos en los que se disputan y reparten las oportunidades del desarrollo fosilista y que por lo tanto determinan importantes cambios geopolíticos del futuro. Al mismo tiempo, estos aparatos se encuentran sobreexigidos: Los conflictos resultantes de estas decisiones están a punto de hacer reventar las instituciones de Río. Por ejemplo, en la COP16, Conferencia de Estados signatarios, organizada en diciembre de 2010 en Cancún, se logró con las justas salvar a la UNFCCC como espacio de negociación. La contradicción entre el cuestionamiento implícito y el profundo arraigo social del modo de vida imperial que caracterizó el tratamiento político de la crisis ecológica desde el comienzo se está agudizando en la medida en que las relaciones de fuerzas inscritas en las instituciones creadas al efecto se mueven. Esta contradicción se expresa en conflictos de recursos y en el bloqueo de instituciones internacionales de política ecológica (véase la Conferencia sobre el Clima de Copenhague en diciembre de 2009) en las cuales se lucha por la posibilidad y/o la limitación del desarrollo fosilista mediante la asignación de “derechos de contaminación” (Wissen 2010).

5. Crisis y continuidad de las relaciones ecológico-capitalistas
En nuestra opinión, una clave que permite explicar no sólo la crisis del manejo estatal del problema, sino también la simultaneidad de la crisis con la continuidad de las relaciones capitalistas con la naturaleza, se encuentra en el modo de vida imperial. Algunos aspectos que consideramos importantes serán esbozados a continuación.
La orientación de la sociedad hacia el crecimiento material, la base de un Estado dependiente de tributos fiscales, los compromisos institucionalizados entre el trabajo asalariado y el capital, así como la competencia entre capitales y diferentes sociedades se basan tendencialmente en la destrucción de las bases vitales naturales. Ahí reside la vulnerabilidad estructural de las formas predominantes de apropiación de la naturaleza. Sin embargo, es también un hecho que otorga a las dinámicas capitalistas y compromisos sociales y políticos una cierta permanencia y contribuye al manejo de otros fenómenos de crisis. Esto sucede en primer lugar en el marco de la sobreacumulación de capital que caracteriza también la crisis económica actual. Parece que este fenómeno de crisis se gestiona también a través de la inversión de capital excedente en la “naturaleza”, es decir en tierras, cultivos de alimentos y agrocombustibles o también en certificados de emisión (Zeller 2010; véase Dauvergne/Neville 2009). La difusión y modernización ecológica selectiva de los patrones de producción y consumo ecológicos (Jänicke 2009), se convierte, de esta manera, en el medio de gestión de los problemas de acumulación. Esto queda muy claro en los documentos estratégicos más recientes de la Unión Europea (European Commission / Comisión Europea 2010, 2011 versión en castellano????).
Otro aspecto es la reproducción de la fuerza laboral y la pregunta relacionada sobre la legitimación del modelo. Mediante una reestructuración de la división internacional de trabajo, se logró intensificar el acceso imperial a la capacidad laboral de los países del Sur y sus recursos. A ello contribuyeron además las políticas liberales de inversión y comerciales y una desregulación de los mercados de materias primas y productos mediante el fin de las medidas de estabilización de los precios o también la creación de la Organización Mundial del Comercio. En la actualidad, en nombre de la seguridad energética, las políticas estatales de materias primas juegan un papel cada vez más importante. A pesar de que el gasto total de recursos, por ejemplo de la Unión Europea, está estancado a un alto nivel desde mediados de los 1980, no sólo se observa un incremento de las importaciones de recursos, sino también de la “mochila ecológica” que se genera en los países exportadores del sur global.6 El “injusto intercambio ecológico”, que se expresa en este valor, abastece a las economías del norte global con materias primas baratas y contribuye a que los gastos de reproducción de la fuerza laboral se mantengan en un nivel bajo.7
Al hacer referencia al carácter hegemónico del modo de vida imperial no se omite que la estructura social se diferenció y que se pudieron identificar diferentes ambientes con respecto al modo de vida. Especialmente para los ambientes alternativos “postmateriales”, muchas veces surgidos del movimiento ecológico o, por lo menos, política y culturalmente cercanos a éste, pero también para los ambientes conservadores, los temas ecológicos se han vuelto importantes. Sin embargo, los estudios demuestran que en materia de asuntos sociales y ecológicos, la conciencia y acción no necesariamente van de la mano. Especialmente las personas de alto nivel educativo, de ingresos relativamente altos y una fuerte conciencia ecológica tienen el consumo de recursos per cápita más alto; mientras que las clases o ambientes de poca conciencia ecológica, pero también con un menor nivel de ingresos, consumen menos recursos (Wuppertal Institut 2008: 144-154). Las visiones diferenciadas, aunque más o menos problemáticas desde el punto de vista social y ecológico del buen vivir al cual se aspira ― acopladas a estrategias empresariales y aseguradas por el Estado – explican desde la teoría hegemónica por qué en la crisis múltiple “se hace tan poco” desde una perspectiva emancipatoria.
Esto aplica también a la crisis ecológica en el sentido más estricto. Aquí, el modo de vida imperial tiene un efecto agudizante a la vez que convierte la crisis en algo que, dentro de cierto límite espacial y social, se vuelve procesable. La normalidad del modo de vida imperial actúa como un filtro de la percepción de la crisis y hace de corredor en el manejo de la misma. Por lo menos en el Norte, la crisis ecológica es considerada en primer lugar como un problema de medio ambiente y no como una crisis social general. Esto favorece una determinada forma de politización pública, tendencialmente catastrófica, y una gestión que en el mejor de los casos puede ser caracterizado como incremental: la crisis ecológica es una catástrofe que se debe a que “el hombre“ o la ”civilización humana” hayan irrespetado sus “límites naturales”; las “intervenciones” humanas perturbaron el equilibrio natural. Lo que se omite es el hecho de que las intervenciones del hombre en la naturaleza siempre se han caracterizado por su socialización. Con este artificio se logra prácticamente naturalizar las socializaciones predominantes, de modo que no pueda haber lugar para las alternativas o en caso de que sí, únicamente dentro de un marco establecido. El resultado es el predominio de patrones de manejo de crisis basados en el mercado (por ejemplo el comercio de certificados de carbono en la política climática) que tampoco son cuestionados en sus principios por las/los defensoras/es de una modernización ecológica más amplia y/o un Green New Deal. Es decir que el discurso sobre la crisis predominante en el Norte reconoce la existencia de una crisis ecológica, pero la politiza y maneja de una manera que no cuestiona sus patrones de producción y consumo, sino que termina por consolidarlos, no por último mediante una selectiva modernización ecológica.
Esto se facilita porque muchos aspectos de la crisis ecológica son relativamente indirectos. El cambio climático no se manifiesta en forma directa como el aire contaminado y los ríos sucios. Apenas se percibe puntualmente y en forma indirecta en la vida cotidiana, por ejemplo, en forma de tempestades o lluvias diluviales que según los/las climatólogas/as se deben al incremento de la temperatura promedio global. Además, al menos vistas desde el norte, estas catástrofes parecen afectar a todos por igual, independientemente de su posición social. El cambio climático es sobre todo imaginado como una catástrofe futura y global. El hecho de que, por lo menos en el norte global, la crisis ecológica sólo suele ser experimentada a través de descripciones científicas que se presentan al público como inseguras hasta cierto grado, abre un campo de interpretación disputado en el cual se trata de hacer coincidir las percepciones de crisis con las condiciones sociales fundamentales.
Las/los representantes de los subalternos que ante la crisis económica sí argumentan en forma más radical cuando se trata de la política social y del mercado laboral y desarrollan ideas que van más allá (vgl. Candeias/Röttger 2009) juegan un rol importante. Si los sindicatos alemanes estuvieron a favor y negociaron con el Gobierno alemán sobre la introducción del bono de chatarra, o si Klaus Ernst, dueño orgulloso de un Porsche y a la vez presidente del partido alemán “Die Linke” reflexiona en un artículo programático del semanal “Freitag” sobre cómo la oposición puede salir de su posición defensiva sin mencionar una sola palabra del tema de ecología, estamos hablando de estrategias y/ omisiones que dan continuación a la lógica de la definición de crisis predominante. 8 Es decir que la interrelación entre crisis ecológica y patrones fosilistas de producción y consumo y, con ello también, el carácter de la crisis ecológica como cuestión global y social de distribución, son tratados como un no-tema también por representantes de los asalariados y defensoras/es de una política de redistribución. El modo de vida imperial implica que la crisis ecológica sea tratada ya sea como un fenómeno secundario a los temas sociales o presentada como una catástrofe inminente. En ambos casos, su carácter social (su relación con las relaciones sociales de poder y dominación, así como sus efectos sociales y globales desiguales) es invisibilizado. De esta manera se favorecen las estrategias de solución de mercado y tecnológicas, desde el comercio de los certificados de carbono, pasando por la fabricación de autos energéticamente más eficientes hasta la geoingeniería.9 En el fondo se trata de eternizar, mediante su transformación, las relaciones ecológicas capitalistas presentándolas justamente no como tales sino como necesidades inevitables y sin alternativa a la apropiación de la naturaleza por el ser humano.

6. Conclusiones
El término modo de vida imperial tiene una visión teórica y una dimensión diagnóstica referida al tiempo. Desde que se inició el desarrollo del mercado mundial capitalista, las condiciones de vida en los centros capitalistas se basan en los recursos y la fuerza laboral de otras regiones. El carácter hegemónico de las condiciones de producción y de vida capitalistas no puede ser explicado de otra manera. A pesar de ello, desde mediados del siglo XX, muchas sociedades experimentaron una generalización social hacia este modo de vida; especialmente las del Norte y cada vez más también y en forma dinámica, desde los años 1990, las del Sur.
El arraigo profundo del modo de vida imperial contiene la reproducción cotidiana de estructuras que contribuyen a la crisis de las relaciones sociales y ecológicas sin que esta crisis – y aquí está la diferencia con la crisis económica – haya hasta el momento justificado el planteamiento de una “ruptura“. Dicho de otra manera, el modo de vida imperial crea la simultaneidad de la continuidad y crisis de las relaciones sociales y ecológicas. Es imperial porque presupone, desde un principio, la apropiación ilimitada de los recursos y la capacidad laboral del Norte y Sur, al igual que el uso sobreproporcionado de los sumideros globales. Su expansión en los países emergentes llevó el mismo manejo estatal de la crisis ecológica a una crisis. El enorme impacto del modo de vida imperial puede explicarse, por un lado, con la reducción de los gastos de producción de la fuerza laboral; por otro lado, se reproduce hegemónicamente no sólo a través de las instituciones sociales, sino también en las microestructuras de la vida cotidiana; el modo de vida imperial favorece una politización del cambio climático (pero también de la pérdida de la biodiversidad) de una manera que vuelve invisible su socialización específica y que hace aparecer los principios estructurales del modo de producción capitalista ya no como causantes de la crisis, sino como mecanismo de solución sin alternativa.10
En nuestra opinión, la plusvalía política y científica del concepto del modo de vida imperial se refleja en los siguientes puntos: en primer lugar su diagnóstico en el tiempo permite explicar que la “reestructuración ecológica“ muchas veces considerada como necesaria, no sólo es frenada por poderosos grupos económicos y políticos, sino que se enfrenta también al hecho de que los factores determinantes de la crisis ecológica están ancladas en las estructuras políticas, económicas y culturales cotidianas (el mercado global es una relación que organiza el modo de vida cotidiano). Por ello, el concepto del modo de vida imperial nos protege de tener expectativas exageradas con respecto a las políticas estatales e intergubernamentales de transformación fundamental de las relaciones ecológicas, porque son las relaciones (de fuerza) sociales y orientaciones predominantes las que conforman la base de las relaciones ecológicas, y no pueden ser superadas únicamente por las políticas estatales. Podemos, por ejemplo, observarlo en los gobiernos progresistas de América Latina que hasta la fecha prácticamente no han desarrollado alternativas al extractivismo, es decir a la extracción incondicional de materias primas y el cultivo de productos agrícolas orientado hacia el mercado global (Gudynas 2009, 2011; www.otrodesarollo.org). Como resultado de las luchas sociales, estos países quieren un pedazo más grande de la torta del mercado global, pero no cuestionan la torta misma y las condiciones de su elaboración.
En segundo lugar, el concepto del modo de vida imperial relativiza las expectativas exigentes de argumentos buenos, discursos públicos racionales o intereses propios iluminados de la “humanidad” o hasta de las fuerzas dominantes. Esto es así porque muchas veces no son percibidas por las orientaciones profundamente arraigadas o integradas selectivamente. Como resultado, determinados patrones de consumo y producción son consolidados precisamente porque son parcialmente modernizados. Algo similar aplica a muchos enfoques (aparentemente) alternativos en los cuales los problemas hegemónicos casi no son tomados en cuenta como sucede en el proyecto de un Green New Deal. Hasta los años 1990, en Alemania ésta era entendida como una estrategia de alianza social en cuyo marco se podrían juntar el asunto social y el asunto ecológico, así como sus protagonistas sociales: sindicatos y la democracia social, por un lado, los partidos verdes y nuevos movimientos sociales, por el otro (Brüggen 2001). En la actualidad, el proyecto carece de esta orientación política de alianza y/o se limita a empresas verdes de tinte neoliberal y empresas con conciencia ecológica deseosas de lograr una modernización en vez de superar los patrones de producción y consumo que constituyen la base del modo de vida hegemónica (véase Brand 2009; Candeias/Kuhn 2008). Parece que la reciente re-politizicación de la crisis medioambiental que se articula con la crisis económica da emergencia a la orientación hacia un “capitalismo verde” (véase algunos documentos claves: UNEP/PNUMA 2009, 2011, DESA 2011, OECD 2011, críticas en Lander 2011, Arkonada/Santillana 2011, Kaufmann/Müller 2009).
En tercer lugar, al considerar nuestra argumentación, se debería incidir en otros análisis de crisis que se dedican a las dimensiones económicas en un sentido más estricto. Esto no se refiere únicamente a los mecanismos de manejo de crisis que dan más valor a la naturaleza (pensemos en términos de la apropiación de tierras, cultivos offshore o grandes proyectos de infraestructura como requisito de la valorización de la naturaleza), sino también al carácter hegemónico del modo de vida imperial descrito por nosotros.
En cuarto lugar, el concepto del modo de vida imperial esclarece los requisitos, enfoques y formas de una politización emancipatoria de la crisis ecológica. Nos parece importante oponerse al catastrofismo ecológico que es, como hemos visto, un instrumento propio de la consolidación de las relaciones que son las mismas causantes de la catástrofe imaginada. Esto no significa que debamos cerrar los ojos ante los escenarios bien argumentados del IPCCC. Pero aún si hay premura, no por último por la inminencia de los llamados “tipping points” o puntos críticos climáticos (como el deshielo de los suelos permahielo que liberaría enormes cantidades del agresivo gas invernadero metano), lo importante es mantenerse firmes con el proyecto de la emancipación y oponerse a las formas autoritarias y tecnocráticas del manejo de las crisis.
Un aspecto central en este contexto es la superación de la dicotomía entre la sociedad y naturaleza, ampliamente difundida también en las fuerzas sociales y políticas progresivas. Políticamente, esta dicotomía se refleja, entre otras cosas, para servirse de la cuestión ecológica en contraposición a la cuestión social. La tendencia de declarar a la ecología como contradicción secundaria, se manifiesta precisamente en la actual crisis económica en la cual el catastrofismo ecológico (“Nos queda muy poco tiempo“) y la ignorancia (“Ahora no hay tiempo para eso“) están formando una alianza peligrosa. Sin embargo, hay al mismo tiempo indicios claros de que la cuestión ecológica es politizada como cuestión social (y viceversa). Esto aplica al concepto de la justicia climática, promovido antes y después de la Conferencia sobre el Clima de Copenhague por los movimientos sociales. Se trata de un concepto que concibe el cambio climático no como una futura catástrofe socialmente neutra, sino como una cuestión social y global de distribución.11 Esto incluye también una discusión sobre el término suficiencia y las propuestas y prácticas relacionadas.
A nivel analítico se trata de identificar, explicar y estimar, con respecto a su potencial político, las selectividades estructurales de la política estatal que privilegian determinados intereses, así como formas de conocimiento acerca de la crisis ecológica sobre otros/as. En lo político, consideramos que el desafío central consiste en formular los objetivos y exigencias de una manera que permita una intervención concreta, a la vez que cuestionen las reglas del juego existentes. La mejor manera de lograrlo es acoplar los conflictos sociales a las prácticas cotidianas de la gente. En el caso de las cuestiones ecológicas existen algunos enfoques posibles, por ejemplo en el ámbito de la movilidad, la alimentación o del consumo de energía. En este sentido, el concepto del modo de vida imperial sirve para la sensibilización: si los factores determinantes centrales de la crisis ecológica y sus patrones de manejo desde el poder y el dominio están arraigados en las relaciones de fuerzas sociales y en las prácticas cotidianas, entonces estas son un espacio importante para las luchas anti-hegemónicas.
1 La Conferencia de los Estados Signatarios de la Convención sobre el Cambio Climático (UNFCCC) que tuvo lugar en diciembre de 2009.
2 Véase la crítica del enfoque de regulación de Thomas Barfuss (2002: 30): “El concepto de regulación presupone, para su uso, un nivel de abstracción que no permite tomar en cuenta fenómenos singulares del cine, la publicidad, literatura o cultura cotidiana sin relacionarles de una manera demasiado generalizada con un determinado régimen de acumulación”.
3 Son llamados sumideros los ecosistemas capaces de absorber emisiones; por ejemplo, en el caso del CO2 los sumideros son los bosques y océanos.
4 Lander en este libro; recientemente Röckström et al. 2009, desde la perspectiva histórica Haberl et al. 2011.
5 véase Brand et al. 2009; Charkiewicz 2009, así como la edición especial del Journal of Peasant Studies 37[4] [2010].
6 La “mochila ecológica” denomina el volumen total de recursos usados para la fabricación de un producto, menos el volumen propio del producto.
7 Se habla de una “intercambio ecológico desigual” si un país “importa a la larga un volumen de energía, sustancias e – indirectamente – superficies mayor al volumen que exporta” (Wuppertal Institut für Klima, Umwelt, Energie 2005: 71)
8 Véase “Klingt das wirklich so verrückt? Schwarz-Gelb wird von der Unfähigkeit der Opposition im Amt gehalten. Das muss sich ändern. Ein Vorschlag“ (Aporte de Klaus Ernst en “Der Freitag“ del 20.08.2010, http://www.freitag.de/politik/1033-klingt-das-wirklich-so-verr-ckt).
9 Se trata aquí de intervenciones técnicas (hasta la fecha aún poco practicadas) en procesos geoquímicos como la fertilización de los océanos con el fin de incrementar su capacidad de absorción de CO2-, o el envío de dióxido de azufre a la estratósfera para que los rayos del sol se reflejen en dirección del universo.
10 Véase también Erik Swyngedouw (2010: 223): "While a proper analysis and politics would endorse the view that CO2-as-crisis stands as the pathological symptom of the normal, one that expresses the excesses inscribed in the very normal functioning of the system (i.e. capitalism), the policy architecture around climate change insists that this ‘excessive’ state is not inscribed in the functioning of the system itself, but is an aberration that can be ‘cured’ by mobilizing the very inner dynamics and logic of the system (privatization of CO2, commodification
and market exchange via carbon and carbon-offset trading)“.
11 En referencia al sur global, Bettina Köhler (2008) constata que “cada vez más, los conflictos sociales centrales se articulan en forma de conflictos por el control y las condiciones de acceso a los recursos naturales y/o de manera más generalizada, por la concepción de las relaciones sociales y ecológicas".

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