Durante la última campaña presidencial comenzó a circular en los discursos oficiales la idea de “profundizar del modelo”. Desde entonces y hasta ahora, en pleno inicio del segundo mandato de Cristina, la expresión recorre el espectro político en torno al gobierno. ¿A qué se refiere esta fórmula de la cual hacen uso por igual los representantes del empresariado y de los trabajadores? ¿Qué es ese modelo del que todos hablan?
El modelo parece ser el lugar donde cada sector puede depositar sus expectativas para los años por venir. Tanto en los anuncios oficiales como en las manifestaciones de diferentes actores de la política y la economía, se lo evoca en relación a medidas de orden económico. “Profundizar el modelo es aumentar el poder adquisitivo del salario de los trabajadores”, dicen los gremialistas; mientras que para la UIA implica “que haya más previsibilidad jurídica”. La presidenta, en tanto, habla de “profundizar un modelo de país para todos".
El efecto más claro de sentido es el llamado a no cambiar de rumbo. El sintagma es, ante todo, una confirmación, una opción por lo que ya se ha optado. ¿Qué es eso que ya se tiene y se quiere conservar? Puede ser que, más que a un conjunto de medidas vinculadas con el salario o con las condiciones del capital, ese deseo se refiera a la capacidad de preservar un cierto ánimo general. El modelo no sería una forma ya armada que se sostiene a través del tiempo, sino que lo que se mantiene y se perfecciona es un estilo de reacción ante las contingencias.
Se trata de una forma de gestión, asociada a la palabra modelo en una suerte de respuesta a los modelizadores, a las almas que esperan del estado una palabra de confianza en la consistencia del momento económico, que involucra la consistencia del momento social. Si en los ´90, la búsqueda de estabilidad económica terminó por desencadenar una potencia desestabilizadora en la sociedad, después de 2001 las decisiones económicas no pueden ya menospreciar la variable social.
Intentemos reconstruir el trayecto que va de la crisis del “Modelo” de “los 90” al actual. Y hagámoslo a partir del hilo rojo del ciclo de luchas que une y separa ambos “modelos.
Podemos situar entre 1998 y 2003 un período caracterizado por una gran conflictividad, que tuvo, al menos, cuatro fuerzas centrales: las puebladas, el surgimiento de HIJOS y los escarches de los organismos de Derechos Humanos, los movimientos piqueteros y la creación de la CTA. Frente a un estado enlazado explícitamente con el mercado, visto como corrupto, sectario e incapaz, se desplegó una enrome activación social y productividad política que se puede definir, en sí misma, como autónoma. No se trataba de una ideología o de un discurso autonomista, sino de un momento de autonomía.
Ese autonomismo como momento de la movilización social se vio sacudido en junio de 2002 con el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Si hasta ese entonces se había leído en el estado una ausencia que ponía a la política del lado de la sociedad, que hacía de la política una cuestión de la vida cotidiana, la reaparición de un estado represor volvió a poner a lo estatal en el escenario. Con las muertes en el puente se inició una reacción de los movimientos sociales contra los grupos considerados ideológicamente autonomistas, vistos como responsables de una mirada que había ignorado al estado.
Puede que esto haya sido, entre otros acontecimientos, lo que preparó el ambiente para la politización estatal, desde arriba, que sobrevendría a partir de 2003. El estado volvió a catastrar las tierras de la política con su herramental de símbolos, de partidos, de líderes y de votos. Gran parte de los movimientos surgidos en el período 1998-2003 se incorporan a ese proceso de “repolitización del estado” que es una estatización de lo social.
De una reconsititución de la relación entre estado y sociedad así gestada proviene, quizás, la idea de modelo de la que se habla en estos días. Un modelo que se asocia a medidas de tipo económico, pero que difiere del de los ´90 en tanto se sabe, en primer lugar, organizador de lo social. Ya no se trata de adoptar una fórmula económica y mantenerla a través de los años, sino de crear un modo inteligente de conservar la estructura económica a pesar de las mutaciones sociales.
En este sentido, si “modelo” es el modo en que se nombra un conjunto de mecanismos de “acoplación” de lo social a una forma de organización económica, podemos decir que la autonomía es la base del modelo. Profundizar el modelo es actuar cada vez con mayor eficiencia frente a lo que excede este modo de producción y de estructuración de lo social. Sin autonomía, sin lo que sigue generando formas de vivir propias, sin ese catalizador de diferencias sociales, no haría falta modelo.
A la vez, que modelo nombre una implicancia entre economía y sociedad puede que sea un aprendizaje de la clase política a partir de esas movilizaciones, hoy en parte absorbidas por el estado. La autonomía no surge como una opción política, sino que es una forma de subjetivación ligada a los modos de vida. En ella, lo político no está separado de lo social y lo social no está separado de lo económico. El modelo puede ser aquello que trata de suturar la distancia que se abre cuando las formas de propiedad se oponen a las formas de vida, y generan una esfera política encargada de la mediación.
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