Thomas Hobbes dice que hay sociedad porque hay miedo, que si las personas no temieran, nadie obedecería a la ley. El miedo es constitutivo de la vida en sociedad, y tiene una función medular en la organización política y del estado. Si partimos de que ese miedo más genérico toma un modo y un rol particular en cada coyuntura concreta, ¿cómo consideramos que se constituye en la Argentina actual? ¿Hasta qué punto en los últimos años el miedo es una dimensión especialmente presente en la política? ¿Qué se hace con ese miedo?
Nuestro país tiene una historia reciente donde el terror fue una componente central de la maquinaria de gobierno. El miedo a morir en manos del estado en años de dictadura se propagó durante la posdictadura bajo la forma de temor a que el estado volviera a ser gestionado como aparato de muerte. El discurso de Alfonsín de no desestabilizar la democracia era un límite para la acción colectiva, todo lo que fuera sospechoso de afectar la institucionalidad era visto como ilegítimo. Este escenario de riesgo perpetuo -hiperinflación mediante- tuvo su envés en el discurso menemista de la estabilidad. En los ´90 el miedo era a la crisis económica. ¿Cómo se configura hoy esa larga historia del miedo?
Como siempre, las primeras respuestas más a la mano son mediáticas: miedo a que te roben, a que te maten por dos monedas, miedo a salir a la calle; ese que en el 2001, en medio del impulso callejero, parecía haberse disuelto. Hace diez años, el malestar, en un contexto de crisis y pobreza, vino acompañado por un desafío al miedo a la calle. La gente salió a la calle masivamente, desoyendo el estado de sitio y soterrando el temor tanto a la represión policial como al encuentro con otros. Por eso, muchos analistas dicen que en el 2001 se acabó la posdictadura, porque la amenaza de la represión siempre inminente, que había cifrado todo un período político en el país, fue enfrentada de manera radical.
¿Se mantiene hoy ese carácter posdictatorial? ¿Cómo es que en la última década el miedo a salir a la calle reaparece? Vuelve no ya como miedo a la coerción estatal sistemática, sino vinculado a la llamada “delincuencia” eso a lo que las estadísticas llaman “sensación de inseguridad”, de la que se burla genialmente Capusoto en su programa radial Hasta cuándo?.
¿Llega este miedo mediático (de ser robado/matado) a influir realmente en la política? No parece que en esta coyuntura haya jugado un papel importante, a pesar de que las varias encuestas le asignan un lugar excluyente en la cuantificación de las demandas populares. Si tomamos como referencia la última elección nacional (primarias), lo que vemos es que el miedo ligado al discurso seguritario no se traduce directamente en términos electorales. ¿Hasta qué punto el miedo codificado en ese discurso es un factor central para el proceso político actual?
El apoyo de la mayor parte de la población al gobierno de Cristina evidenció el fracaso de la apuesta mediática y del ala opositora a transformar el miedo privado en pasión política decisiva. Si no es el miedo a la delincuencia, interpretado por la clase política y sus publicistas como la variable definitoria del voto –motivo central de los spots y discursos durante la última campaña y de medidas oficiales “electoralistas”, como del Plan Cinturón Sur en la Ciudad o la creación del Ministerio de Seguridad-, ¿cuál fue la variable fundamental en la definición del voto?
A modo de hipótesis, sostendremos que hay una seguridad que la reelección resguarda y que tiene una relación más inmediata con la política que es la del consumo. El triunfo del kirchnerismo muestra que el temor a que se termine este momento de estabilidad económica es una variable con más peso en las decisiones políticas que cualquier otro miedo. La percepción del peligro de que el modelo fracase depende menos de análisis macroeconómicos y políticos que de las experiencias cotidianas de mayor bienestar proporcionadas por una creciente (aún si muy desigual) participación de la sociedad en el mercado.
Mientras que el discurso de la inseguridad incentiva y modula el miedo, el mercado realiza grandes momentos de seguridad. Las villas, por ejemplo, ranquean primeras entre los lugares considerados peligrosos, asociadas a las actividades “ilegales” y a los sectores “excluidos”. Sin embargo, el mercado de la droga es un mercado de clase media y en villas como la 1-11-14 está montado un dispositivo de seguridad destinado a proteger el cliente que viene de otros barrios. Se invierte la lógica del “local” que rigió tradicionalmente en los barrios pobres, donde quien era del barrio no corría riesgo en él. En las villas donde hay bandas narco el que va a comprar droga está mucho más seguro que el que vive en la periferia.
El consumo produce fortaleza, amuralla los contornos, no importa dónde se emplace. En la 1-11-14 o en Puerto Madero, el consumidor está protegido. Un mercado que funciona en una zona marginal, en el centro de la clase social considerada “amenazante”, como la Feria de La Salada, tiene una organización y un control destinado al consumo (festivo, callejero) que no deja lugar alguna a la sensación de inseguridad.
El discurso de la inseguridad y la gestión mercantil de la protección, en vez de contradecirse, se nos presentan como complementarios: uno produce el sentimiento de riesgo y la otra lo calma. Entonces, en un momento de aumento exponencial del consumo en todos los sectores sociales, ¿por qué, aún así, tiene tanto vigor la idea de inseguridad? ¿Por qué esta época parece ser tan violenta cuando, desde el punto de vista de los indicadores objetivos, es probable que estemos en la Argentina menos violenta en muchas décadas? Sospechamos que hay algo del orden de la experiencia que genera esa sensación de inseguridad y que no puede ser simplemente imposición simbólica de los medios de comunicación que la propician y amplifican.
Puede que, más allá de los momentos de seguridad que el consumo garantiza, haya otro tipo de miedos, una sensación de peligro que quizás surja de una percepción de fracaso del proyecto comunitario, que durante décadas trazaba un horizonte compartido de progreso. Si a partir de 2003 el estado sostuvo la desactivación del miedo a que el aparato estatal se organice para matar a quienes lo desafían políticamente y se inició una recomposición económica que redujo las incertidumbres vinculadas al acceso a ciertos bienes de consumo, a nivel de sentido colectivo el kirchnerismo no logró regenerar un sentimiento de seguridad más pleno.
A momentos significativos como fue, sobre todo, el festejo del bicentenario, le suceden otros de igual impacto como fue la toma del parque indoamericano. La sensación que el proyecto común es débil o inexistente hizo que durante décadas no tuviésemos claro qué es lo puede pasar entre nosotros, que no sepamos qué es posible cuando nos salimos del espacio perimetrado visible vigilado de la sociedad.
Al desguace de los lazos y las certezas sociales producido por las políticas neoliberales y la privatización de la vida desde la última dictadura en adelante, se suma el hecho de que estamos ante un proceso de acumulación de capital feroz, donde lo que se regenera como mecanismo de mercado no se está regenerando como sentido colectivo. Por lo tanto, hay una suerte de pacificación, pero que no está basada en la confianza en el otro, sino en el bienestar individual. Hay pacificación en desconfianza. Una pacificación implementada por el mercado.
La villa donde se vende droga es más segura que el barrio vecino, ahí es más seguro caminar dentro de la villa que afuera. Es la existencia de un mercado lo que garantiza las condiciones de seguridad. El consumidor está custodiado. Quienes lo protegen son más las fuerzas privadas de seguridad, contratadas por las bandas, que los agentes del estado. Si la acción policial se inscribe en la idea de un común social compartido (como el de patria o nación, con su mayor o menor carga de racismo y las prácticas más o menos fascistas que habilita), cuando la seguridad privada protege al consumidor ya no hay una remisión a un ideario estatal-ciudadano, lo que rige es la simple potestad del consumo.
El horizonte compartido está signado por la medida del consumo. Lo que prima es la posibilidad de armar negocios, de consumir y generar ganancia. Y la seguridad llega vía ese armado de mercado. Si un mercado apostado en un cierto territorio se desintegra, el lugar queda desprotegido. Las fuerzas de seguridad con una lógica estatal no pueden reponer ese tipo de seguridad que brindaba el mercado, porque no puede reponer la trama minúscula con que esa protección se enlaza con las otras prácticas sociales que son prácticas de cálculo, de compra y de venta.
No es que la lógica estatal no incluya la racionalidad mercantil, está claro que el estado contiene y garantiza las transacciones capitalistas, pero se enraíza, además, en un cierto horizonte de proyecto compartido. Es lo segundo lo que está desintegrado y lo que hoy los proyectos políticos no alcanzan a reparar. Esa descomunión hace que cualquier factor que se presente como integrador goce de cierta legitimidad política. El trabajo, la familia, la educación; instituciones fuertemente cuestionadas por la juventud de los ´60/70, hoy son los mojones del imaginario político. Esto permite que se presentan como herederas de la política setentista unas luchas que pugnan por restituir la sociedad que aquella quería transformar/destruir.
Nuestro país tiene una historia reciente donde el terror fue una componente central de la maquinaria de gobierno. El miedo a morir en manos del estado en años de dictadura se propagó durante la posdictadura bajo la forma de temor a que el estado volviera a ser gestionado como aparato de muerte. El discurso de Alfonsín de no desestabilizar la democracia era un límite para la acción colectiva, todo lo que fuera sospechoso de afectar la institucionalidad era visto como ilegítimo. Este escenario de riesgo perpetuo -hiperinflación mediante- tuvo su envés en el discurso menemista de la estabilidad. En los ´90 el miedo era a la crisis económica. ¿Cómo se configura hoy esa larga historia del miedo?
Como siempre, las primeras respuestas más a la mano son mediáticas: miedo a que te roben, a que te maten por dos monedas, miedo a salir a la calle; ese que en el 2001, en medio del impulso callejero, parecía haberse disuelto. Hace diez años, el malestar, en un contexto de crisis y pobreza, vino acompañado por un desafío al miedo a la calle. La gente salió a la calle masivamente, desoyendo el estado de sitio y soterrando el temor tanto a la represión policial como al encuentro con otros. Por eso, muchos analistas dicen que en el 2001 se acabó la posdictadura, porque la amenaza de la represión siempre inminente, que había cifrado todo un período político en el país, fue enfrentada de manera radical.
¿Se mantiene hoy ese carácter posdictatorial? ¿Cómo es que en la última década el miedo a salir a la calle reaparece? Vuelve no ya como miedo a la coerción estatal sistemática, sino vinculado a la llamada “delincuencia” eso a lo que las estadísticas llaman “sensación de inseguridad”, de la que se burla genialmente Capusoto en su programa radial Hasta cuándo?.
¿Llega este miedo mediático (de ser robado/matado) a influir realmente en la política? No parece que en esta coyuntura haya jugado un papel importante, a pesar de que las varias encuestas le asignan un lugar excluyente en la cuantificación de las demandas populares. Si tomamos como referencia la última elección nacional (primarias), lo que vemos es que el miedo ligado al discurso seguritario no se traduce directamente en términos electorales. ¿Hasta qué punto el miedo codificado en ese discurso es un factor central para el proceso político actual?
El apoyo de la mayor parte de la población al gobierno de Cristina evidenció el fracaso de la apuesta mediática y del ala opositora a transformar el miedo privado en pasión política decisiva. Si no es el miedo a la delincuencia, interpretado por la clase política y sus publicistas como la variable definitoria del voto –motivo central de los spots y discursos durante la última campaña y de medidas oficiales “electoralistas”, como del Plan Cinturón Sur en la Ciudad o la creación del Ministerio de Seguridad-, ¿cuál fue la variable fundamental en la definición del voto?
A modo de hipótesis, sostendremos que hay una seguridad que la reelección resguarda y que tiene una relación más inmediata con la política que es la del consumo. El triunfo del kirchnerismo muestra que el temor a que se termine este momento de estabilidad económica es una variable con más peso en las decisiones políticas que cualquier otro miedo. La percepción del peligro de que el modelo fracase depende menos de análisis macroeconómicos y políticos que de las experiencias cotidianas de mayor bienestar proporcionadas por una creciente (aún si muy desigual) participación de la sociedad en el mercado.
Mientras que el discurso de la inseguridad incentiva y modula el miedo, el mercado realiza grandes momentos de seguridad. Las villas, por ejemplo, ranquean primeras entre los lugares considerados peligrosos, asociadas a las actividades “ilegales” y a los sectores “excluidos”. Sin embargo, el mercado de la droga es un mercado de clase media y en villas como la 1-11-14 está montado un dispositivo de seguridad destinado a proteger el cliente que viene de otros barrios. Se invierte la lógica del “local” que rigió tradicionalmente en los barrios pobres, donde quien era del barrio no corría riesgo en él. En las villas donde hay bandas narco el que va a comprar droga está mucho más seguro que el que vive en la periferia.
El consumo produce fortaleza, amuralla los contornos, no importa dónde se emplace. En la 1-11-14 o en Puerto Madero, el consumidor está protegido. Un mercado que funciona en una zona marginal, en el centro de la clase social considerada “amenazante”, como la Feria de La Salada, tiene una organización y un control destinado al consumo (festivo, callejero) que no deja lugar alguna a la sensación de inseguridad.
El discurso de la inseguridad y la gestión mercantil de la protección, en vez de contradecirse, se nos presentan como complementarios: uno produce el sentimiento de riesgo y la otra lo calma. Entonces, en un momento de aumento exponencial del consumo en todos los sectores sociales, ¿por qué, aún así, tiene tanto vigor la idea de inseguridad? ¿Por qué esta época parece ser tan violenta cuando, desde el punto de vista de los indicadores objetivos, es probable que estemos en la Argentina menos violenta en muchas décadas? Sospechamos que hay algo del orden de la experiencia que genera esa sensación de inseguridad y que no puede ser simplemente imposición simbólica de los medios de comunicación que la propician y amplifican.
Puede que, más allá de los momentos de seguridad que el consumo garantiza, haya otro tipo de miedos, una sensación de peligro que quizás surja de una percepción de fracaso del proyecto comunitario, que durante décadas trazaba un horizonte compartido de progreso. Si a partir de 2003 el estado sostuvo la desactivación del miedo a que el aparato estatal se organice para matar a quienes lo desafían políticamente y se inició una recomposición económica que redujo las incertidumbres vinculadas al acceso a ciertos bienes de consumo, a nivel de sentido colectivo el kirchnerismo no logró regenerar un sentimiento de seguridad más pleno.
A momentos significativos como fue, sobre todo, el festejo del bicentenario, le suceden otros de igual impacto como fue la toma del parque indoamericano. La sensación que el proyecto común es débil o inexistente hizo que durante décadas no tuviésemos claro qué es lo puede pasar entre nosotros, que no sepamos qué es posible cuando nos salimos del espacio perimetrado visible vigilado de la sociedad.
Al desguace de los lazos y las certezas sociales producido por las políticas neoliberales y la privatización de la vida desde la última dictadura en adelante, se suma el hecho de que estamos ante un proceso de acumulación de capital feroz, donde lo que se regenera como mecanismo de mercado no se está regenerando como sentido colectivo. Por lo tanto, hay una suerte de pacificación, pero que no está basada en la confianza en el otro, sino en el bienestar individual. Hay pacificación en desconfianza. Una pacificación implementada por el mercado.
La villa donde se vende droga es más segura que el barrio vecino, ahí es más seguro caminar dentro de la villa que afuera. Es la existencia de un mercado lo que garantiza las condiciones de seguridad. El consumidor está custodiado. Quienes lo protegen son más las fuerzas privadas de seguridad, contratadas por las bandas, que los agentes del estado. Si la acción policial se inscribe en la idea de un común social compartido (como el de patria o nación, con su mayor o menor carga de racismo y las prácticas más o menos fascistas que habilita), cuando la seguridad privada protege al consumidor ya no hay una remisión a un ideario estatal-ciudadano, lo que rige es la simple potestad del consumo.
El horizonte compartido está signado por la medida del consumo. Lo que prima es la posibilidad de armar negocios, de consumir y generar ganancia. Y la seguridad llega vía ese armado de mercado. Si un mercado apostado en un cierto territorio se desintegra, el lugar queda desprotegido. Las fuerzas de seguridad con una lógica estatal no pueden reponer ese tipo de seguridad que brindaba el mercado, porque no puede reponer la trama minúscula con que esa protección se enlaza con las otras prácticas sociales que son prácticas de cálculo, de compra y de venta.
No es que la lógica estatal no incluya la racionalidad mercantil, está claro que el estado contiene y garantiza las transacciones capitalistas, pero se enraíza, además, en un cierto horizonte de proyecto compartido. Es lo segundo lo que está desintegrado y lo que hoy los proyectos políticos no alcanzan a reparar. Esa descomunión hace que cualquier factor que se presente como integrador goce de cierta legitimidad política. El trabajo, la familia, la educación; instituciones fuertemente cuestionadas por la juventud de los ´60/70, hoy son los mojones del imaginario político. Esto permite que se presentan como herederas de la política setentista unas luchas que pugnan por restituir la sociedad que aquella quería transformar/destruir.
Ya el nombre de Thomas Hobbes al principio de la reseña nos sirve para descubrir el tinte de toda la cuestión del Miedo como categoria política.
ResponderEliminarPodemos pensar a conservadurismos de varios tipos como descendiente de posturas Hobbesianas y Neo Hobbesianas, en tanto interpelan al hombre-lobo-del-hombre como sujeto político y social. Tal es el subtexto que yace debajo de la promoción de la "inseguridad mediatica": La guerra de todos contra todos a menos que aceptemos una mano firme(dura)que nos guie y mande.
Cuando se trata de la naturaleza humana Describir es Prescribir. Y las concepciones Hobbesianas de la sociedad desembocan con minimas intermediaciones en formas autoritarias.
Y por mas efectivo que resulte Hobbes para explicar/justificar el autoritarismo los Hobbesianos, sobre todo los Neo Hobbesianos vernaculos, son sordos y ciegos al impulso cooperativo y constructivo de los humanos en comunidad. Es ciego el que solo ve la oscuridad.
No es tanto que sea falso que el miedo sea la base de la sociedad, sino que pensar asi lleva a trampas conceptuales, paraliza para la accion constructiva y deja enormes boquetes para poder entender todo proceso social constructivo.
Adrian
No es verdad que el pensamiento de Hobbes sea conservador. Es estrictamente realista. Piensen lo que sería nuestra sociedad si no se hubiese recuperado el rol del estado. Como ahora nos sentimos seguros, olvidamos que el fondo de lo político sigue suendo el miedo de todos contra todos, tambien llamado libremercado. Miren a Grecia, muchachos. Hobbes era liberal, ateo: de izquierda. Si van a "superar" a Hobbes, muy bien. Pero al menos cuenten un poco que politica de las pasiones resulta mas realista que la del miedo. Me encanta este blog, en desacuerdo, pero lo disfruto. ¿Porque no escriben con mas frecuencia? Besos Yamila
ResponderEliminarimportará Hobbes, para el hoy de hoyes..? seguro si, pero bien el miedo como arma del que pierde y teme, arma cosa para el resto... para el margen que hace soberanía y en tanto eso funcionalidad política... la preservación es política de la tristeza y trascendente, ante el aluvión del hacer antióntico, entonces... creo por hoy que haya política del abandono y la desactivación, entonces a que aparezca... salú
ResponderEliminarEstimada y Anonima Yamila,
ResponderEliminarPrimero que nada como parte de este colectivo me alegra que disfrutes del Blog.
En segundo lugar pienso que cuando le damos entidad de "mas realista" a la lucha del todos contra todos Hobbesiana ya empezamos la discusion derrotados. Insisto: cuando se trata del ser humano describir es prescribir.
No se si es cuestión de "superar" a Hobbes, pero si creo que la narrativa de individuos atomicos unidos solo por el miedo mutuo es un retrato a la vez falso e indeseable de la condicion humana. asi que no le otorgo al miedo la condicion de ser mas realista que otras pasiones.
Anonimo2: Suena interesante lo que decis pero no entendi NADA :-)
Saludos,
Adrian