Este año empezamos el taller con la pregunta por aquello a lo qué nos referimos cuando decimos “coyuntura política”. La noción de coyuntura es algo que hasta ahora no nos habíamos dado como objeto, pero cuya concepción en común fuimos configurando en la elaboración de cada uno de los temas/problemas que abordamos en nuestras reuniones. ¿Qué noción de coyuntura entrañan nuestros análisis? ¿Qué sería profundizar nuestro tratamiento de los asuntos de coyuntura?
Podemos decir que la coyuntura es conjunción de procesos que se afectan entre sí. De modo que cada vez contamos al menos con dos niveles para el pensar político. El de los procesos en que estamos inscriptos y el de la coyuntura como espacio de cruce de tales procesos. En tanto resultante dinámica de los procesos y fuerzas de las que surge la coyuntura experimenta mutaciones notables. Por momentos se debilita, y por momentos se torna poderosa, subsumiendo en metabolismo a los mismos procesos que le dieron origen. Pero más que darnos una definición abstracta, lo que buscamos es ver cómo opera el término en la práctica, en las prácticas de pensar/actuar de las que participamos. Por eso, para acercarnos a una definición, vamos a proponernos dos planos en los que reflexionar sobre la coyuntura: uno nacional y otro internacional. Dentro del primero, elegimos tres escenarios, tres grandes coyunturas: 1945, como momento de nacimiento del peronismo; la situación política de 1973, con el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina luego del exilio, y el escenario político actual en el país. Luego, nos trasladaremos a la actualidad, tomando la situación de Medio Oriente, zona con la cual guardamos una distancia espacial y cultural, y al mismo tiempo signo de complejos procesos que dinamizan y afectan la coyuntura global, ayudándonos a volver más claramente sobre los criterios que operan en nuestra mirada.
1945, 1973, 2011 se nos presentan como instancias que en su emergencia excedieron los conceptos y categorías para pensar los fenómenos sociales existentes hasta ese entonces. Esta constante puede dar lugar a la sospecha de insuficiencia de toda categoría para expresar lo que es en un cierto momento de lo social. ¿Qué época histórica no excedió el lenguaje de sus contemporáneos? Puede que lo propio de la historia sea efectuar esos excesos que ponen a los cuerpos y a las ideas a andar.
¿Cuál es la novedad en 1945? ¿Qué es lo que azora a las mentes de la época? Las movilizaciones masivas a Plaza de Mayo alteraron el ordenamiento simbólico y espacial de aquellos años, dando a luz a un nuevo actor político. Los “cabecitas negras” habían llegado a la ciudad tras grandes olas de migración interna, principalmente desde zonas rurales de las provincias del norte, para trabajar en las fábricas abiertas en el proceso de industrialización. De la periferia del país, a la periferia de la ciudad, el 17 de octubre de 1945 desembocaron en el centro de la escena política.
Podemos decir que no se trató simplemente de la visibilización de la clase obrera, como si algo antes permanecido en la oscuridad en ese punto hubiese sido iluminado. La presencia colectiva en las calles, en el seno de una manifestación política signada por la figura de Perón, más que una visibilización era una institución de nuevos sujetos políticos. Una presencia que no se adecuaba a las categorías de la política hegemónica de la época, pero tampoco al sujeto-trabajador considerado por el socialismo, el comunismo, el anarquismo. No son exactamente “los trabajadores”, son los “cabecitas negras”, término que, nacido en la coyuntura, tiene la virtud de ser la expresión que mejor cabe a ese fenómeno particular.
Lo que de coyuntural hay en el término nos reclama una mirada hacia las restantes líneas y espacios políticos de ese momento. “Cabecita negra” era una acepción despectiva, acuñada por los sectores dominantes, pero no por toda la clase alta como actor unificado. Con el surgimiento del peronismo, se produjo una polarización de las clases dominantes: una parte se embarcó en un proyecto reformista bajo el discurso del desarrollo de la burguesía nacional y otra parte se opuso a los procesos que tenían su antecedente en la labor de Perón desde 1943 en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Afín a estas franjas de la clase dominante en oposición, la iglesia adoptó un discurso explícitamente antiperonista y, con ello, se instituyó como un actor claro dentro del escenario político. En una misma tonalidad frente al gobierno se inscribieron, a su vez, las incipientes clases medias, como los trabajadores de cuello blanco, a pesar de haber sido un sector surgido al calor de las reformas sociales posibilitadas por el peronismo.
Es el conjunto de estos procesos lo que conforma la coyuntura. Observarla implica desentrañar las líneas de acción que se van desplegando y las líneas identitarias que se van trazando en un cierto espacio. Una coyuntura es una unión de líneas que se ven afectadas por su conjunción y que, asimismo, afectan la conjunción que componen. Son líneas que están co-yuntas, que aran juntas el campo de la historia. Esos modos de componerse –de arar juntas- es lo que se intenta identificar en una descripción.
El segundo momento que nos propusimos observar es el año 1973 en Argentina. El 12 de octubre de 1973 tuvo lugar ante los ojos de Perón una plaza muy diferente de la que había exigido su liberación en 1945. El actor central esta vez era la juventud, hija de la generación del ´45, tanto de las clases bajas peronistas como de las clases medias antiperonistas, que había vivido el devenir posterior al golpe de 1955. Junto con ella, celebraban la tercera presidencia de Perón sectores del sindicalismo, del empresariado, del partido.
Si los trabajadores urbanos provenientes de las provincias se constituyeron como actores políticos en su afluencia a la Plaza de Mayo, en las manifestaciones de 1973 el espacio frente a la Casa Rosada ya no tuvo esa función performativa. Los grupos que confluyeron en la plaza tenían una identidad política ya constituida, unas trayectorias de militancia y de participación que definía en ellos una cierta orientación, unas ciertas expectativas, que redundaban en divergencias.
En una coyuntura las líneas convergen y divergen de modo permanente: una coyuntura es un todo vivo, donde se suceden y se replican continuidades y rupturas. Al son de ese movimiento complejo se van definiendo los actores en juego. Por eso, cada vez que nos concentramos en las particularidades de un acontecimiento histórico, los sujetos involucrados, que parecían ser los mismos de antes, toman otro color, notamos que ya son otros.
La juventud que actualmente se organiza en torno a la figura de Cristina Fernández y del proyecto kirchnerista ¿es la misma juventud que había tomado protagonismo en los ´70? ¿Hay una reaparición de la juventud en la política? ¿Se puede hablar de “la juventud”, salvando las distancias generacionales? Será necesario observar el resto de los actores que conforma el escenario político, revisar los modos de articulación y los puntos de conflicto. ¿Sería esta juventud capaz de vaciar una plaza?
Nos preguntamos si existe alguna tensión entre la figura de la presidenta y el proyecto que encabeza y las militancias que se agrupan en torno suyo. Podría pensarse que hoy la tensión es más bien con los movimientos sociales que con los jóvenes militantes. En el armado de gobierno que permitió a Néstor Kirchner remontar un proyecto estatal en 2003 es central la articulación con los movimientos sociales protagonistas en los procesos del 2001. Hoy muchos de esos movimientos están imbricados en el aparato del Estado, con posiciones más o menos conflictivas.
Frente al gobierno -y no ya dentro de él- aparecen movimientos sociales nuevos, que son a penas visibles pero que tienen un rol importante en la política local, dentro de la que intervienen. Las manifestaciones contra la minería a cielo abierto o contra la explotación sojera son ejemplos de ello. Pero, también, conflictos urbanos que no son pensados como políticos, como las movilizaciones por casos de gatillo fácil, por acciones de desalojo o por causas de discriminación.
Es como si en la Argentina actual nos encontráramos frente a dos tiempos de la política: por un lado, la articulación del estado con los movimientos sociales, que es un factor fundamental de gobernabilidad, y, por el otro, la desposesión por explotación de los recursos naturales, que guarda una continuidad con las formas urbanas de explotación de la renta y la especulación inmobiliaria. A lo largo de esa línea se puede entrever el surgimiento de nuevas expresiones políticas y sociales, tanto los vecinos que se convocan para evitar la instalación de una mina como las familias que se organizan para resistir un desalojo.
Por último, situamos la mirada en Medio Oriente y a través suyo vemos la pérdida de hegemonía simbólica del unilateralismo de los Estados Unidos. Dos grandes consignas parecen sintetizar el pensamiento que llega desde el norte de áfrica (para ponerlo en paralelo con la coyuntura de la última década sudamericana): el fin de la arrogancia occidental, y la confirmación de la emergencia de nuevos sujetos populares inteligentes. Así como un momento histórico desborda las categorías existentes para pensarlo, los acontecimientos recientes en Oriente refutan las definiciones que le asignaba Occidente. El hecho de que el propio pueblo musulmán (o cristiano-musulman) se deshaga de un gobierno dictatorial rompe la equivalencia entre islamismo y tiranía sostenida por las potencias occidentales. Pero, es todo el pensamiento moderno del estado lo que allí hace crisis, ya que la revuelta contra un gobierno tiránico se da en oriente en nombre de la tradición islámica. Es decir, cambios políticos considerados “modernos” son impulsados por fuerzas “premodernas”, como la religión.
La decadencia del discurso unilateralista está ligada íntimamente al despliegue de tecnologías no centralizadas de comunicación e información. En la época digital la información tiende a la multiplicación y a la dispersión. En otro momento, podrían haberse dado procesos de cualquier signo en otro lugar del mundo sin que nunca nos enteráramos o a los que hubiéramos leído a través del gran discurso mediador del país que concentrara la enunciación. Es decir, ante una lectura unidimensional, hubiésemos tenido vedada la reflexión sobre la coyuntura, vedada la posibilidad de ver la complejidad de las líneas que se entraman.
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