Nos preguntamos por lo que escuchamos cuando nos proponemos pensar la coyuntura política. Así como resulta evidente que en música o en el psicoanálisis hay un asunto de oído, podemos partir de que también en política hay una dimensión de oído. También en la política hay mucho ruido, melodías gastadas y clichés que tienden a repetirse. Entonces: ¿qué es lo que escuchamos cuando escuchamos, dónde ponemos la oreja, que pliegues, qué registros priorizamos?
Por ejemplo, entre las sonoridades de este último tiempo tenemos un gobierno que nos hace oír ciertas cosas en relación con la última dictadura. El gobierno interpela al empresariado y denuncia a los empresarios vinculados con ella, distinguiendo entre capital cómplice y capital no cómplice (seguramente los Grobo entran en esta última posición). ¿Esta de complicidad con la dictadura, a propósito de la batalla con Clarín, la historia del Papel Prensa, se deja interpretar como superación del neoliberalismo? ¿Estamos en un momento posneoliberal? ¿y que sería el posneoliberalismo?
Ante todo: ¿qué cosa es el neoliberalismo? Es un problema de oído. Puede que la dictadura haya sido más la destrucción de cierto “estado social” construido a partir del peronismo que la construcción sistemática de un estado neoliberal. Una destrucción a partir de la cual, en los 90, se afianzó una política centrada en el individuo y una economía centrada en el capital privado.
Es interesante hablar de estado-neoliberal. Porque la cantata “neo” hablaba contra la intervención del estado. Y cuando hoy se habla contra la fase neoliberal de los años noventa se afirma que el estado tiene que intervenir más. Desde ambas posiciones se silencia (como el silencio en la música) la existencia de un estado neoliberal, de intervenciones propiamente neoliberales.
¿El neoliberalismo es un intento de recuperar el liberalismo de antaño o apunta a una nueva forma de relación entre estado y mercado? Gustavo Grobocopatel, un ejemplo de “capital-no cómplice” tuvo un debate con Mempo Giardinelli y Aldo Ferrer en Pagina 12 (lo esencial ocurrió entre el 11 al 18 de agosto de 2010). Allí sostiene que “es fundamental tener políticas de incentivo a la inversión, al combate contra la evasión y un estado fuerte y dinámico”. El empresario sojero –cuyas ganancias provienen del mercado internacional y no del consumo interno- pide un “estado fuerte”.
Una posición similar expresa hace solo dos semanas Enrique Iglesias, ex director del Bid quien se considera al mismo tiempo neoliberal y neointervencionista. Desde su punto de vista la crisis actual extrema la identidad entre mercado competitivo y fuerte intervención estatal.
Una postura liberal estaría orientada a que el estado dejara libradas al mercado crecientes porciones de la economía. En el neoliberalismo, en cambio, el empresariado pide un estado que regule. Pero no se trata de agentes excluyentes, se deshace la disyuntiva-excluyente entre estado y mercado. El estado no limita al mercado desde afuera, sino que participa de su trama, lo incita y lo constituye.
Esta es una poco la lección de Foucault en “El nacimiento de la biopolítica”: en el neoliberalismo el estado brega por las extremadamente complejas condiciones en las cuales los mercados pueden funcionar.
En vez de limitarse a que las políticas públicas beneficien a su sector, el reclamo de Grobocopatel se centra en que haya una política integral de desarrollo económico para el país. El neoliberalismo no es un discurso antipolítico, es un discurso político. No se trata solamente de un argumento de los empresarios para ganar más dinero. Existe también un neoliberalismo popular, una forma de ver las cosas, una racionalidad que ha penetrado tramas populares.
El neoliberalismo no impone “un” modelo de acción o un modelo de vida, su lema es “hace lo que quieras, pero que produzca valor mercantil”. Se trata de una racionalidad que supone que el principio racional de toda relación social debe estar orientado a generar dinero. Lo que no produce ganancia no tiene sentido. La vida es un capital humano que tiene que valorizarse. Los pobres no pueden tener muchos hijos porque si estos se echan a perder sus hijos no van a ser suficientemente productivos.
Esta racionalidad es efectiva en áreas enteras de la sociedad, más allá de la tónica del gobierno. Hoy el discurso oficial no es un discurso neoliberal, y se han tomado medidas que no son neoliberales, como la asignación por hijo o la ley de movilidad jubilatoria.
¿Se puede pensar a los planes de asistencia social como oportunidad de modos no-neoliberales de producción de lazos sociales, en tanto entrañan acciones que no están orientadas a generar valor mercantil? Desde una racionalidad eminentemente neoliberal, el objetivo de estos planes puede ser el de evitar que una porción de la población que podría ser conflictiva interrumpa el circuito de valorización capitalista. El neoliberalismo, que tiene como imperativo que todo lo que es en la sociedad produzca valor en el mercado, para funcionar necesita exceptuar ciertos cuerpos de esa valorización.
La exceptuación que así se aplica puede abrir a experiencias diferentes de las que produce el capital: relaciones sociales por fuera del trabajo. Fuera del trabajo no quiere decir fuera de la producción de lo social. Fuera del trabajo puede ser fuera de las delimitaciones de valor trazadas por el mercado, puede ser el espacio para una racionalidad donde toda vida es necesaria.
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