27 de septiembre de 2010

infrapolítica

Intentaremos darnos un concepto que nos permita pensar la politicidad actual más allá de lo que vemos y leemos en los medios masivos de comunicación. Si asumimos que la política es eso de lo que habla la sección Política de los medios, ¿podemos suponer que existe un espacio que acompaña a la política desde abajo, una dinámica que podríamos llamar infrapolítica?

Hablamos de infrapolítica para nombrar un fenómeno actual y coyuntural, que no es fácilmente asimilable a las categorías con las que venimos pensando lo político. En una nota recientemente publicada en el diario Página 12 sobre las tomas en los colegios secundarios de la Ciudad de Buenos Aires, los/as chicos/as dicen “somos hijos de la crisis de 2001”. No se trata de chicos del 2001. Sino de hijos de aquellas jornadas. Hijos muy diferentes a los hijos de la política de los años 70. Explican: “nos interesa la política pero desconfiamos de lo políticos”. Y esa desconfianza, intuimos, puede convertirse en un central de la micropolítica.  

Se trata de expresiones que difieren de los movimientos del 2001, pero son herederas de ellos. En aquel entonces, las asambleas barriales, los centros de trueque, los movimientos piqueteros y los grupos anticorralito se organizaron en un contexto de estallido de la macropolítica. Hoy, en cambio, hay una revitalización de la política. La pregunta es si junto a este reverdecer de la política no surgen dinámicas nuevas, subterráneas tal vez, prácticas que tratamos de entrever. 

Hablamos de infra y no ya de micro-política. Si bien Delueze y Guattari nunca se referían a la micropolítica como algo chico (la micro tiene siempre la misma extensión que la macro) los últimos años hemos experimentado micropolíticas del refugio en lo pequeño, reducidas a lo local. Como las micropolíticas, la infra comparte con las micropoliticas la ligazón con las situaciones concretas. Pero elegimos el nombre de infra para remarcar el modo en que estas micropolíticas actuales se extienden en toda la dimensión de lo político. Más que una diferencia de escala, lo que distingue macro y micro, macro e infra es una diferencia de reglas de constitución, de modos de existencia.  

La infrapolítica va cerca de la política, pero a distancia. Hace política y, al mismo tiempo, desconfía de la política. En esa desconfianza radica su heterogeneidad, su forma singular de actuar. La política está regida por una racionalidad pragmática (en el sentido que su lógica es de uso, de fuerzas, de tácticas). Lógica de poder, en la cual resulta imprescindible coaligarse con otros por pura necesidad. La infrapolitica, en cambio, es una dimensión ética, en el sentido que su punto de partida consiste en declarar que un estado de cosas nos resulta intolerable. Todo empieza cuando decimos: “esto no lo quiero”, “esto no lo soporto más”, “esto no”.

Los estudiantes, para seguir con nuestro ejemplo privilegiado, se niegan a seguir cursando en las condiciones edilicias en las que lo hacían. Las tomas se sostienen en esa expresión de disconformidad, que convive con las demandas de las agrupaciones políticas, y al mismo tiempo a una cierta distancia de lo político como tal. En una entrevista (“Tomar la toma en serio”, dialogo entre agrupación Free y Colectivo Situaciones), pibes y pibas del Normal 4 que sostienen la toma del colegio comentan su incomodidad con el discurso de los militantes, dicen que no se sienten representados, que ellos no hablan así, no piensan así.

La toma es el espacio de otras experiencias, de otros lenguajes, donde lo infrapolítico se habla cuando se charla sobre una película o sobre lo que dice un diario y no simplemente cuando se critica a Macri. Donde lo infrapolítico se habla en otros tonos, donde el chiste o la ironía encarnan una crítica a las formas tradicionales de hacer política. Una ironía que no es cinismo, porque no se coloca por fuera de lo que expresa, no pasiviza. Por eso la infrapolítica no es (en ningún sentido) semejante a una “antipolítica”, el rechazo a los intereses constituidos no se traduce en desinterés. 

En el escenario de la política los actores están siempre ya-constituidos y se enfrentan por intereses (igualmente constituidos: estado, clases). En las politicidades que describimos (infra) los actores están en constitución y no responden a intereses establecidos previamente. Son espacios en los que: (a) se generan modos de vida y modos de percepción, mientras que la macropolítica (b) es el reino de la representación.

El principio de representación permite hablar por otros, callar a unos, hacer hablar a otros a partir del lenguaje ya estructurado de la política. Un lenguaje que es el mismo que el de los medios de comunicación. Así funciona la lógica de los medios, creando estereotipos: de la diversidad de quienes participan en las tomas los medios eligen entrevistar a los militantes, cuyos discursos caben en las gramáticas de la política. Las otras voces son más difíciles de asumir en la televisión. Al igual que un sonido incomprensible no se interpreta como música sino como ruido, no se reconoce esas voces como discurso político.

Cuando esos tonos disonantes se acompasan y la experiencia de la toma cristaliza en un lenguaje político, en un “lenguaje de la toma”, eso es más el límite de la infrapolítica que su potencial. Eso que a quienes tenemos una afinidad política nos suena bien, nos produce empatía, evidencia una captura de la política.

Contra ello, la infrapolítica insiste con su “ruido” (ya decíamos en la reunión pasada que en la política había una cuestión de oído) que quiere expresarse. No se contenta con lo micro, con ser el lenguaje que se crea entre dos, en los intersticios. La infrapolítica irrumpe, es algo que acontece. Cuando emerge ¿podemos decir que está colonizando la política? No sabemos si la coloniza, pero si la interpela, la obliga a responder y, en ese punto, altera la fijeza del lenguaje establecido.

Hay una cierta fluidez entre los dos órdenes, que nos lleva a considerar a la política y la infrapolítica más como dos polos de un continum que como una dicotomía. La infrapolítica podría ser el suelo donde surgen los elementos que luego retoma la macropolítica, un nivel embrionario. Pero consideramos, al mismo tiempo, que la infrapolítica también puede retomar por su cuenta elementos de la política. 

La infrapolítica supone siempre un exceso sobre los códigos de la política: una emergencia de la multiplicidad de relaciones, algo imposible de subsumir a la lógica de la representación. Lógica de la proliferación y la ambigüedad, allí donde fracasa la idea de un “pueblo” más o menos homogéneo,  para quien politización equivale a representación, cuerpo único y todo unificable, representable. La infrapolítica designaría (si finalmente adoptamos el concepto) aquello que nunca se puede traducir por completo al lenguaje de la política, aquello que siempre sigue resonando como una política a (cierta) distancia de la política.  

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