Nos proponemos rastrear algo
 de los causes de la política argentina en los últimos años a partir de 
la identificación de los momentos de invención de palabras en ese campo.
 Gorila, cabecita negra, carapintada, piquetero,
 cacerolero, destituyente. ¿Cuándo se crean nuevos 
términos? ¿Qué mundo nombran? Las palabras surgen para nombrar cosas que
 antes no existían o no eran percibidas, y que se hacen visibles en el 
instante en que disponemos de un modo de decirlas. 
Las palabras no se crean de la nada, 
sino que son tomadas del flujo social del decir, del lenguaje siempre 
mutante de los actores y los grupos sociales. Por eso, a partir de la 
aparición de un término, podemos reconstruir las influencias que están 
operando en la imaginación política. En los `90, por ejemplo, cuando los
 políticos aprendieron mucho del mercado, el termino cerrar se 
usaba igual entre militantes para referirse al logro de un acuerdo que 
entre comerciantes para decir que una negociación había sido exitosa.
¿Cómo distinguimos una palabra 
política de palabras que funcionan en otros espacios de lo social? Para 
orientarnos, vamos a tomar la noción de Carl Schmitt, para quien  lo 
específicamente político es la definición de una relación de enemistad, 
la capacidad de distinguir amigos de enemigos. Ese acto de definir tiene
 un carácter performativo, no responde a una condición previa de 
igualdad o diferencia, sino que funda lo común o lo antagonista cuando 
se establece. 
Podemos ahora, entonces, observar las 
palabras que se producen en una relación de amistad-enemistad. Gorila
 es el ejemplo perfecto, es el significante supremo del peronismo para 
designar al enemigo político. Un peronista puede ser para otro peronista
 conservador, de derecha, monto, zurdito, pero nunca gorila.
 Gorila es el quedó afuera, con el que no se puede contar y 
contra quien se hace política. 
Junto con este gobierno, han nacido 
formas de designar al kirchnerismo: los K, los pingüinos, 
mientras que hay formas para hablar del peronismo que en los últimos 
diez años dejaron de usarse: peruca, peroncho. Hay un 
clima político de época por el cual no podríamos usar ninguno de esos 
dos últimos términos para llamar a un peronista sin sentirnos gorilas.
 
Gorila es una palabra 
que guarda plena vigencia, mientras que peruca o peroncho 
suenan a lenguaje de otra época. ¿Por qué unas palabras permanecen 
mientras que otras pierden vigencia y, con ellas, lo nombrado pierde 
cuerpo, como si se borrara del mundo de las cosas? 
El kirchnerismo construye su mística 
militante alrededor del lenguaje de las militancias de izquierda de los 
`70. Palabras viejas recrean escenarios viejos en realidades nuevas: oligarquía,
 imperialismo, proyecto nacional. Pero los contextos 
nuevos exigen al lenguaje nuevas destrezas. La palabra compañero 
es un ejemplo de estas herencias setentistas para una política de nuevo 
tipo. 
Si compañero antes servia para 
nombrar a quien pertenecía al mismo partido político o que tenía la 
misma posición ideológica que la propia, hoy es una expresión que tiene 
una eficacia política más compleja. Compañero hoy nombra menos 
una pertenencia común que una convergencia, de corte más coyuntural, 
para ciertos fines. Se usa para definir alineamientos, a medida que van 
cambiando las identidades. Hay un mapeo permanente de los actores y las 
alianzas políticas, dentro del cual compañero funciona al pie de 
la letra de la definición schmittiana.         
En un contexto en el que las 
delimitaciones partidarias ya no sirven como guía para discernir entre 
amigos y enemigos, esto que llamamos alineamientos puede ser lo 
que hace de partido político. Las pertenencias son tan contingentes que 
no alcanzan a sedimentar en identidades: kirchenrismo, cristinismo,
 sciolismo, macrismo, moyanismo. La política se 
presenta como un sistema de identidades móviles, ante el cual el 
lenguaje político puede o bien asumir su vocación creadora o bien 
recurrir al acervo de las palabras en desuso. 
Si compañero hoy nombra un tipo
 de vínculo político que no se inscribe dentro del universo semántico al
 que pertenecía la palabra en los 70, pero, a la vez, es ese universo de
 sentido al que se apela para narrar la política actual, ¿será que nos 
están faltando nuevas palabras? ¿Será que nos estamos negando a narrar 
nustra propia época?     
 
 
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