13 de agosto de 2012

La invención de palabras en política

Nos proponemos rastrear algo de los causes de la política argentina en los últimos años a partir de la identificación de los momentos de invención de palabras en ese campo. Gorila, cabecita negra, carapintada, piquetero, cacerolero, destituyente. ¿Cuándo se crean nuevos términos? ¿Qué mundo nombran? Las palabras surgen para nombrar cosas que antes no existían o no eran percibidas, y que se hacen visibles en el instante en que disponemos de un modo de decirlas.

Las palabras no se crean de la nada, sino que son tomadas del flujo social del decir, del lenguaje siempre mutante de los actores y los grupos sociales. Por eso, a partir de la aparición de un término, podemos reconstruir las influencias que están operando en la imaginación política. En los `90, por ejemplo, cuando los políticos aprendieron mucho del mercado, el termino cerrar se usaba igual entre militantes para referirse al logro de un acuerdo que entre comerciantes para decir que una negociación había sido exitosa.

¿Cómo distinguimos una palabra política de palabras que funcionan en otros espacios de lo social? Para orientarnos, vamos a tomar la noción de Carl Schmitt, para quien  lo específicamente político es la definición de una relación de enemistad, la capacidad de distinguir amigos de enemigos. Ese acto de definir tiene un carácter performativo, no responde a una condición previa de igualdad o diferencia, sino que funda lo común o lo antagonista cuando se establece.

Podemos ahora, entonces, observar las palabras que se producen en una relación de amistad-enemistad. Gorila es el ejemplo perfecto, es el significante supremo del peronismo para designar al enemigo político. Un peronista puede ser para otro peronista conservador, de derecha, monto, zurdito, pero nunca gorila. Gorila es el quedó afuera, con el que no se puede contar y contra quien se hace política.

Junto con este gobierno, han nacido formas de designar al kirchnerismo: los K, los pingüinos, mientras que hay formas para hablar del peronismo que en los últimos diez años dejaron de usarse: peruca, peroncho. Hay un clima político de época por el cual no podríamos usar ninguno de esos dos últimos términos para llamar a un peronista sin sentirnos gorilas.

Gorila es una palabra que guarda plena vigencia, mientras que peruca o peroncho suenan a lenguaje de otra época. ¿Por qué unas palabras permanecen mientras que otras pierden vigencia y, con ellas, lo nombrado pierde cuerpo, como si se borrara del mundo de las cosas?

El kirchnerismo construye su mística militante alrededor del lenguaje de las militancias de izquierda de los `70. Palabras viejas recrean escenarios viejos en realidades nuevas: oligarquía, imperialismo, proyecto nacional. Pero los contextos nuevos exigen al lenguaje nuevas destrezas. La palabra compañero es un ejemplo de estas herencias setentistas para una política de nuevo tipo.

Si compañero antes servia para nombrar a quien pertenecía al mismo partido político o que tenía la misma posición ideológica que la propia, hoy es una expresión que tiene una eficacia política más compleja. Compañero hoy nombra menos una pertenencia común que una convergencia, de corte más coyuntural, para ciertos fines. Se usa para definir alineamientos, a medida que van cambiando las identidades. Hay un mapeo permanente de los actores y las alianzas políticas, dentro del cual compañero funciona al pie de la letra de la definición schmittiana.         

En un contexto en el que las delimitaciones partidarias ya no sirven como guía para discernir entre amigos y enemigos, esto que llamamos alineamientos puede ser lo que hace de partido político. Las pertenencias son tan contingentes que no alcanzan a sedimentar en identidades: kirchenrismo, cristinismo, sciolismo, macrismo, moyanismo. La política se presenta como un sistema de identidades móviles, ante el cual el lenguaje político puede o bien asumir su vocación creadora o bien recurrir al acervo de las palabras en desuso.

Si compañero hoy nombra un tipo de vínculo político que no se inscribe dentro del universo semántico al que pertenecía la palabra en los 70, pero, a la vez, es ese universo de sentido al que se apela para narrar la política actual, ¿será que nos están faltando nuevas palabras? ¿Será que nos estamos negando a narrar nustra propia época?    

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