La
presidenta concentra en su figura una legitimidad descomunal. Esto en
sí mismo no constituye problema alguno. Sin embargo, comienza a
serlo cuando surge la pregunta por la sucesión. La hipótesis que
nos proponemos examinar es la siguiente: la hiper-legitimidad
presidencial puede ser comprendida a partir de procesos diversos
(crecimiento económico, aumentos de consumo, proyección afectiva
sobre su historia personal y familiar, efectivización de derechos
sociales y humanos, etc). La convergencia de todos estos procesos
sobre un mismo punto puede en ocasiones bloquear la transferencia de
legitimidades a eventuales sucesores.
En
la figura de Cristina convergen una serie de elementos que la
invisten de una legitimidad desproporcionada en relación a con
cualquier otro actor de la vida política del país. ¿Cuáles son
las legitimidades que reúne?
Si
hacemos un recorrido por las medidas más reconocidas de la gestión
presidencial podemos enumerar series diferentes como por ejemplo:
gestos de heterodoxia económica (desendeudamiento externo,
expropiación de YPF); de una ampliación de los derechos civiles y
sociales (ley de matrimonio igualitario, ley de identidad de género,
asignación universal por hijo, Argentina trabaja, etc.). Hay una
variable que anuda estos dos conjuntos de decisiones: el consumo.
No queremos cerrar un círculo tan
chico. Hay muchas otras cosas. Hay una zaga familiar; a atributos
personales; hay también una realidad regional, en fin, lo concreto
siempre es múltiple y no pretendemos agotarlo. Pero encontramos en
el consumo un término particularmente relevante, dado que la propia
presidenta ha declarado recientemente que “capitalismo
es consumo”. De hecho, una de los factores que más se le
reconocen a la gestión actual es la de promover y sostener una
generalización del consumo como pilar del modelo económico.
Este
pilar concierne también a las condiciones de gobernabilidad: el
mundo del consumo considerado como un valor en sí mismo, más que
como un correlato de la producción y el trabajo, se dirige a
universos sociales diferenciados, y abarca a los desocupados, a los
jubilados, a los niños, a las amas de casa.
Se promueve la participación de los
diferentes sectores de la sociedad en el mercado a través del
consumo, privilegiando la forma mercantil de circulación de bienes
sobre otras formas posibles. Se refuerza y expande un modo de
relación social mediada por la mercancía.
Cristina puede ser al mismo tiempo la
abanderada de los consumidores (recordar No
seas rata rodolfo) y la líder de las nuevas militancias
juveniles, mientras se proyecta a nivel global como la mayor crítica
de las propuestas de ajuste; la garante de los derechos humanos y la
única capaz de llamar al orden a los gobernadores de las provincias
y a los intendentes del conurbano o a los sindicalistas; a la vez que
es madre y viuda reciente de su compañero de toda la vida.
¿Qué otra figura política encarna
hoy una complejidad similar? ¿Qué dificultades trae aparejada esta
multi-dimensionalidad a la hora de transferir su legitimidad a algún
sucesor?
En el Brasil, Lula, en circunstancias
similares eligió a quien delegarle la autoridad que los brasileños
le reconocen. Dilma Rusef era una de sus ministros. Y a pesar de la
oposición del PT, Lula logró transferir con éxito parte de su
legitimidad a la actual presidenta en Brasil. En Ecuador, Venezuela y
Bolivia aún no se ha resuelto el tema de la sucesión. Pero en la
Argentina, la imposibilidad legal a la re-relección parece acelerar
los tiempos.
Quizás el Gobernador bonaerense
Daniel Scioli encarne este intríngulis como ningún otro. Cuando
hace unos meses expresó sus aspiraciones presidenciales para las
próximas elecciones, el kirchnerismo salió a criticarlo duramente.
“No
es tiempo de hablar de 2015”, le respondió en los medios su
vice, Gabriel Mariotto (“la presidenta dará las instrucciones,
ella es quien decide”). Visto como enemigo por el kirchenrismo,
Scioli, sin embargo, se propone a sí mismo como su heredero natural.
¿Pero se puede prohibir la candidatura de Scioli sin poseer un
candidato más potente para sacarlo de la cancha?
La
decisión de Cristina tendrá su antesala en las elecciones
legislativas de 2013. Hoy la alternativa a la sucesión sciolista
puede ser un Congreso con una amplia mayoría oficialista, que vote
la re-reelección de la presidenta. Un tercer escenario podría ser
el de un candidato joven, y quizás a eso aspire el kirchenrismo al
privilegiar el espacio asignado a la Cámpora en el gobierno. Sin
embargo, los jóvenes K con visibilidad hasta el momento no se
caracterizan por sus virtudes políticas.
En
el último tiempo la juventud proveniente de los derechos humanos,
que tomó protagonismo en los primeros años del kirchnerismo, está
siendo desplazada por jóvenes ligados a las ciencias económicas,
con un perfil cada vez más administrativo. Si las legitimidades que
condensa la presidenta no parecen transferibles más que de una en
una y su articulación depende de una destreza de corte claramente
político, una juventud limitada a gestionar y obedecer ¿qué
capital político estaría en condiciones de heredar? ¿Será,
entonces, Scioli el único heredero legítimo?
Salvo
que la presidenta elija el camino de una reforma constitucional, se
verá obligada a enfrentar el dilema de la sucesión, íntimamente
ligado con el de sus legitimadades. Mientras tanto, ya ha decidido
que Scioli no es su candidato “natural”, seguramente en las
próximas semanas se vea invitada a explicar por qué.
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