27 de agosto de 2012

Los protagonismos políticos, entre el entusiasmo y la suspicacia


Nos proponemos pensar las formas de protagonismo político en la actualidad, entendiendo protagonismo como activación política y no como participación en el circuito de la política profesional. ¿Qué tipos de protagonismo político existen hoy entre nosotros? ¿En qué medida abren a una comprensión más amplia de lo social? ¿De qué modo inciden en la composición política de la época?

Tenemos el ejemplo de la participación en las luchas sindicales, que en los últimos años se presentan cada vez con más fuerza. ¿Cómo nos situamos cuando nos toca participar de este tipo de acciones? ¿De qué modo nos volvemos activos y qué tipo de protagonismo político se adquiere en estas luchas? ¿A qué transversalidad y a qué nuevas comunicaciones políticas da lugar hoy este tipo de proceso?

Si llamamos hiperpolítica al tipo de enunciación super-polarizada que se da hoy día en el ámbito de la política profesional y de la comunicación de masas, ¿da lugar la dinámica de la lucha sindical a otro tipo lenguaje, otro tono de politización?

Tenemos ahí, en el tipo de lenguaje, parece, un tipo especial de indicador. El protagonismo político viene asociado a la constitución de un lenguaje y un tono, y no a la reproducción automática de los enunciados de la hiperpolitización.

Esto nos abre a preguntarnos por toda una gama de experiencias que se dan en el exterior de la hiperpolítica. ¿Cómo ponderamos políticamente las acciones que se dan por fuera (o por debajo, o bien por el costado)? No se trata de que haya un afuera constituido (no lo hay), sino de la posibilidad de tomar una cierta distancia de ese plano, buscando crear otro tipo de espacio/tiempo para la producción de modos de vida. Existe, sin embargo, una articulación entre ambas instancias: hay un punto en que la política visible se sostiene sobre (y su estabilidad depende de) una pragmática de los modos de vivir, aún sin compartir lenguajes de manera directa.

Pero muchas veces entre los enunciados de la ultra-política y nuestras politizaciones concretas se abren brechas. Sucede que hay politizaciones que no saben cómo traducir sus trayectorias en los casilleros de la hiperpolítica. Así como, en otros momentos, los enunciados de la hiperpolítica nos resultan esenciales, aún la hiperpolitizacion como conjunto choca con la sensibilidad de nuestras politizaciones.

Parece que estamos ante el problema de una politización que no forma elenco. Nos cuesta asumir como protagonismo político aquellas cuestiones que para nosotros son bien políticas pero que no tienen resonancia comunicacional inmediata. Esta sensación generalizada opaca las politizaciones anónimas, solo vueltas perceptibles en grandes acciones colectivas.

Sucede que la hiperpolítica se anude y potencie modos diversos de vida, y militancias, pero también que bloquee y oscurezca otros tonos de la participación colectiva.

La hiperpolítica vive del entusiasmo (sin necesidad de llegar a la euforia). El entusiasmado puede ser lúcido pero siempre desde una adhesión efusiva al sentido dado. Hay también tonos de inconformidad en la política; la suspicacia puede ser uno de ellos, capaz de asentimientos circunstanciales, pero sin asumir el sentido tal y como viene configurado.

Se da en el suspicaz una sed de espacios de constitución colectiva y de humor irreverente igualmente lejano del resentimiento de las oposiciones y de cierta puerilidad que afecta algunos espacios de militancias oficialistas.

A la suspicacia le aburre y la inquieta la iconografía, aspira a un plano “laico” de la política, donde se trabajan bajo el peso de la circunstancia singular y concreta. Ella juega a vaciar de sentido los momentos ultra-significantes de lo hiper-político para poder ver (bajo el manto del entusiasmo o bien del resentimiento) nuevos problemas.

13 de agosto de 2012

La invención de palabras en política

Nos proponemos rastrear algo de los causes de la política argentina en los últimos años a partir de la identificación de los momentos de invención de palabras en ese campo. Gorila, cabecita negra, carapintada, piquetero, cacerolero, destituyente. ¿Cuándo se crean nuevos términos? ¿Qué mundo nombran? Las palabras surgen para nombrar cosas que antes no existían o no eran percibidas, y que se hacen visibles en el instante en que disponemos de un modo de decirlas.

Las palabras no se crean de la nada, sino que son tomadas del flujo social del decir, del lenguaje siempre mutante de los actores y los grupos sociales. Por eso, a partir de la aparición de un término, podemos reconstruir las influencias que están operando en la imaginación política. En los `90, por ejemplo, cuando los políticos aprendieron mucho del mercado, el termino cerrar se usaba igual entre militantes para referirse al logro de un acuerdo que entre comerciantes para decir que una negociación había sido exitosa.

¿Cómo distinguimos una palabra política de palabras que funcionan en otros espacios de lo social? Para orientarnos, vamos a tomar la noción de Carl Schmitt, para quien  lo específicamente político es la definición de una relación de enemistad, la capacidad de distinguir amigos de enemigos. Ese acto de definir tiene un carácter performativo, no responde a una condición previa de igualdad o diferencia, sino que funda lo común o lo antagonista cuando se establece.

Podemos ahora, entonces, observar las palabras que se producen en una relación de amistad-enemistad. Gorila es el ejemplo perfecto, es el significante supremo del peronismo para designar al enemigo político. Un peronista puede ser para otro peronista conservador, de derecha, monto, zurdito, pero nunca gorila. Gorila es el quedó afuera, con el que no se puede contar y contra quien se hace política.

Junto con este gobierno, han nacido formas de designar al kirchnerismo: los K, los pingüinos, mientras que hay formas para hablar del peronismo que en los últimos diez años dejaron de usarse: peruca, peroncho. Hay un clima político de época por el cual no podríamos usar ninguno de esos dos últimos términos para llamar a un peronista sin sentirnos gorilas.

Gorila es una palabra que guarda plena vigencia, mientras que peruca o peroncho suenan a lenguaje de otra época. ¿Por qué unas palabras permanecen mientras que otras pierden vigencia y, con ellas, lo nombrado pierde cuerpo, como si se borrara del mundo de las cosas?

El kirchnerismo construye su mística militante alrededor del lenguaje de las militancias de izquierda de los `70. Palabras viejas recrean escenarios viejos en realidades nuevas: oligarquía, imperialismo, proyecto nacional. Pero los contextos nuevos exigen al lenguaje nuevas destrezas. La palabra compañero es un ejemplo de estas herencias setentistas para una política de nuevo tipo.

Si compañero antes servia para nombrar a quien pertenecía al mismo partido político o que tenía la misma posición ideológica que la propia, hoy es una expresión que tiene una eficacia política más compleja. Compañero hoy nombra menos una pertenencia común que una convergencia, de corte más coyuntural, para ciertos fines. Se usa para definir alineamientos, a medida que van cambiando las identidades. Hay un mapeo permanente de los actores y las alianzas políticas, dentro del cual compañero funciona al pie de la letra de la definición schmittiana.         

En un contexto en el que las delimitaciones partidarias ya no sirven como guía para discernir entre amigos y enemigos, esto que llamamos alineamientos puede ser lo que hace de partido político. Las pertenencias son tan contingentes que no alcanzan a sedimentar en identidades: kirchenrismo, cristinismo, sciolismo, macrismo, moyanismo. La política se presenta como un sistema de identidades móviles, ante el cual el lenguaje político puede o bien asumir su vocación creadora o bien recurrir al acervo de las palabras en desuso.

Si compañero hoy nombra un tipo de vínculo político que no se inscribe dentro del universo semántico al que pertenecía la palabra en los 70, pero, a la vez, es ese universo de sentido al que se apela para narrar la política actual, ¿será que nos están faltando nuevas palabras? ¿Será que nos estamos negando a narrar nustra propia época?    

10 de agosto de 2012

Victimas, Oprimidos e Identidades

Progresismo, oprimidos y victimas

La palabra y la noción de ser “Progresista” son esas cosas tan usadas y tan poco definidas porque todos supuestamente sabemos ya lo que quieren decir. Pero podemos aventurar que una parte significativa de la tradición progresista en política puede rastrearse y mapearse en su relación con los oprimidos, los proletarios, los miserables de la tierra


La tradición del progreso

Como está implícito en su nombre, una parte esencial de la tradición progresista está atada a la noción de una senda empinada pero ascendente para la humanidad. Esta noción no se abandonó incluso cuando se perdió la ilusión de que dicho progreso era automático e inevitable. Dicha senda ascendente ofrece la perspectiva de un futuro en el que las injusticias sean corregidas. En occidente, esta noción nutrió el ideal iluminista, aggiornamiento de valores esenciales provenientes de la tradición cristiana. Y como en el mismo cristianismo, el progresismo heredó en gran medida la tensión entre la lucha por la justicia y la sacralización de las víctimas de la injusticia.

“Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, pues serán saciados” dice el Nuevo Testamento, y una parte de la historia del progresismo puede entenderse como inclinarse más por la primera o la segunda parte de esa oración.

La identidad de Víctima y la política de la identidad

La posmodernidad trajo aparejadas una miríada de identidades buscando reconocimiento y legitimidad, un cambio en la subjetividad humana acompañado de cambios complementarios en las esferas tecnológica y económicas.

Habiéndose aparentemente perdido el horizonte de una lucha por la justicia en el marco de una sociedad que progresa cobró más fuerza la representación del progresismo como la defensa de identidades percibidas como víctimas, sea la defensa por parte de las mismas identidades-víctimas o de otros que asumen la defensa como un deber.

El problema surge cuando esta identificación de una determinada identidad con tal condición de víctima se reifica, se esencializa. puede ocurrir como una imposicion condescendiente de grupos más privilegiados que se “dignan” ayudar a los menos favorecidos. Quizás sea una táctica política del grupo-victima para obtener alguna ventaja. El resultado es que una vez asignadas esas esencias son difíciles de eliminar en tanto que colorean cualquier trato y relación y oculta mucho más de lo que revelan, negandole a priori a las victimas agencia propia y la capacidad de ser algo distinto de victimas

Ciertamente no se puede volver a la nocion antigua e ingenua de progreso. Tampoco considero deseable un retorno a un universalismo cargado de particularismos disimulados. Pero podemos señalar que sin un cierto sentido de universalidad se hace muy difícil articular una lucha por la justicia desde un lugar distinto al de las víctimas esenciales. La lucha por la justicia se diferencia de la protección de las víctimas en tanto que la primera parte de concebir al ser humano de enfrente no como un “igual”, sino como un hermano, mientras que en la segunda concepción el otro esta infinitamente distanciado de mi encerrado en sus identidades y víctima por siempre

Cuando se pierde la noción de universalidad, incluso una universalidad vana y eurocéntrica, por las identidades fragmentarias y posmodernas se pierde una nocion basica de justicia como reparaciones de hermano a hermano, y se convierte en lucha por las migas que se caen de la mesa. Somos hijos de Adán y Adán fue creado del polvo.

Adrian Yalj