22 de marzo de 2011

Cuando decimos coyuntura política

Este año empezamos el taller con la pregunta por aquello a lo qué nos referimos cuando decimos “coyuntura política”. La noción de coyuntura es algo que hasta ahora no nos habíamos dado como objeto, pero cuya concepción en común fuimos configurando en la elaboración de cada uno de los temas/problemas que abordamos en nuestras reuniones. ¿Qué noción de coyuntura entrañan nuestros análisis? ¿Qué sería profundizar nuestro tratamiento de los asuntos de coyuntura?
Podemos decir que la coyuntura es conjunción de procesos que se afectan entre sí. De modo que cada vez contamos al menos con dos niveles para el pensar político. El de los procesos en que estamos inscriptos y el de la coyuntura como espacio de cruce de tales procesos. En tanto resultante dinámica de los procesos y fuerzas de las que surge la coyuntura experimenta mutaciones notables. Por momentos se debilita, y por momentos se torna poderosa, subsumiendo en metabolismo a los mismos procesos que le dieron origen. Pero más que darnos una definición abstracta, lo que buscamos es ver cómo opera el término en la práctica, en las prácticas de pensar/actuar de las que participamos. Por eso, para acercarnos a una definición, vamos a proponernos dos planos en los que reflexionar sobre la coyuntura: uno nacional y otro internacional. Dentro del primero, elegimos tres escenarios, tres grandes coyunturas: 1945, como momento de nacimiento del peronismo; la situación política de 1973, con el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina luego del exilio, y el escenario político actual en el país. Luego, nos trasladaremos a la actualidad, tomando la situación de Medio Oriente, zona con la cual guardamos una distancia espacial y cultural, y al mismo tiempo signo de complejos procesos que dinamizan y afectan la coyuntura global, ayudándonos a volver más claramente sobre los criterios que operan en nuestra mirada.
1945, 1973, 2011 se nos presentan como instancias que en su emergencia excedieron los conceptos y categorías para pensar los fenómenos sociales existentes hasta ese entonces. Esta constante puede dar lugar a la sospecha de insuficiencia de toda categoría para expresar lo que es en un cierto momento de lo social. ¿Qué época histórica no excedió el lenguaje de sus contemporáneos? Puede que lo propio de la historia sea efectuar esos excesos que ponen a los cuerpos y a las ideas a andar.
¿Cuál es la novedad en 1945? ¿Qué es lo que azora a las mentes de la época? Las movilizaciones masivas a Plaza de Mayo alteraron el ordenamiento simbólico y espacial de aquellos años, dando a luz a un nuevo actor político. Los “cabecitas negras” habían llegado a la ciudad tras grandes olas de migración interna, principalmente desde zonas rurales de las provincias del norte, para trabajar en las fábricas abiertas en el proceso de industrialización. De la periferia del país, a la periferia de la ciudad, el 17 de octubre de 1945 desembocaron en el centro de la escena política.
Podemos decir que no se trató simplemente de la visibilización de la clase obrera, como si algo antes permanecido en la oscuridad en ese punto hubiese sido iluminado. La presencia colectiva en las calles, en el seno de una manifestación política signada por la figura de Perón, más que una visibilización era una institución de nuevos sujetos políticos. Una presencia que no se adecuaba a las categorías de la política hegemónica de la época, pero tampoco al sujeto-trabajador considerado por el socialismo, el comunismo, el anarquismo. No son exactamente “los trabajadores”, son los “cabecitas negras”, término que, nacido en la coyuntura, tiene la virtud de ser la expresión que mejor cabe a ese fenómeno particular.
Lo que de coyuntural hay en el término nos reclama una mirada hacia las restantes líneas y espacios políticos de ese momento. “Cabecita negra” era una acepción despectiva, acuñada por los sectores dominantes, pero no por toda la clase alta como actor unificado. Con el surgimiento del peronismo, se produjo una polarización de las clases dominantes: una parte se embarcó en un proyecto reformista bajo el discurso del desarrollo de la burguesía nacional y otra parte se opuso a los procesos que tenían su antecedente en la labor de Perón desde 1943 en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Afín a estas franjas de la clase dominante en oposición, la iglesia adoptó un discurso explícitamente antiperonista y, con ello, se instituyó como un actor claro dentro del escenario político. En una misma tonalidad frente al gobierno se inscribieron, a su vez, las incipientes clases medias, como los trabajadores de cuello blanco, a pesar de haber sido un sector surgido al calor de las reformas sociales posibilitadas por el peronismo.
Es el conjunto de estos procesos lo que conforma la coyuntura. Observarla implica desentrañar las líneas de acción que se van desplegando y las líneas identitarias que se van trazando en un cierto espacio. Una coyuntura es una unión de líneas que se ven afectadas por su conjunción y que, asimismo, afectan la conjunción que componen. Son líneas que están co-yuntas, que aran juntas el campo de la historia. Esos modos de componerse –de arar juntas- es lo que se intenta identificar en una descripción.
El segundo momento que nos propusimos observar es el año 1973 en Argentina. El 12 de octubre de 1973 tuvo lugar ante los ojos de Perón una plaza muy diferente de la que había exigido su liberación en 1945. El actor central esta vez era la juventud, hija de la generación del ´45, tanto de las clases bajas peronistas como de las clases medias antiperonistas, que había vivido el devenir posterior al golpe de 1955. Junto con ella, celebraban la tercera presidencia de Perón sectores del sindicalismo, del empresariado, del partido.
Si los trabajadores urbanos provenientes de las provincias se constituyeron como actores políticos en su afluencia a la Plaza de Mayo, en las manifestaciones de 1973 el espacio frente a la Casa Rosada ya no tuvo esa función performativa. Los grupos que confluyeron en la plaza tenían una identidad política ya constituida, unas trayectorias de militancia y de participación que definía en ellos una cierta orientación, unas ciertas expectativas, que redundaban en divergencias.
En una coyuntura las líneas convergen y divergen de modo permanente: una coyuntura es un todo vivo, donde se suceden y se replican continuidades y rupturas. Al son de ese movimiento complejo se van definiendo los actores en juego. Por eso, cada vez que nos concentramos en las particularidades de un acontecimiento histórico, los sujetos involucrados, que parecían ser los mismos de antes, toman otro color, notamos que ya son otros.
La juventud que actualmente se organiza en torno a la figura de Cristina Fernández y del proyecto kirchnerista ¿es la misma juventud que había tomado protagonismo en los ´70? ¿Hay una reaparición de la juventud en la política? ¿Se puede hablar de “la juventud”, salvando las distancias generacionales? Será necesario observar el resto de los actores que conforma el escenario político, revisar los modos de articulación y los puntos de conflicto. ¿Sería esta juventud capaz de vaciar una plaza?
Nos preguntamos si existe alguna tensión entre la figura de la presidenta y el proyecto que encabeza y las militancias que se agrupan en torno suyo. Podría pensarse que hoy la tensión es más bien con los movimientos sociales que con los jóvenes militantes. En el armado de gobierno que permitió a Néstor Kirchner remontar un proyecto estatal en 2003 es central la articulación con los movimientos sociales protagonistas en los procesos del 2001. Hoy muchos de esos movimientos están imbricados en el aparato del Estado, con posiciones más o menos conflictivas.
Frente al gobierno -y no ya dentro de él- aparecen movimientos sociales nuevos, que son a penas visibles pero que tienen un rol importante en la política local, dentro de la que intervienen. Las manifestaciones contra la minería a cielo abierto o contra la explotación sojera son ejemplos de ello. Pero, también, conflictos urbanos que no son pensados como políticos, como las movilizaciones por casos de gatillo fácil, por acciones de desalojo o por causas de discriminación.
Es como si en la Argentina actual nos encontráramos frente a dos tiempos de la política: por un lado, la articulación del estado con los movimientos sociales, que es un factor fundamental de gobernabilidad, y, por el otro, la desposesión por explotación de los recursos naturales, que guarda una continuidad con las formas urbanas de explotación de la renta y la especulación inmobiliaria. A lo largo de esa línea se puede entrever el surgimiento de nuevas expresiones políticas y sociales, tanto los vecinos que se convocan para evitar la instalación de una mina como las familias que se organizan para resistir un desalojo.
Por último, situamos la mirada en Medio Oriente y a través suyo vemos la pérdida de hegemonía simbólica del unilateralismo de los Estados Unidos. Dos grandes consignas parecen sintetizar el pensamiento que llega desde el norte de áfrica (para ponerlo en paralelo con la coyuntura de la última década sudamericana): el fin de la arrogancia occidental, y la confirmación de la emergencia de nuevos sujetos populares inteligentes. Así como un momento histórico desborda las categorías existentes para pensarlo, los acontecimientos recientes en Oriente refutan las definiciones que le asignaba Occidente. El hecho de que el propio pueblo musulmán (o cristiano-musulman) se deshaga de un gobierno dictatorial rompe la equivalencia entre islamismo y tiranía sostenida por las potencias occidentales. Pero, es todo el pensamiento moderno del estado lo que allí hace crisis, ya que la revuelta contra un gobierno tiránico se da en oriente en nombre de la tradición islámica. Es decir, cambios políticos considerados “modernos” son impulsados por fuerzas “premodernas”, como la religión.
La decadencia del discurso unilateralista está ligada íntimamente al despliegue de tecnologías no centralizadas de comunicación e información. En la época digital la información tiende a la multiplicación y a la dispersión. En otro momento, podrían haberse dado procesos de cualquier signo en otro lugar del mundo sin que nunca nos enteráramos o a los que hubiéramos leído a través del gran discurso mediador del país que concentrara la enunciación. Es decir, ante una lectura unidimensional, hubiésemos tenido vedada la reflexión sobre la coyuntura, vedada la posibilidad de ver la complejidad de las líneas que se entraman.

13 de marzo de 2011

Cuando tenga la tierra

Por Sebastián Premici

La lucha por la tenencia de la tierra es un fenómeno que se da en toda América latina. También es compartido el proceso de extranjerización de un recurso vital no sólo para la vida campesina sino para todas las poblaciones. Acelera, además, la concentración de la actividad agrícola en pocas manos. En Argentina hay aproximadamente 17 millones de hectáreas en manos de firmas extranjeras, mientras que casi 500.000 familias campesinas tienen problemas legales para acceder a la posesión de sus tierras. En Brasil, son cuatro millones de familias en esa condición. Para analizar esa problemática, Cash reunió a la dirigente del Movimiento Sin Tierra de Brasil, Etelvina Macioli, a un integrante de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), el ecuatoriano Luis Andrango, y el representante del Movimiento Nacional Campesino Indígena de Argentina, Diego Montón. La soberanía alimentaria, una reforma agraria y un nuevo modelo de agricultura son los ejes comunes que atraviesan a esos movimientos sociales vinculados con el pequeño productor familiar y comunitario. También analizaron el modelo brasileño para la distribución de tierras, esquema que podría ser adoptado por la Argentina en un proyecto de ley para regular su propiedad, anunciado esta semana por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

¿Cuál es el escenario político económico que enfrentan hoy los movimientos campesinos de la región?

Etelvina Macioli: –A partir de la construcción social de la lucha campesina, podemos decir que las problemáticas que nos aquejan no están circunscriptas al campo sino que involucran a toda la humanidad. Los movimientos campesinos de toda América latina abogamos por alcanzar la soberanía alimentaria y una reforma agraria integral. También ponemos en discusión la crisis profunda del capitalismo. Durante la última conferencia internacional de la Vía Campesina, que se realizó en Mozambique en 2008, identificamos que las empresas transnacionales eran los enemigos comunes de los pueblos y las principales responsables de la ofensiva contra los intereses de los campesinos, a partir del modelo de agricultura imperante. Cuando los campesinos hablamos de soberanía alimentaria queremos hacer hincapié en que el modelo agropecuario debe estar vinculado a un proyecto político que determine un nuevo modelo de organización social alrededor del campo.

¿Qué significa?

E. M.: –Queremos que los pueblos puedan definir formas autónomas de producción para garantizar los derechos básicos de los campesinos, por ejemplo el acceso a los alimentos y la tierra. En este contexto, creemos que es necesario articular nuestra lucha con otros sectores, aplicar una estrategia de alianzas entre los sectores del campo y la ciudad para enfrentar la ofensiva de las multinacionales.

¿De qué manera este enemigo común que ustedes definen como las empresas transnacionales afecta sus intereses?

Luis Andrango: –Desde hace muchos años denunciamos que la producción de alimentos está cada vez más concentrada en pocas manos, como consecuencia de este proceso de globalización de la agricultura. Por otro lado, sabemos que las compañías multinacionales se están apropiando de los recursos naturales, de la tierra, del agua, las semillas. Lamentablemente, la tendencia internacional es despojar a los campesinos de estos elementos cruciales para la vida diaria. Más allá de este contexto, sabemos que en la región hubo un cambio de paradigma a partir del surgimiento de gobiernos de centroizquierda, que incorporaron las tesis de los movimientos sociales. Sin embargo, todavía falta que este cambio se traduzca en políticas estructurales.

E. M.: –Primero hay que decir que cualquier avance en la región sobre estas temáticas se consiguió a partir de los reclamos de los movimientos organizados, donde también se logró poner fin, al menos por el momento, a los gobiernos conservadores que se turnaban en el poder. Este fue el resultado del encuentro entre las clases populares. Pero todavía hay intereses en disputa.

¿Cuáles?

E. M.: –Nuestra región vio crecer los agronegocios a partir del financiamiento público a determinadas actividades. El actual modelo de la agricultura está orientado hacia la exportación y eso fue posible porque los Estados apostaron a este modelo. Estas son las contradicciones que existen entre la orientación política de muchos de los gobiernos de la región, de centroizquierda, con sus políticas concretas. Es un debate que hay que dar. Por eso debemos ser propositivos, ahí es donde juega un rol preponderante nuestra propuesta de crear un nuevo modelo de agricultura. Nosotros queremos producir alimentos para generar una buena calidad de vida. Es vergonzoso que en un país como Brasil, con sus dimensiones de tierra y recursos, exista una gran cantidad de personas que mueran de hambre. Para solucionarlo, hay que tener una política agrícola clara.

¿No hubo cambios concretos en Brasil y Ecuador? Por ejemplo, el gobierno de Lula da Silva sancionó una ley para impulsar la agricultura familiar.

E. M.: –En Brasil no hubo una reforma agraria, sino que fueron sancionadas una serie de políticas positivas. Se avanzó en la distribución de tierras, gracias a la presión de los movimientos campesinos. En el área de educación, se crearon alianzas con diversas universidades para formar a los trabajadores del campo. También se impulsó una política pública de compra directa de alimentos a través de un organismo público. Son políticas que aplaudimos y que favorecen la agricultura familiar. También fue sancionada una ley que fija que el 30 por ciento de la merienda escolar debe ser comprada directamente a los agricultores familiares. Ahora la discusión tiene que ver con las definiciones: no queremos meriendas, sino alimentos producidos de manera orgánica, que complementen el proceso de desarrollo de nuestros niños.

¿Cómo es la política de distribución de tierras?

E. M.: –La política de desapropiación de tierras ha sido uno de los embates más duros de los últimos años. En el Estado todavía hay un gran andamiaje conservador, que muchas veces impide que se cumpla la Constitución Federal, que obliga a la desapropiación de las tierras si éstas no cumplen la función social que les asigna la propia Carta Magna. Muchas veces queda demostrado que no se cumple ese rol social, y sin embargo el Estado no hace nada. Acá está en juego la correlación de fuerzas entre los intereses de la clase trabajadora y los sectores más conservadores. Hay una lucha permanente.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció que enviará al Congreso un proyecto de ley para regular la propiedad de la tierra, tomando como base el modelo brasileño. ¿Cómo debería ser una iniciativa de estas características?

Diego Montón: –Hay que tener en cuenta que cuando se habla de extranjerización, no es sólo un tema de quién tiene la propiedad de la tierra sino para qué se la usa. La rentabilidad de la soja es tan alta que el modelo agrícola apuesta al arrendamiento. En este sentido, puede ocurrir que haya muchas extensiones de tierras en poder de productores locales pero que al arrendarlas favorecen un modelo de extranjerización de la agricultura. La tierra tiene que estar puesta a disposición de un proyecto nacional. En este sentido, una herramienta válida podría ser una ley que limite la compra por parte de extranjeros, aunque no debe ser el único instrumento.

E. M.: –En Brasil se ha dado una lucha histórica para que exista una ley integral que limite la cantidad de hectáreas que puedan ser adquiridas por una persona o empresa. Hoy un latifundista puede tener millones de hectáreas. El último Censo nacional reveló la altísima concentración de la tierra, sobre todo en manos de extranjeros. Además hay diversas denuncias sobre la ocupación de tierras en zonas de fronteras, como Syngenta, que tiene campos en zonas con reservas legales. La tierra, en cualquiera de sus dimensiones, debería tener una función social, como lo establece nuestra constitución.

D. M.: –Quizás una clave de la política brasileña tiene que ver con ese artículo de la Constitución que define a la tierra como de uso social, algo que les da a los movimientos campesinos un mayor margen de acción para luchar por su posesión. En la Constitución nacional de 1949 estaba incluido este tema, pero ahora la tierra está a merced de las grandes empresas.

¿Cómo es el contexto ecuatoriano? ¿Hubo cambios durante el gobierno de Rafael Correa?

L. A.: –Todavía falta dar un salto hacia la agricultura de la alimentación. Hoy el modelo agrario de Ecuador está enfocado a la exportación, como ocurre en el resto de los países de la región. Todavía se hace mucho hincapié en las actividades extractivas, donde se replica la misma lógica que venimos combatiendo desde hace muchos años, por más que haya cambiado el signo político del Gobierno. Los recursos naturales son utilizados como materias primas y no como ejes del desarrollo de nuestro pueblo. Como hecho positivo hay que destacar que la soberanía alimentaria quedó definida en la Constitución.

En la Argentina, todo lo relacionado con el campo está tenido por la puja entre el Gobierno y la Mesa de Enlace. ¿Cuál es la visión del Movimiento Nacional Campesino Indígena?

D. M.: –El país donde más se profundizó el modelo agroexportador fue Argentina, impulsado por la alianza estratégica entre los integrantes de la llamada Mesa de Enlace y las empresas transnacionales. El avance de los agronegocios fue muy rápido y los efectos pueden verse cotidianamente, incluso en lo que sale publicado en los medios de comunicación, donde la tierra es puesta a disposición de un modelo pensado en otros países. Esto afecta nuestra alimentación, donde se da el fenómeno de la concentración de toda la cadena industrial.

¿Cómo se refleja ese proceso?

D. M.: –Por ejemplo, Cargill tiene el 60 por ciento de la industria de los frigoríficos. Otro tema relacionado con los agronegocios tiene que ver con el trabajo esclavo, ampliamente denunciado en los últimos meses. Los empresarios quieren aumentar constantemente su rentabilidad para poder participar de la rueda financiera que hoy representa el modelo agropecuario. Y una de las formas de lograr esa rentabilidad es a través de la explotación de los trabajadores. En cuanto a las políticas del Gobierno, hay que decir que se logró recuperar al Estado como un actor clave en la definición de las políticas públicas. Sin embargo, en el modelo agropecuario es muy poco lo que se ha hecho. Todo el andamiaje de subsidios apunta a los actores concentrados de la industria. En este sentido, entendemos que una tarea urgente es el redireccionamiento de esos recursos hacia los agricultores familiares.

¿Cuáles deberían ser los ejes centrales de una reforma agraria a nivel regional?

L. A.: –Un proceso de reforma agraria debe orientarse hacia la construcción de la soberanía alimentaria y para ello es necesario orientar cuál debe ser la función de la tierra. Un segundo capítulo debería definir con claridad la función social y ambiental de la misma. Hay que combatir la lógica perversa que dice que por estar sembrada con cualquier cosa, una tierra ya cumple su función social. Esto no es así. Hay que definir exactamente qué es la función social. Un tercer elemento clave tiene que ver con los regímenes de propiedad. Ya no existen los grandes terratenientes. El 70 por ciento del territorio donde viven los campesinos indígenas ecuatorianos no tienen reconocimiento legal. Hay que normalizar esta situación. El otro tema es el Fondo Nacional de Tierras, instrumento que no debe convertirse en un banco para la compraventa de campos sino que debe financiar la alimentación soberana del pueblo. Estos son los temas que se discuten en Ecuador y que podrían ser comunes a una reforma agraria a nivel regional.

D. M.: –También debería incluir una fuerte política de educación, es decir, trasladar la estructura educativa al campo y no al revés. A su vez, plantear la existencia de mercados locales para que los agricultores puedan comercializar de manera directa su producción.

E. M.: –Hablar de una reforma agraria es hablar de un conjunto de políticas, que van desde la infraestructura básica para el desarrollo de los campesinos, herramientas de capacitación, salud y asistencia financiera. No es una sola ley, sino un conjunto de políticas de Estado

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